miércoles

Comentario en "la liga de la justicia" de Pulido.

Aijá. (No sé ni por qué comienzo con un Aijá el comentario, pero me parece -pienso-: lindo). Tu texto me recordó mucho a cuando estaba fumando Marlboro en el cuarto de una amiga, en octubre de hace dos años. De hecho escribí algo de prosa referente a ése encuentro. Esa vez llovía y mucho. Entró lluvia al cuarto porque equivocadamente pensé que estaba cerrada la ventana. Ella tenía calcetas de esas, ¡como guantes!, con muchos colores: parecía de esos Rastas. Tenía los pies sobre mis piernas y el aire entraba y salía de su boca explícitamente cuando ella colocaba el cigarro en su boca. (Quise besarla, me supongo). Se podía, incluso, escuchar la corriente que formó la lluvia después, cuando ya era un chisguete. Ella leía "la verdad sospechosa" y yo -pienso en el título-; algo de Balám Rodrigo. No me gustó tanto pero ahí estaba leyendo. (Ahora que recuerdo, pienso mucho en ese año, de hecho debo a ese mes una tristeza enorme, muy, muy grande). Sé que ya me olvidé si dijo algo referente a la obra de Alarcón, o sí le gustó mucho o poco. No me olvido de su bikini de color negro, así; apretadito a su cintura, a sus nalguitas. That attire unoriginal but nothing nasty. Y así, puedo y estoy seguro que olvidé muchas otras cosas más. Pero heme aquí, después de leer tu texto, recordando; inventando como dijera Borges. Y, así como así, me vino: "la mancha negra y redonda de la nostalgia." Y no escucho lo que estábamos escuchando aquella vez, que si no mal recuerdo era banda. Por el contrario, de regreso a Tuxtla, hoy por la autopista de San Cristóbal, venía escuchando "la granja" de los Tigres del Norte -luego ese disco, pirata, tiene una rolita que se llama Como la vida sin futbol, muy pizpireta: http://www.youtube.com/watch?v=94N9oEZ1r2E-. Yo no sabía -y aquí creo que me estoy perdiendo del punto que quería mencionar desde el principio- que leería algo sobre futbol en tu "liga de la justicia", y menos que me haría recordar. Ahora ya no es banda ni Tigres sino: Excrementory Grindfuckers; y luego tal vez algo de Dark Templar. Bueno el punto es, la nostalgia. Ya es 30 y después de unas 36 horas más o menos, año nuevo. Y el demonio de la espera seguirá estando. Como quien fuma el corazón una tarde en que la ruta 1 no llega, nunca llega y se ve perder el tiempo, pensando en qué estará haciendo la del bikini negro.

Postdata:

Quisiera escribir más pero sería redundar mucho las cosas, incluso pensando que las cosas a las que me refiero sean pasibles vasitos de agua hasta no ver la lengua voraz.

lunes

Puteada Chiapaneca

De "El jinete"*

Suicidio ¡No! ¡Vino por favor!
Qué haremos todos nosotros
que sabemos que estamos muriendo
qué haremos sin la guía del vino
cómo le haremos guiños a la muerte
y a la vida también
Jack Keroauc
A Rosy Nallely, por aquél bachiller y el tiempo
moderno de la universidad,



Subiste al primer piso;
a lado la puerta 7, el letrero de es "aquí".
Tomé tu mano y el beso brotó de ellas.
Una hora, dos horas,
tantos besos palmados que
pronto se escribieron cartas.

Me decías Sr. Muy mío,
y se abría el hilo por donde
la tinta engorda.

Yo respondía: Srta., muy de usted.
Escribiendo versos que recordaran
el tacto de la yema y la uña.

El filo del rojo y la vena donde
la semilla depositó la caricia.

Escribía y escribía,
hasta componer un LP y que hablara

de tu cuerpo.
De la biblia que fueron tus párpados,
o el génesis de tus pechos.
Abría el puñado de papeles y los seleccionaba;

este del corazón que sea el índice,
este otro del puerto y los viajes:
las siglas últimas de nuestro tiempo.

Así me pasé días escribiendo.
Regordeteando el pulmón a giros de humo,
hilvanando aguas desiertas rumbo
al cuello, y siempre había algo
que me decía que era más parejo
ser como el cristal, que un velódromo
intentando marchitar recuerdos.

Siempre había pasarelas por donde
desfilabas.
La sábana, el sofá... la autopista diseñada

en el tórax y el pequeño pedestal
donde canté el LP mientras la puerta

se cerraba.

domingo

De "El jinete"*

A Rogelio D. Por "El temple".

Me contengo en decir esquina,
tarde, lluvia; bálsamo.
Porque sería decir tanto.
Uno no puede obrar por el mundo
como el jinete,
tomar por la rienda los vendavales
de la calle y subirse a la primer
palabra que lleven consigo.
No es lo mismo.
Uno va caminando,
levantando grúas como quien
pisa una hoja seca y cae el llanto.
Va repitiendo las horas
y dice otra vez las horas.

De pronto la tarde arroja
su tierna caricia:
una braga, bebidas, la ocasión;
el lugar.
Y ya es noche de sitio donde los
parvularios sonríen,
donde las almejas se cuecen
a labio lento.

Y así es todo el tiempo.
La tarde, la lluvia, la esquina;
el bálsamo.
Dos hombres guiándose
uno detrás del otro,
tomados por el ahogo van repitiendo
las mismas palabras:

viento, viento, viento.
Los dos yéndose.

Los tres yéndose.
Cualquier lugar es bueno para
los sinsabores.

domingo

Noviembre

Era noviembre. La calle a voz de viento decía que era noviembre. La tarde se mecía como si estuviera motivada por el rojísimo color del crepúsculo. Parecía que el corazón del mar estaba a flote, con las venas totalmente estiradas a lo largo de un cielo pleno, y le palpitara sobre las yemas de las nubes la sangre de la sal, llovida en cada uno de los rayos que el sol proyectaba.

