lunes

Entretanto condiciono esta hora
con el nombre de cualquier objeto,
de nada valdría averiguar
la pena si llorase


Este momento es más del tiempo
suena en mi el hueco del ave
y soy en todo menos tiempo
más aire
más soledad:
y es así como detengo tanto peso

y es así como sube desde el
filo crónico de esta selva
el aullido del animal herido


domingo

En casa me visto de telas –bajo sombra,
siento arder las hojas verdes de mi tumba
y siento que el mar arrasa la angosta
vestidura de esta noche

Dentro de mi cuerpo está la figura de un pez
que simboliza el llanto:
no es nada, bajo la noche no soy nada

y no es estar triste porque alguien se muere

no,

son estas estaciones que nos arrojan al odio de la tierra
a su raíz de odio
la tierra es la casa de las ambiciones
ella sabe del polvo de nuestros huesos

sábado

Ser es erotismo
Octavio Paz

Un lenguaje que se expresa
En imágenes de las cuales ninguna
Quiere ser la última
Robert Musil

Cualquier cosa es mejor que una necesidad que nunca es satisfecha
Juan García Ponce


Aquella noche, cuando todos desearon quedarse en la sala de la casa de Carlos, nosotros subimos a un pequeño jardín que se encontraba en la azotea, allí podía verse completamente la ciudad.
Distinguimos las luces de los bares que aún seguían abiertos, las calles y avenidas donde según tú podría localizarse rápidamente una prostituta, adivinabas sobre los precios posibles, el color de sus vestidos y la marca de cigarros que fuma. Luego de decir que la noche encerraba a la ciudad me tendiste la mano izquierda para tomarla y agregaste: que sorda y estrecha tiene la lengua esta luna, y de nuevo sumergiendo tus pensamientos en no sé qué delirios, bebiste de tu copa dejándola después a un lado de la mía. A penas y entendí lo que querías decir y sólo para mi inferí una leve sonrisa como para aguzar lo que probablemente sería nuestra última cita juntos o casi juntos ya que tu parecías adherirte a la fiesta con la misma solemnidad de terrible silencio escondido que tenía la ciudad. Creo que estábamos un poco borrachos y a propósito de la libertad que ese estado me causa rodeé tu cintura con mis brazos estrechando tu espalda contra mi pecho, las copas que habían contenido whisky cayeron al piso y un olor a alcohol irrepetible subió hasta tu cabello, el cual se deslizaba pausadamente sobre tus hombros. Arqueaste un poco las piernas y poco a poco tus manos me levantaron la camisa, quise decirte lo mucho que te amaba pero tu cuerpo y tu esencia sacudieron toda pasividad haciéndome tomar con fuerza tus labios y tu boca. Besé tu cuello y tu espalda mientras tus nalgas desnudas rebotaban con cada movimiento de entrada de mi sexo; al final terminé a un costado de tu cadera debido a la postura en que te encontrabas, con tu mano derecha acariciaste la parte que se había manchado y un poco de semen fue llevado hasta tu pezón el cual besé.

Es increíble que aquella noche estando los dos de la mano todo el tiempo terminara extrañando la primera de tus imágenes. Es cierto que varias veces, principalmente cuando te sentías sola, rodeada de tanta gente, acudías a mí para evitar el contacto con los demás y me besabas fuertemente con una pasión irreconocible. Carlos nos veía desde un rincón cercano a la cocina. Sabía de ti desde mucho antes que comenzaras la carrera, creo que te deseaba tanto como yo al verte por vez primera al lado de él fumando y bebiendo café en una cafetería del centro. Supe de los sentimientos que él escondía y que tú sabías y agregabas un valor aprobatorio de amor más o menos incomparable.

Se conocieron el primer mes del curso, después no sé cuántas veces compartieron sus opiniones acerca de la poesía o los cuentos o tal vez en nada acordaban y con tal resultado dejabas que te besara sintiéndote amada y protegida.