La tarde anterior llovió y aún podía sentirse el aroma fresco del jardín y la acera. En las partes donde el yeso permitía el asomo de la tierra, el olor era distinto. Dentro, como en un ataúd oscuro y polvoso, los gusanos atrayendo para sí las hebras de las plantas; afuera, la perla enmohecida de las piedras pequeñas expelía el ritual de la luna y el tiempo. Abrazas al hilo histórico de empezar siendo nada y terminar siendo lo mismo.

Era pues otra circunstancia. Poco a poco se fueron diluyendo todas esas fragancias que la lluvia depositó sobre una ciudad indiferente. Las calles eran sacudidas por el ruido de los carros, el tráfico del polvo y la hoja. Las palabras que se iban diciendo las parejas;

(Él) >>el amor se lleva en el centro de unos labios verticales, los cuales sólo a pulso y tacto de besos se abren y dejan ver el botón rosa y húmedo del sentimiento.

(Ella) >>No lo recuerdo,…


y las manos, en contra de ese olvido, entrelazadas recordaban a la vista de cualquier otra persona, aquellos lunares donde el cuerpo era resucitado por el infinito tacto del fuego. Así iban y venían los pasos de los individuos y cada uno levantaba del suelo el estupor del día. Así hablaba el calor del cemento, la grieta fantasmal de las paredes vecinas a las sombras, los arcos donde se postergaba el beso, la esquina “rodante” donde reposaban las píldoras andantes y el siempre bandolero rincón por el cual todo recién exhumado de la costumbre transitaba. Y era que exhumarse por propia voz, imposible.

De la puerta principal de la vivienda hasta el final de la cuadra, al topar el viento con las ramas de los árboles habría un canal de música y las tonadas repetían horas y horas el desconsuelo del diurno vecino que acababa de llegar del trabajo. Luego las ramas desordenaban el rumbo de las palabras y de la corteza les brotaba cicatrices; en uno el nombre de la mujer a tropel y sin miramientos; en otro la maldición y la garra; pero todos secretamente escondían gritos por eso las raíces les llega hasta el infierno.

Era tarde. El parque situaba una multitud de fantasmas, unos abrazados a otros y otros invisibles abrazados a la visibilidad de aquellos que se veían. Las campanas de la catedral sonaron a eso de las seis en punto, la misa debía comenzar. En la avenida los carros en silencio con el motor apagado; hubo antes lamento de cláxones y después el desprendido sabor de portezuelas al unisonó cuando los conductores bajaron del carro. De pronto el aire figuró esquelético entre la gente. Se proyectó una luz cuneiforme que daba directamente al umbral por donde todos tenían que pasar; la puerta se abrió de par en par y la sombra fue desapareciendo, corrugando su tela fina hasta la madera de las primeras bancas, escondiéndose de la luz mortífera, guareciendo su alma mater de los vivos.

Sonaron por tercera vez las campanas de la iglesia. El sonido escalaba el espacio vació y el eco se vaciaba en un temblor de ondas hasta llegar al oído del penitente. El rezo comenzó y las formas proyectadas sobre el empedrado del corredor se fueron perdiendo una a una, cuando la luz no alcanzó a salvarlas. Estaban a punto de finalizar la procesión de cuerpos y la lluvia cayó tendida como alfombra a reanimar los viejos laureles del parque. Subió entonces el vapor caliente y sepulcral de la rutina al filo puntiagudo de cada nariz, continuando por las vías próximas e inacabables del aliento. La gente penetró el recinto y la hora de la oración era las seis de la tarde, afuera el duro concreto resistía la asechanza del agua como pólvora enrarecida y escanciadora. Así pues todos reunidos participaban, mientras tanto un largo y finísimo hilo emergía del suelo; la corriente brotó inaugurando la saeta de la noche y el deambular de los fantasmas olvidados.

lunes

Hacía tiempo que no venía a decorar las tumbas.

Hoy vengo, no con una ofrenda, por que los

Tulipanes se han bebido hasta la sed;

Vengo simplemente por avanzar un paso.

No intento recoger las prendas enrarecidas

Del polvo, ni deseo que me lloren

Desde el carbón, los años calurosos.

Ya alguien partió dentro del fuego

Y desnudo dejó el clavo y la madera.

Y heme aquí, orando.

Levantando el fiambre de Marzo.

Prolongando el sudor del cristal,

Acariciando las inútiles horas,

Enmudeciendo como lápida que se alcoholiza

Al ver sobre sí una campana enorme

Que anuncia el secuestro religioso del alma.

domingo

*

De pronto despierta
Suena y cae que cae
con lástima
y abajo lo ignoto
lo indescifrable de la carne
como un canal por donde
las voces pasaron
Dinora se levanta
abre la boca y los verbos
Dinora vuela y cae que cae
alguien le dice que debe
vaciarse
De pronto el agua
el fuego la lengua
y el viento
el esqueleto recostado
viendo cómo una noche cualquiera
Dinora se levanta, vuela
y cae que cae;
se siente ave y las plumas se le
van erizando conforme las ventanas
del cuarto se abren
Dinora repleta de polvo
hojas aquí allá
en la pestaña donde el nido de
la desdicha habitó
en la ciénaga que canta
como cuchillo deshilvanando enjambres de piel
y aquí otra vez se cierra el vuelo
los ojos viendo ver la esquirla de la noche
Rumiando distancias
que sólo el olfato retrata
Dinora salvaje ecuménica
Dinora planta de olivo
Dinora labrada surco a surco
molde y pan de sangre
Dinora fuego
Dinora ahogo
Dinora que masculla el tropel
de la escafandra
Dinora clepsidra
guante y soledad abrazada
Dinora pulpa
Dinora muerte
Dinora repleta de mar
Dinora cae que cae
sobre el navío
pecho abierto
musgo deletreando la ofrenda
como cualquier día ajeno
circuncidando el corazón

viernes

El fuego de los lapidantes

A Josefina
De qué manera comenzar este relato si lo que pretendo decir no va más allá de una coincidencia y que ésta por parecer tan relativa a todo lo que me rodea, guarda en sí misma un peso que ni yo puedo o si quiera deseo comprender. Sólo sé que algo se deriva e incluso intentando descifrar qué se deriva de ello, vuelvo al comienzo de la historia.