Recuerdo que al verte Carlos te acariciaba el pelo y tú fumabas dejándote ser pero con una interminable nostalgia volvías a fumar mezclando palabras y humo sin que pudiera adivinar una sola de ellas, al final ustedes se besaban y creía que jamás te desharías de él o permitirías que otro llegase a ti impulsivo como lo era yo y mi deseo.
Entré a la cafetería junto a Maira quien era lo que se podría decir: mi novia. Nos sentamos en la mesa del lado izquierdo en la que se encontraban ustedes, frente a una pequeña fuente de un ángel que inservible me recordaba las horas interminables en que elucidaba sobre alguna novela leída e inesperadamente llegaba Maira casi desnuda para hacer funcionar el color mármol de mi rostro. Pedimos café y cigarros. Maira continuó con el reproche de siempre e intentaba hacerme entender que nuestra relación necesitaba de seriedad porque ella sí me amaba y sabía que era correspondida (suponía); pero estaba sumergido totalmente en cómo observabas la calle y tu cigarro, creo que te dabas cuenta y disimulabas no verme. A Maira le decían que sí a todo lo que dijera sin prestarle atención o entenderle dejándola sola con su verborrea para poder ocuparme de tu imagen. Ni tu boca ni tu pelo, ni la postura de tu cuerpo decían algo, hasta que tu mirada se posó como suplica en los labios de Carlos y entonces supe que toda tú eras placer y nostalgia.

Dos días después de haberte visto Maira me dejó haciendo que sintiera lástima por su llanto y desprecio por mi actitud irresponsable. Pronto recuperé la cordura y mi lealtad a ti y salí a buscarte al café sin pensar que no estarías allí pues no sabias nada de lo que habías provocado en mí, como si fuese una presencia eterna que nos envolvería.
Al no hallarte regresé al cuarto y deseé que Maira estuviera conmigo casi desnuda para poseerla y pretextar que la soledad era sólo parte del ser libre que me habitaba. Fue Carlos quien nos presentó y abrió las puertas a una serie de actos que quizá hubiera no deseado. Te saludé y así surgió lo que pretendía ser una amista entre tres, aunque yo supiera que ustedes se frecuentaban. No duré mucho tiempo en expresar mis deseos hacia ti, los cuales nunca fueron frenados o heridos pues dos días después nos encontramos solos en mi habitación. Llevabas puesta una blusa roja y un pantalón azul de mezclilla, te recosté sobre la cama dejando ver tu líquida y espaciada desnudez inaprensible de tus labios. Comencé a besarte sintiendo que tu habías deseado ese encuentro tanto como yo y percibí nuevamente tu esencia; tu lengua era cálida dentro de mi boca y al sentirla mi agitación se fue prolongando hasta quererte desnudar, pero no, únicamente mis dedos recorrieron tu sexo hasta humedecerlos y al verte penetrada por uno de ellos tus párpados se abrieron recordándome aquella mirada y proyectando a la vez la ansiedad de poseerte. Tus ojos se perdían en el centro de mis palabras como si al sentir los míos la ausencia de nosotros marcara a la vez la presencia de algo que nos unía.

Carlos no tardó en enterarse de nuestra cita dejando que nosotros continuáramos supuestamente libres.

Todos se movían diferentes a nosotros cuando bajamos del jardín, había un espacio más grande que ninguna pareja ocupaba o lograba llenar. Tu me guiaste al sillón dejando que los demás te vieran mientras cruzabas la sala para ir al baño con tu pelo desordenado, una de tus amigas se rió deteniéndote con la intención de saber lo que había pasado pero tu simplemente acompañaste su risa sin decir más a lo que ella prefirió bailar al ver tu negativa. Fue Carlos quien siguió tu imagen hacia el baño y al regresar hizo lo mismo, con un poco de sobriedad, pues, sabía que yo te observaba y a el también. Los compañeros intensificaron el baile y tuviste que dar una gran vuelta rodeando el sofá, una mesa de centro y la maceta que se hallaba a lado de Carlos, al verlo le diste un beso que casi rozo sus labios.

Instantes después estabas sentada sobre mis piernas hablando de no sé qué cosas, sin entenderte, mientras intentaba reconocer la imagen que había en ti, al no hallar lo que buscaba te besé y Carlos nos vio en el momento en que tú al separarte observabas mis labios y como la ciudad nos envolvía en su silencio de ruidos y gente. Tus labios se estrecharon sobre mi hombro suponiendo encontrar en él la palabra que nunca habríamos de decirnos. De golpe y con la fuerza de quien sabe haberse perdido volví a besarte con la misma ansiedad de los primeros días, reconociendo lo que probablemente era tu imagen como la ausencia de tenernos: Carlos y tú salieron a bailar.


miércoles

Ante todo Juan García Ponce es la imagen ontológica del deseo y lo perverso: el erotismo.