(Sentado frente a una tienda de discos me dispuse a leer el libro que unos minutos antes había comprado. El libro es poco familiar, de hecho es el primero que compro de este autor. Estaba a punto de comenzar la lectura cuando la vi pasar. Frente a mí la aparición; fantasma y a la vez carne. De la mano izquierda iba tomada su hija. Podría decir que comprendí el por qué de aquel último beso al verlas juntas; realmente no sé quién de las dos más indefensa. Pensaría de hecho que la madre se sostenía de la pequeña mano que se alzaba hasta la amplitud de su cadera. Ni la una ni la otra sintiéndose dueñas de sí mismas. Las vi, eso es todo.

Leí algunas líneas del primer cuento y decidí dejar la lectura hasta que me pasara el sobresalto. Ellas jamás dirigieron su mirada al lugar donde yo me encontraba. Supongo que la madre sí, pero al sentir yo el impulso de levantarme del asiento e ir, conmovido por la sorpresa, a abrazarla y no hacerlo tal cual, decidió que sólo la figura de aquel hombre que era yo simplemente se parecía a mí y que desde luego no debería de ser Agustín quien leía en silencio aquellos cuentos de Élmer.

Así pues las perdí de vista entre la gente que visitaba las demás tiendas de aquella plaza sin razón de existir, sólo como la presencia de un circuito cerrado, donde los transeúntes son pequeñas lanzas apuntando hacia cualquier lugar menos ellos mismos.

Desde luego y al verla (creo que he repetido muchas veces el verbo) recordé cuando, sentados en un café de la universidad, dijo sentirse llena de vida al conocerme. Ustedes pensarán la verdad, si acaso la hay y les daré, con toda certeza mi aprobación: simplemente se sentía atraída y con la necesidad de pertenecer y crear pertenencia a algo o alguien.

Fueron varias veces las que salimos juntos después de aquel café de la universidad. Supe que de algún modo también me atraía. Deseaba que fuera así. Luego de vernos la tercera vez en el café de la quinta avenida, rumbo a los portales y el amplio parque, ingrávido por la belleza mutilante de los adolescentes en pleno enamoramiento, decidimos comenzar una relación que sabíamos perdida desde el inicio por el deseo de sentir sin sentir el deseo. En la cafetería, la cual tiene un nombre bastante sugerente El fuego de los lapidantes, hablamos de los trabajos que aún faltaban para terminar el semestre y en mi caso la carrera profesional. La observé con atención mientras ella hablaba de literatura griega y filosofía. Tenía puesta una blusa que combinaba a la perfección con el color del traje oscuro y su cabello castaño tendido sobre sus hombros. Dejé que hablara y hablara sin interesarme en su plática, a excepción de cuando pedía mi opinión en esto o aquello y no me queda más remedio que decir “ah claro”, “por supuesto”, “por qué piensas de tal forma”. Y ella se explayaba una vez más y yo la seguía con la vista una y otra vez hasta llegar al punto en que su blusa se trasparentaba. Sus senos eran redondo y muy blancos; cuando nos desnudamos la primera vez, me pidió que la dejara desnudarse sola y sólo así pude entender la combinación del color entre la blancura y la negritud de sus pechos. Después recorrí por completo su cuerpo. Al enterarse de que no había ni la más mínima intención de comprender lo que decía, sus ojos me vieron inquisitorios. No dije una sola palabra al entender que mi actitud era, por desgracia, la menos aceptable en una cita de noviazgo. Salimos de la cafetería y nos dirigimos directo a su casa. Pasamos frente al parque y como si se hubiera olvidado de mi desdén, nos reímos al ver cómo los enamorados se involucraban mutuamente. Extraje la caja de cigarros que estaba en la bolsa del pantalón y tomé uno, prendí el cigarrillo y una larga línea blanca decoró el siguiente paso al frente. Callamos por un momento y después escuché o más bien sentí como aquella risa entre los dos era por pura desdicha. Llegamos a la habitación del quinto piso del edificio entre la novena y decima de la calle central. En el trayecto, en cuanto el momento de silencio pasó, nos besamos muchas veces mientras la gente transitaba la acera, incluso llegué a tocarle la entrepierna en uno de esos besos, de aquí que nos apresuramos hasta el departamento.

>>Quieres escuchar música.

>>Sí. Está bien.

>>Te gusta Prokofiev.

>>Un poco, no realmente.

En realidad no me agradaba del todo tal como había dicho, pero eso no importó y colocó en el estéreo el disco especial para Romeo y Julieta. Conocía el ballet y la belleza cómo era interpretada la melodía, a veces suave y otras con una gravedad que me resultaba enfermiza. El departamento era acogedor, tenía todo lo que a mi parecer debían tener todos los departamentos. Una sala, libros y por supuesto whisky. Me dirigí al mini bar y me serví una copa que bebí de un solo trago. Volví a servirme una más y al instante apareció ella, con una bata que le daba hasta los pies.

>>Siéntate.

En el sofá estuve escuchando a Prokofiev hasta el punto en que decidí invocar Moonlight de Beethoven y con todo eliminar a Prokofiev y sólo así observar cómo Susana se desnudaba. Su piel era pálida, hermosamente pálida. Con cuanto más invocaba Moonlight, más me sentía atraído a su cuerpo. Poco a poco se dirigió hacia mí y así como fue lento su llegar, besé desde el sereno de sus labios hasta la parte más sencilla y sutil de sus piernas. Al penetrarla sentí vibrar todo mi cuerpo y el suyo dentro del mío, intentando que hablaran el uno penetrado y el otro enfundado, entrando como hijo al vientre para hablar desde allí todas las palabras que supiera decir el silencio.

Nos vimos algunas veces más e hicimos el amor muchas veces. Después nos dejamos de ver por lo que ambos sabíamos y ninguno tenía intención de decirlo. Así callamos. De momento recuerdo aquella tarde. El cielo era claro, un azul infinito. Las hojas abundaban sobre la acera y el viento corría de oriente a poniente. Pocas personas circulaban por la avenida. Susana me besó en los labios y así con media vuelta dejé de verla hasta hoy, cuatro años más tarde...)

Cuando la vi no sabía si era ella o no, de hecho al saber que era Susana no recordaba el nombre, es decir; sabía de ella y su cuerpo, pero no la metáfora que es Susana como nombre. La seguí con la vista como ya he dicho y sin querer recordar su nombre lo recordé, supe que era Susana y entonces desapareció entre la gente y así la paz que tenía al no pensar que Susana había sido sin duda, el nombre menos adecuado para pronunciar mientras leía los cuentos de Élmer.

sábado

María

Aquella ocasión María –como santa y pura– vistió de blanco; trasparentaba la media luna de sus nalgas y el hilo colgando de su cadera. Conté los diez pasos del umbral hasta la puerta del auto y su acompañante que la esperaba. Ella volteó el rostro a la diestra y sus ojos con los míos por enésima vez se vieron; diría que contar los pasos y verla era suficiente, sin embargo y a razón de que no lo es, observé detenidamente cómo abordaba las olas del viento a favor suyo y de su cabello. Ella con la pierna cruzada frente a la puerta del auto negro, la silueta que el vestido envainaba como quien remoja en leche el pan y cae poco a poco dejando húmeda hasta la más fiel de todas las viseras del bocadillo. Saben de qué hablo. Sus senos y los senos del reflejo no hacían más que pronunciar el acento de su cuerpo, blanco y moreno. (Debo hacer un paréntesis para abordar el tema filosófico de ver desprenderse a María de santa y dignificada pureza; es, cómo decirlo, tiempo imperfecto; cuando María se despojó de su prenda –por decir el tiempo– lo mismo hubiera dado ver hacia el horizonte, porque todo cuando había en el cuarto y a los ojos del vecino torturado por los ruidos de la cama, era visto con el mismo clamor con quien ve pasar de pronto la seda sobre el cuerpo esquelético del aire y nada cuanto pudiera ver, si al caso veía, se sentía al despertar del encomio sueño; es pues que tal filosofía es rescatable desde el punto en que su cuerpo, tanto como lo que pudiera referirse a lo que mantiene de secreto, se revela cuando se oculta.) Habiendo aclarado esto y con toda seguridad, María es de las mujeres que desnudas se ven igual que despiertas, con la noticia de que en la cama el sueño es volverse invisibles. Subió al auto. No vi al conductor, pero supongo no es necesario, todos saben que el relato debe terminar donde empieza, pues, si yo lo digo, han de saber que tengo el mismo aspecto de aquel tipo de un jueves por la tarde, viendo cómo sube la pierna izquierda María, al vehículo. Hubiera deseado no confesar mi aspecto pero, era obvio.
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*Espero pueda continuar el texto; estoy atenuado y no salen más que ideas incongruentes.

martes

Poemas Vampíricos

Desconozco el abrir del cántaro
cuando de vacío se llena;
mar y pétalo incendiados
como cóncava muralla de tu ombligo.
Mar y ojos habitándose desconocidos.
Entonces..., el agua penetra la pupila.
Llena de tiempo el hombro
y la piel oculta
tras el lirio y el molde, abre
para sí, el maullido de los huesos.
Y ya no te veo, sino como apóstol
de lo oscuro, condeno las brisas
de la mirada, y hago que
la noche
nos arrulle a canto de colmillos.

lunes

Poemas Vampíricos

Estos poemas Vampíricos van dedicados a Brisa January, por los muchos años de compartir mi vida, en los más extraños lugares y recintos del Mito Urbano.


De aquí en adelante caminaremos abrazados a la piel,
con la mirada puesta en el desnudo de la sangre,
como vigías nocturnos, con el aroma a cuello
empuñado por los labios,
De aquí en adelante, la voz andará ciega,
caída en remanso de los muebles;
implantará la hora para amanecer
hechizados por la negrura de nuestros cuerpos;
habrá de penetrar la luna como ruido
de coleópteros sobre la rama, mientras
tus ojos le arrebata la sombra
a la noche.
Habrá de decirnos el mito de los párpados,
y en ellos andaremos encerrados,
viendo cómo la voz nos llueve desde dentro.

martes

Desnudo

Te veo salir de ti misma y abres la compuerta al misterio. Recoges el fuego de tu cabello tendido al aire y las chispas caen como lluvia sobre esta isla que se quema. Luego escucho el graznar de los muebles cuando el desnudo se perpetúa. Vienes y vas y me despojas de las horas, siendo reloj de arena, con tu marea de espuma encaminada a la palestra de la calle.

El mal poeta

Ya no sé cómo se escribe un poema,
bebo el tono del día
y la danza no brota.

Alguien se escuda detrás de la palabra,
el desnudo
del más cercano de todos los antihéroes,
y simplemente cae
donde los hongos emigraron,

Y a morir me llaman los pilares
que construyen el albatros,
los que dicen del pétalo la hoja
y la sangre,
y se nombran así mismos hijos
alegres.

Pero sé muy bien
en no dictar la sombra de lo que
podría ser carne,
en dejar pasar el escancio
de los ríos y la junta de peces
a nado contra sí mismos.

En dejar que la brasa dorada
de los días comulgue,
siempre a destiempo,
estas auras sombreadas
con que el plus del pétalo
abre las compuertas del desorden
y todos los mares vuelven a mi sangre.

... la última carta


Juraría –si pudiera jurar otra vez– que no importa; quiero decir que no importa lo que suceda entre nosotros. Ahora creo que no tengo derecho a persuadir el tiempo para dejar en claro que no me permito, ni siquiera un segundo, intentar construir lo no construido. Desde el hotel, maleta en mano traspaso el corazón a otra isla.

domingo

Recado de comprensión

Te quise escribir este recado, por si
antes de avistarnos, cualquiera de los
dos tuviese el importuno de perderse:
te espero en la esquina,
junto a la tienda de Tomasa.