Ahora, recordando algunos de los cuentos de este autor, no sólo me evoca la presencia de la desnudez sino la suposición de que ésta sea en definitiva el nombre de la ausencia. Sin embargo conmovido por el estado en que me encuentro únicamente puedo elucidar sobre Amelia, cuento de García Ponce que por alguna razón, que en mí ataño como patológica resuelve el presente de mi historia.


Lo anterior no como un tema donde el amor se vea frustrado o no directamente sobre él sino por el carácter psicológico de Jorge, protagonista del cuento. Parte de la obra de García Ponce se desarrolla sobre y dentro del ser en forma, en estructura.En efecto la característica de los personajes es su patología con que se desenvuelven dentro del cuento, por supuesto en un sentido intencional de Ponce. La historia de Amelia se puede sintetizar con dos palabras: deseo y soledad. La primera, como el estado más conciente referente al instinto del personaje, expresamente humano. Esta animalidad producida por una situación normal dentro de todo ser, equiparable a la conducción del sentido mismo de la víctima y el victimario.


Lo segundo (la soledad), por el peso del deseo: la carne. La definición de una responsabilidad adquirida por aquél y definida en una constante libertaria que se obstruye conforme a los actos consecuentes.


García Ponce presenta a Jorge como un sujeto (joven) normal, de carácter relativamente estable, como relativo es su gusto hacía la libertad. Él se ve inmiscuido en una relación antónima. La realidad de su estado es proporcional a su interés por la vida, dejándose conducir por la mujer: objeto del deseo, la cual será a la vez rechazada por él en la medida que el deseo mismo sea relegado por la negatividad hacía el matrimonio.


Bajo la descripción de amabilidad y comprensión de Amelia existe una entrega absoluta al patriarcado [hasta cuanto ésta se dirige a los padres para ser rescatada y vuelta por los mismos al hogar que Jorge ve como un infierno.] La mujer en dos sentidos: subyugada y anónima de valor (sólo si el valor es concedido por el deseo adquiere la calidad de persona racional instintiva).Lo uno como lo otro expresa la insatisfacción de una persona que no se halla conciente dentro de un rol social específicamente, aunque la idea primordial de García Ponce, creo, es la racionalización de la persona sujeta a un desinterés y que este le lleve al drama de una muerte y su consecuente serie de actos. Aquí yace lo fundamental, después de la muerte de Amelia, Jorge adopta su inconciente y ve materializado su poca adaptabilidad.


Es también la descripción de un Joven adherido a la soledad y la correspondencia a sus derivados, emerge, dicho de algún modo, del arrojo hacia la nada y en ella desea estar, evolucionando cuando supone hallarse. O lo mismo la síntesis del ser en la etapa de juventud. El amor no es un término, es una objeción contra el deseo.


En Amelia Ponce juzga el comportamiento de un hombre entregado al mundo, a su mundo, que no tiene otro sentido sino es el de libertad.


Así el amor bajo el brazo es a la vez la mudanza del interior de la persona a la vida del otro sin que necesariamente se lleve consigo al ser exactamente. En uno (Amelia) es la completud y en otro la fatalidad, siendo el último (Jorge) el grado de irresponsabilidad. Amelia, el cuento, es la vida al margen del deseo y la decepción de un estado conciente: el matrimonio.



"Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro"

E.M. Cioran


Y volvemos al galerón
envueltos en nuestras tantas horas
ya sin reconocernos:

bajo la piel el mar tira de nosotros
El arpón de sal
cruzó la breve higuera que nos sostenía

martes

Con tono de animal respondo:
aquí la jauría resplandece bajo la lengua
Este es mi cuerpo

la concha del caracol
hogar de la savia.

Ahora que recuerdo yo no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado sin vernos, supuse como tú que eran dos meses, aproximadamente.


En los encuentros anteriores ambos sabíamos de la distancia que se hacía presente mientras dialogábamos sin comprender del todo ésa situación; pero igual no importa, sé que no era espiritual sino física. Recordábamos las horas interminables que juntos pasábamos en la escuela, los dos en la misma carrera. Sabía, desde que Juan te saludaba, que algo nos uniría, varias veces tus propuestas fueron lo suficientemente indecorosas y también halagadoras, decías.
No llegué a comprender nuestros estados de ánimo, a veces bien, a veces mal; alguno tiene que ceder, dijiste, aunque no era siempre yo.


Acepto que aceptabas tus equivocaciones a las cuales les agregaba un peso más para poder criticarte, sabía que no intentarías justificar nada de lo que hicieras por eso lo hacía, además, entre nosotros no había algo real como continuidad de algo que empieza.Durante los primeros días de clase sin conocernos aún, mi forma de actuar era la acostumbrada, quiero decir, la rutina ejercía natural presencia: leer e ir a los bares con Juan o salir a caminar por el parque solía ser lo normal, si sucedía lo contrario presentía cosas extrañas, como si fuese a pasar algún desastre aunque finalmente no ocurriera nada y entonces me decía que ya no debía exagerar tanto. Cuando hablé por primera vez contigo dijiste que podías leer mis pensamientos y reconocías que intencionalmente deseaba que algo malo pasara para tener la razón o poder explicar mi pesimismo. Realmente no importaba y creo, ninguno de los dos sabía de verdad que sentía o creía sentir por el otro, sólo callaba y, tratando de ocultar mí disgusto por tu intromisión a mis pensamientos te daba un beso, el primero de los que seguirían.


Juan sabía de ti por amigas tuyas y como cualquier comisionado simple me dirigí aquel jueves a una de ellas con la intención de saludarte, es decir, de darte el recado que Juan me había encomendado. Luego de mencionar a Juan decidí no hacerlo más y salimos juntos de la mano por la puerta principal de la escuela, allí conocí a tu novio; asunto que jamás me importó pues tú vendrías a mí o tal vez ambos nos encontraríamos atinadamente, de no ser así iba a ser yo quien iniciara la serie de ataques para conquistarte –pensaba.
Juan se enteró tiempo después de nuestro noviazgo sin tomarle importancia, de tal forma que no hiciera sentirme traidor. No tardamos mucho en dar nuestros paseos por la facultad, los cuales poco a poco se hicieron cotidianos, relegando a mi amigo para las ocasiones extrañas cuando percibía que no podría verte. En tal caso ya no era pesimista y mis pensamientos, sabías de antemano, se dirigían a nuestros encuentros.


Fueron muchas veces que terminaos excitados sin que llegara el sexo precisamente, supongo que lo deseábamos tanto que ninguno respondía adecuadamente a nuestras caricias.
(Siempre has tenido buen cuerpo; tus ojos color café claro que de alguna manera inasible corresponden a tu altura son inmensamente aprensibles a otros cuerpos.)
Recuerdo uno de los paseos en que detrás de la cafetería escolar reclinaste tu espalda contra la pared mientras te seguía con la vista. Moviste tus senos y tu cadera y te besé, tomé tu cuello con mis manos y comencé a acariciarte sintiendo tu lengua sobre la mía.
Instantes después uno de tus pezones era acariciado por las yemas de mis dedos, yo abría y cerraba los ojos para ver tu rostro engullido sabiendo que tú hacías lo mismo cuando los besos nos incendiaban. Estuvimos así por varios minutos. Entramos a la mirada de nuestros cuerpos y sentimos cómo hervía dentro de nosotros la fugacidad, podía recorrerte toda y parecías otra mano que se estrechaba a las mías y a mi boca.


(Durante el tiempo en que los dos estuvimos enamorados todo sucedía en momentos impensables, equivocados por el azar; de cualquier forma nuestra relación simbolizó la continuidad de algo que nunca hemos sabido entender y correspondernos. Pasaron varios meses en que estando unidos hallábamos en la distancia y la cercanía el disgusto de ya no vernos, estábamos completamente enamorados al grado que podía percibirse o al menos lo percibíamos.)