Llevas puesto el Jeans azul claro,
el top oscuro, y tu piercing colgado al
ombliguito.
No olvides el piercing. Puedes, si acaso
recuerdas, no llevar nada puesto.

Pero no dejes, así como así, el cajón
donde rebasa de recados míos,

puede que pueda escribir un poema,
si los releemos juntos.
No lo olvides, agradezco tu comprensión

por aclarar la tormenta que no fuimos.

Prenda íntima

Te quiero, me dices.
En el lugar donde se oculta

la voz y el cuerpo se eriza,
me dices te quiero.

Luego bajas, quieta, a moldear
el pecho con aguja de punto fino.
De barro la tela y en vuelta
la carne, la coses.

Sursamos aquí que se ha roto
el aire. Pero bajas como

baja la luna -a medias- curveando
las nubes.

Y te digo te quiero; preso
en litoral de nombres que casi
olvido.
Y te digo te quiero en el
rubor de las palabras

desnudas, que no pueden vestir
tus ojos.

Copia del poema falso

Te hablo hoy para que respondas mañana.
Aquí María Tomasa canta:
un, do, tre, cuatro.
La bailo y la bailo, pero no tengo
naita de color´s para el tachón del suelo.

Mi patria (el castillo donde lacio
sube el viento y como si nada,
puff se va) Mi patria, me baila, me baila.

Y te hablo y responde la silueta
de una mujer-máquina;
¡Hola! ¡Hola!, y una ola viene a picarme
el pecho. Y digo otra vez mi patria,
y digo que soy más Puerto Rico,
con el idíoma gringo en el pecho;
te recito
I love you. I love you, forever.
Hear what i say. Y creo que la I no va.
Si pudieras venir a deletrearme,
a juntar la vocecita de la tarde
en el cajoncito de los mares y juntos, ola tras ola
mover el tiempo, penetrados por el aire.

Chiquita, te marco hoy para que respondas
mañana; remembering you standing quiet
in the rain as i ran to your heart
to be near and we kissed.

jueves

Vigilia

A Isabel Muñoz Pasquett

Descorro las cortinas del cuarto
y hablo conmigo
intentando aclararme los ojos.
Un vaso de té,
dos uvas y el descolorido uniforme
de la escanciadora sobre la cama.
La brasa incendiaria tintineando
entre almohadas;
la voz fúnebre del claxon detrás del edifico
y el aleteo
submarino de mi corazón,
pesan sobre todas las cosas
que me habitan.
Puedo ver la silueta del mar
aquí
en el abrazo nocturno y sin nada
que mi cuerpo invita,
puedo ver los lirios nadar
como quien evoca demonios
en las uñas,
pero todo baja a llanto,
como una vaca gorda,
regordeta que da de beber
al crío décimas de memoria.
Puedo ver la figura
entre los muebles,
el ruido, la bitácora de lutos
y el ladrido del perro
que en su panza guarda la noche
y tal como yo,
lunático se envuelve de fragmentos.

La dulzona

¡Negrito, ven. Vamos a despeinar la cotorra.
Ven, moreno, si está igual de negra que tú!

Sexoservidora de la zona galáctica.

Estaba el Trucha y yo, dice el Mongol, sentados en la sala. El Trucha caguama en mano recitando poemas de José Hierro: Una botella, un libro, un cenicero. / Ahora la vida es de cristal, de metal, de papel. / Ahora es la botella / más bella que una flor. El Mongol tenía en la mano un bacha de la Golden, pero no sabía si fumársela o dejarla para el rol. Yo mientras tanto recorría con la vista los muebles de la casa del Trucha y las suculentas fotos en bikini de su jefa; había una donde las nalguitas se le notaban bien acá, gordas, duras, como pá ponerse al pedo con un culito así de chingón. Pero la neta ahora ya nadie se la quiere tirar. El Trucha se daba color de mi actitud frente a la foto blanco y negro de su progenitora, pero, igual, le valía madre; no porque sea su Junior le voy a tener que estar tapando el culo cada vez que un compa quiera gozársela, decía. La neta es que el único que se la tiró fue el Mongol una vez que anda hasta el culo de pedo. Ven acá, chiquito, te la voy a mamar, ¿me la metes por ditroi si quieres, nene? Esas fueron las palabras de doña Ame. Y el Mongol, compa serio y de buenos principios, pues no se pudo negar a tal atención. Sólo de oír cómo pujaba la gordibuena jefa, pues, chance y daban ganas de arrimarle aunque sea los 20 cm de gorra a la Ame putita.

El Trucha dice: Cuando salí de ti, a mí mismo / me prometí que volvería. Deja de decir pendejadas y mámale, le decíamos. Pero, pus cómo, si en el meritito tuétano me llegaron los versos. ¡Ah, pinche Dulzona! Cómo es que la dejé ir. Acá buena, sabrosa. Con el toque cuasiperfecto de Piruja rondando calles, pero linda la cabrona. Yo la quería un chingo, neta. Cada vez que andaba tirando barrio Ella acudía para salvarme; besos, más besos, caricias, más caricias, la ronda de abrazos apretando el cuerpesito. Casi siempre la vi perfecta, excepto por el casi, sólo cuando no decía nada acerca de nosotros. Ah, pero como me gustaban sus ojitos, verde esmeralda, pupilentes, pero esmeraldas. Labios carnosos, los cuatro. Como la quise la cabrona.

El Mongol me dice que debo dejar de pensar en la Dulzona, yo le digo que prenda la bacha y nos pongamos a volar un rato. ¿Pero y si luego viajo a donde la Dulzona? ¿Y si la quiero como antes? Ni pedos, la bacha es la bacha. El Trucha leyendo el atardecer como quien deja su obra en el filo caduco de una caguama. Este es mío dice: ¡Oh, como prenda celebre que viste de jugos el alfabeto; ven, cariñosa, que quiero leerte en braille! Lo escucho. Me remite a cuando Dulz jugaba a tender las prendas sobre el claro de la puerta y se ponía a dar de vueltas como desaforada buscando cuerpo donde para vestirse de nuevo, entonces llegaba como superman o el hombre migraña y la penetraba, hasta el fondo, y se decía vestida de triple “S”; saliva, semen y sexo. A veces me la tiraba con las nalguitas punta pá rriba y cambiaba la onda, ya era dos “S”.
¡Hey, Cabrón, deja de pensar en la dulzona! Me dice El Trucha. De nuevo le entro al recuerdo de su jefa Ame, Amelita de culito guango. Ya pá qué me digo, ya ni sirve.

El Trucha se pone pedo y el Mongol hasta el culo de Mota; yo los veo, acá desde el recuerdo. Me siento Pedro Infante y quiero cantarle; Bésame, bésame muuuuchoooo, que tengo miedo a perderte y peeeerrrrrdddddeeeeeeeeeerrrrrrrmeeeeeee después.

La pinche Dulzona me dejó loco. Aguevo me digo, la pinche Dulzona me dejó loco; ora pinche Trucha muévete, Mongol apúrale Cabrón, la Pinche Truchita va saliendo poquín a poquín mientras me sello el corazón con dos fierros de Tequila. Mongol, Mongol y ya la verga no me responde.


Suave su muslo como gancho al closet

suave su muslo como gancho al closet,
suave su muslo como gancho al closet,
suave su muslo como gancho al closet.
Suave, más suave. Su muslo suave.
Ave suave de muslo abre, suave, suave
su muslo como gancho al closet.
Suave, suave, muslo seno, ¿senó el muslo sauve
como gancho al closet?
Ándale nena, ponte.
Glup.
Glup.
Glup.
Glup.
Nena.
Hay te voy.
Suave, y otra vez suave.
De perrito nena, glup. De perrito, Glup.
Splash, splash.
Suave, suavecito.
suave muslo como gancho al closet.
Blu, blu, blu, blu.
Miau, miau, miau.
Blu, blu, blu, blu.
Glup, glup, glup.
Nena.
Nena.
Así, rockanrolero, con madrazos y todo, nena.
Nalguitas, culito (conjuntito de nalguitas culito).
Acá, nena. Glupi, conjuntito glupi.
Suave muslo que de agua se viste,
suave como voz suave desvitiendo la palabra.
¡Oh, nena!
Suave.
Suave y sin miedo lengua que recorre el aro;
manitas de puerco; manguito de arco fundido.
Suave, nena. ¡Síiiii!
Cómo serán tus moñitos que de tanto
envolver el regalo,
truena la máquinita;
glup, glup. ¡Bam!
Casquillo calibre 38.
Sí, nena rockanrolera.

domingo

De los muertos

Qué se dirán los muertos bajo la brasa del polvo.
Abrazados a la raíz del árbol
que siembra sobre el pecho la argamasa
que ha de constatar su muerte.


Qué se dirán cuando les une la piel
el agua y el moho les besa el cayo
o la vejez de tanto estar durmiendo,


En el asfalto donde la carroza anduvo,
donde la tranca y el código postal
andaban lejos, en la esquina del vecino
que se murió de cáncer;
se dirán que se está enamorando el hueso
de la esquelética
vida que llevan,
serán infieles de tuétano,
de sílaba fantasmal.


Se dirán que les nace el sudor
como pez entre los vellos,
que de tanta caja ya se sienten zapatos
hurgando la uña


Qué se dirán los muertos
abrazados al quinqué de las sombras;
así, cuando los orantes de rodillas
filosofan la distancia entre el cielo
y su llanto.

jueves

Septiembres

Vine a dejar flores a estos septiembres
donde la primavera yace
por todas partes

No veo el panfleto del silencioso
que adopta las curvilíneas de la mujer
para un texto erecto.
No veo la pasión del color
en la dulce, (siempre cruel )
blusa de mangas arremangadas de la mujer Maravilla,
ni menos distingo los olores del labio
que busca pendenciero los arrecifes
que el naufrago encontró

Pero ha de ser que debo esperar
otra línea en la curvatura de los andenes,
donde se postró la pulpa y se dejó abandonar
por el tiempo, arrasada en olas y olas,
dando vueltas como hora interminable

Pero ha de ser que debo esperar a
que alguien me espere,
para que al recibirme
deje las espinas sobre el corazón,
porque a desgracias no hay más grande
que irse tumba sin flores
adonde el seno brama pétalos sin amor.

lunes

... de las cartas enviadas a

Has de saber que estos días andan como si nada; vuelvo a casa y cumplo los deberes acostumbrados –de hecho considero que el jardín ha quedado perfecto. Las violetas y las herberas inquietas no dejan de seducirme, incluso, hace unos días, noté que el color de la herbera que tú sembraste se ha puesto de colores claros, casi transparentes. Pero siempre existe algo que sobrepasa todo lo demás. Y quiero decir que se expande por toda la casa, aun habiendo esas variadas formas en el filo del sofá o el inclinado rubor de la cama, siempre –y decirlo así ya es más que perpetuidad– acaece todo cuando rehago. Si de recuentos se trata habría que escribirte una docena y más de estas ya, también, acostumbradas cartas. Podría comenzar por las ventanas, quité los viejos moldes de madera por unos nuevos y dejé que se cuadriculara la vista para tener una mejor toma, quizá televisada, del fulgor que el vendabal atravieza la calle.