Las demás veces que nos vimos era porque tú llegabas a la escuela e intencionalmente recordabas los paseos repitiendo los lugares y las caricias no sin el temor de saber que alguno debía irse definitivamente, sin que se dijera exactamente.Te vi algunas veces por el parque que frecuentaba en aquellas juergas con Juan o solamente yo fumando y viendo el arco de la iglesia que para mí ha sido siempre el monumento a cierta distancia entre las personas y el mundo. Al vernos tú me saludabas y se desataba en nosotros la serie de recuerdos que colgaban entre el deseo y el amor, era más el carácter voyerista de saber que nos pertenecimos quizá en un nivel incompresible. Después de saludarnos presentíamos que el otro llamaría por teléfono.Y nos volvíamos a encontrar con la sensación de quienes suponían sentirse situándose la diferencia de que algo había cambiado. Hablábamos de aquellos tiempos en la facultad, de nuevos líos que no compartías sin saber que nuestras miradas ya no se hallaban juntas y dejando que la solead nos congelara poco a poco antes de despedirnos.


Tu hablabas de una nueva conquista, de la escuela del pasado, entonces al sentirme herido confesaba algún noviazgo que no existía sino para frenar el odio que me provocaba escucharte decir que estabas siendo feliz.Yo no sé si era cierto todo lo que decías ni recuerdo la totalidad de tus palabras, pero si anhelaba que fuese mentira parte de la plática. Pasado los minutos, estando yo en silencio, tus ojos volvían a encontrarme y me leías siendo así que decidiste ya no verme hasta ayer.


Fue un encuentro casual, como los instantes: fugas. Mientras nos enterábamos de los cambios en nuestras vidas te acercabas a mí haciéndome sentir tu piel y el deseo de poseerte y volver a pertenecernos, de hecho estuve a punto de comenzar el recuento de historias pero no lo hice.
Minutos más tarde pediste que te acompañara a la parada de tu ruta y convenimos en tocar el tema de los símbolos siento tu la primera en reírte al ver la gente pasar por el parque y las avenidas, luego dijiste algo cierto, ya cuando estábamos esperando el autobús, algo sobre mi directamente.


Me caso en febrero dijiste finalmente y tu rostro como el mío no advirtió nada excepto nostalgia sin hacerse presencia completamente. Antes de abordar el autobús y después de saber mi estado actual tu mirada dejó entrever la melancólica esperanza de que no fuera cierto lo que habías escuchado. Yo volví a recordar cuando, horas antes, sentados en la banca del parque me reclamabas que al haber estado contigo veía pasar a otras mujeres. Luego tu abordarte el autobús dejándome sentir el frío de la tarde como si estuviese el invierno adherido a no sé qué parte de nuestros cuerpos.

Recuerdo cuando te bañabas de soledad
en tu cuarto oscuro y arruinado,
bajaba la sombra de tus secretos
y pretendías ver el alba en las llamas
vivas
de no sé qué tantos olvidos

Guardabas tu voz porque sabias del destierro

Te llovía sal del techo
sin saber en qué momento se desprendería
el mar –algo en ti espeso
Yo te escuchaba prendido en la lumbre
de otros incendios
Jugaba a oírte bajo mi piel
y arrullaba tus silencios
como semillas desnudas de tu alma

Volvía luego la distancia a recorrernos
acercándonos a nuestra propia ausencia
mientras que la vigilia prendida al mar
jugaba a revolcarnos
como olas sin peso y sin figura
Las bestias viven en la eterna lumbre...
Eduardo Lizalde


Como si fuéramos a prenderle fuego al día
jugamos a verse retorcer nuestras miradas: a veces.

Antes nos llega procaz la lluvia
se hace un nudo el charco encorazonado
nos hacemos finos como el polvo
y entramos a otra especie de miradas
No reconocemos el aire
Un verde olor a mar nos ciñe
nos contrista
nos ahoga de tanto incendio
... ya no podemos vernos
Las horas pasan y dejan hilada la carroña al cuerpo
Pasa el día, también, amartillado por el hastío
Todo se vuelve en contra mía
dependo del asco para no morirme
y como si la tarde cayera sobre mi espalda
se guarda en mi la imagen tuya:
como si al caer persistiese al odio