El picaporte del cuarto mandé a que el cerrajero trajera uno dorado, con formas góticas y de praxis casi inexistente –sólo es cuentión de “meter” el punto que le salta como pezón y con eso quiere decir que ya está guarecidad toda intimidad, sin nececidad de llave. Los muebles y por supuesto el sofá han cambiado de lugar, el sillón “ve” hacia el oriente; no es una vista muy favorable pero sé que perdura la imagen del cuadro que Javier nos regaló en el primero de nuestros aniversarios. (Dos para ser exactos.) Sé que el cuadro no te agradó del todo, aún cuando Javier insitió en que era una replica “casi” “incopiable” de una pintura de Fernando García Ponce. A decir verdad, tampoco me agradó. Pero era el regalo de nuestro mejor amigo. Los demás muebles, excepto el sofá ven hacia el poniente. Sería obvio mencionar hacia dónde ha quedado el frente del mueble restante. Desde allí disponías la barca, y los sueños se hacían concretos remantando con besos y caricias analfabetas, buscándose uno sobre la otra, sin escribirse. Después sucedía el clima, que si llovía allá afuera, dentro las incrustaciones del sol escamando las aletas de nuestras caderas; que si había sol allá afuera, dentro las extremas ansiedades de la lluvia rodeando el ombligo, los labios, los muslos, el arenal movido por la corriente hasta encestar cronometricamente en el punto de cristal y de nuevo a darle vuelta al reloj de arena. Pero es irremediable seguir multiplicando esas étapas y por lo tanto irremediable saber que no tienen correspondecia sino a través del pensamiento y la imagen ya muy interrumpida de ti y de mi, sentados en el sofá, hablando de las hitórietas de la generación gerrillera. De los avatares pornográficos de la decena de jóvenes que cumplían la tarea de postear las fotografías en el barrio, y de cuando uno de ellos se masturbo al ver una tuya pegada en la puerta de entrada a la casa. Si yo me preguntara algo más en este momento, después de lo que ha diario me respondo, no sabría que pregunta hacer.

A saber creo que sería injusto realizar alguna, porque de todos modos tendría que responderla y de acuerdo a la dualidad de todas las cosas no me sirve la respuesta. ¿Fue así como tal, heridos desde siempre? Recuerdo la vez en que te desvestiste frente al portón mientras regaba el jardín. Nunca vi más hermoso tu cuerpo que ese día, completamente desnudo hasta de mí. Como el arte expreso que a todos acoge y a todos huye. Pero la situación no sólo era hermosa sino exitante, ver que te veían quizá con odio, malicia o desden, pero te veían allí, desnuda, como hoja húmeda ya sin capas a la vista de cualquier célula parlante. Debo a eso noches inconclusas y muchas horas de inquieta lucidez. Ahora no sabría que decir si se repitiera el acto. Si tan sólo hubieras permanecido en pie, o menos en pie y más en vuelo, con el aire y la voz noctívaga, sin darte cuenta de la luz y del día, y que así se hubieran sucedido las noches, como decir noches a la brasa. Pero ya lo he dicho, es irremediable y como tal creo que es justo –después de haber hablado de lo injusto– decir que lo único que no ha cambiado de lugar y de aquello que el recuento no tiene sentido, ha sido la manera en que camino por la casa; guiado a sabiendas de no sé qué sombra:

–Una taza de Té. Quieres Whisky.

y así todas las noches, con la solida función del oficiante nocturno que sólo por gramática pone el punto cuando a su memoria le llega el aguijón de la soledad.

sábado

De los viejos blueses

Uno no puede olvidar así como así aquellos blueses que se escuchaban desde Morro, en los bares que por particular sentido y gracia, se hallaban en las esquinas. De cuando se subía al Metro o al Camión y se usaba los muy sencillos y útiles Walkman, mientras se oía el blues el Camión, Metro o lo que fuera en que se andaba, pasaba las esquinas y se veía por la ventana las mujeres dilatándose el peinado, apalabrando el labio inferior con el superior y la rola se escuchaba lenta, profunda, casi metafóricamente. De cuando alguien nos decía no puedes olvidar esos blueses escuchados cuando se anda por calles solas, por el barrio, observando el techado viejo, los murales agridulces y siempre culturales del Banda que nos quiso compartir su arte; la colonia, la coloñia y el empedrado y sus ofrendas delegadas a saber de qué olvido u olvidado. Las fachadas enmohecidas, todas corridas, así, como negligé a media pantorrilla. Uno no puede olvidar esos blueses con la Morra cubierta de besos y sueños; le dice, te quiero nena, te quiero; la mano en tanto baja hasta la cadera y el latido se apresura y aquel que decía te quiero ahora, o en ese entonces, ya la deseaba, acá, con su tanguita rosa y su top de color negro, con el piercing en el ombligo, así a pura natal primavera. Yo recuerdo uno de esos blueses, allá por los años cultos de la chaqueta y la caries del corazón. Ella subió las gradas del cantón envuelta en perfumes de sándalo y canela; cabello recogido, aquellos tops de lujo que le hinchaba tantito los pezones y su arrítmico caminar, uno, dos, dos uno, con la cadera siempre dispuesta a divulgar heraldos cuasiextraños de quien la tomó por la cintura mientras viajaba en el Bus. Abrí la puerta y apenas cruzó el umbral, la madera crujió con todo y el tono de los perfumes que enseguida envolvieron el corredor por donde caminó, el umbral y la cama. Se fue directa a las sábanas desvistiéndose para que la mirara, coloqué el bluesesito; de los viejos, de las cintas que el Chema me roló. Daba vueltas y vueltas, con las sábanas corriéndose de su piel, eructando la impenetrable franqueza de su piel acanelada; baila y baila, luego su desnudez, la falsedad de las paredes cubriendo su encanto de féminas sombras y el por supuesto inescrutable ballet del closet para los adagios de cuando ella necesitaba vestirse de Gata. Me acerqué, no mucho, poco cicatrizado por los nervios. Toqué su piel, su curva ininterrumpible de cadera y las suaves y dulces, también acaneladas nalguitas suyas. Ella me pidió que la tocara más abajo –yo escuchando el blues y atendiéndola–: llegué a los muslos y poco a poco al coñito agridulce de sus diez y seis años de edad. Su edad, por cierto, era innecesaria si al caso se quería sospechar cuántas veces se había acostado con alguien; todo su cuerpo despertaba besos al ser besado una vez más. Sus vellitos, el camuflaje de su garganta y la diadema que se le formaba en los hombros eran justos, de hecho implicaba querer amansar la índole de venirse en seco. Me fui a la cama, más bien, me llevó a la cama, con toda esa parsimonia de quien a esa edad sabe que el disturbio sólo se halla en la naturaleza del celo del macho. Me recosté y nada más sentí el calor chiquito de su vagina y toda la corriente de labios semiabiertos, el flote de olor a sándalo y canela penetraron a son de blues los poros de la habitación. Así, rico, me la cogí. El blues sonó horas y horas, con el coñito desnudo, casi sin vellos de Sofía y una semiverguita palpando el escroto en tanto que la cinta titubeaba en cambiar del lado A al B, simplificando cada vez más las cosas que nos rodeaban. Los blueses del cuarto y el misterio de las cosas.

Leí en.

Uno se hace a la idea de pertenecer a “algo” que, por antonomasia, también nos pertenece. Pero realmente es innecesario creerlo. No pertenecemos ni, mucho menos, nos pertenece. Este estado de pertenencia (valga la reiteración) sólo se adquiere por adhesiones sexuales, y con adhesión, no quiero decir que se “pega”, sino que, por motivos creados, ahora sí, necesarios para el hombre y la mujer, nos son regidores de cada uno de los estímulos por los cuales obramos de tal manera; es decir, sentimos esos estados de pertenencia. Hace un rato leía una reseña que Erotómana escribió en su página y respecta a la evolución del hombre y la mujer. En sí, dice ella;

"Explica por qué nos quedamos sin pelo, por qué los pechos de las mujeres han crecido tanto, por qué las mucosas de nuestros labios se han dado vuelta y la respuesta es que todas estas mutaciones se produjeron por y para el sexo".
Más abajo reitera:

"Morris, zoólogo, asegura que nos fuimos haciendo lascivos por necesidad de adaptación: cuando el mono se hizo cazador se vio en la necesidad de actuar en grupo, debía cooperar y desterrar la rivalidad que suponía la existencia un macho dominante, jodedor de todas las hembras. Para favorecer esta cooperación de machos, nada más efectivo que el que cada uno dispusiese de su hembra: un modo de evitar líos. Para que esta relación se mantuviese más allá de la época de celo y cría comenzaron a copular cara a cara y con ello apareció el enamoramiento, y el gran lazo afectivo que nos une a nuestra pareja".

Si esto es cierto, creo que me he salvado, ¿ustedes, no? La regla que sistematiza al humano–humana –si la existe– es aquella que fue directamente implantada por “nosotros mismos”, y vuelvo al tema arriba comentado, la pertenencia. Díganme quien de ustedes después de haberse cogido, rapidín –hecho el amor– no siente que esa mujer ya es parte natural, y quiero decir está hecha para nosotros exclusivamente, es más sencillo y más complicado que esto. Sencillamente por haberse acostado con uno ya tiene la sensación de que puede poseerla cuando uno guste, por supuesto existen excepciones. Y esto va más allá. Llámese “Machismo” o patriarcado, que para el caso es lo mismo, el hombre ha conjugado el sexo a la sumisión de la mujer, y se ve envuelto en un dilema, pues realmente quien envuelve es “Ella”. Kristeva nos habla del “Kora o Chora”, y no es más que la vagina. Pues bien, nosotros “salimos” de ese “lugar” oscuro y penetramos dicho lugar. El sexo es pues, no la eyaculación o el hacer el amor o el rapidín, es, simplemente, volver. Y por supuesto habrá quien debata lo que digo, y es justo que así sea. Cuando se habla del Kora, se habla del comienzo, en sí, de nuestra labor de creados, desde allí “nosotros” empezamos y comprendemos el mundo, o “nuestro” mundo. Cuando se nos es arrojado –en este caso diría Sartre, a la nada– no sólo nos arrojan, sino que nos despojan de todo “contenido” –y esta idea de contenido viene de la existencia prenatal– y es pues que nos volvemos seres inservibles, excepto para cagar, hacer orín, vomitar, etcétera, y, desde luego, para coger… etc. Sin el sexo el hombre se consumaría en una civilización totalmente patriarcal (o debería decir “Mampal”) y eso, ustedes saben bien que no es sano. La mujer viene a tomar el poder, dicho por Kile Millet, con todo el orden del mundo, es decir, en su estado catastrófico.

jueves

Cartas a Bonampak

Ahora que releo ese poema de Bartolomé (Cartas a Bonampak) y que hace apenas unas horas estuve en la ciudad que es natal, bien puedo escribir una mentira y abandonarme al litoral de naufragios. Podría empezar diciendo que estabas sentada frente a la "Capital" que sin algarabía dirigía tal anuncio a los jóvenes oconsinguenses. Realmente estabas ahí, sentada -con tu jeans y blusa y el aspecto de mujer esperando a que llegara algo- con el cigarro en mano. Tuve la oportunidad de pensar, ante todo, en lo que significaba el que tú me esperaras y que yo llegara con el aspecto de quien sabe que no lo espera nadie pero lo espera algo, más allá de lo admitible que puede ser el aceptar el cuerpo de una persona esperando, y que por supuesto, ve y no espera nada, sino, quizá, terminar su cigarro con la costumbre abstracta de mantener el silencio por cada bocanada. Me paré frente a ti. Tú sólo alzaste la mano, tomaste la mía y dirigiste mi cuerpo a la banca. He allí el retrato de dos personas que no esperan nada. Tú fumabas y yo leía Pessoa. "Quien escribe cartas de amor es ridículo". No sabía realmente adónde dirigir mi vista; bien pude dirigirla hacia ningún lado y hubiera sido perfecto, pero no. Tenía que dirigirla hacia algo que pudiera existir, a parte de la existencia blanda que representaba estar sentados en una banca, como cosas que se adhieren a otras cosas y que como tal, no significan nada, ni siquiera. El patíbulo o la casa, uno puede elegir, pero en esta ocasión diré que no elegí. Que sólo me dejé llevar. A decir verdad creo que no elegí eligiendo, aunque el gerundio lo parezca, no elegí. Es algo tan real como saber que sólo el humo expelía palabras que ni tú ni yo éramos capaces de decir, o de gesticular si acaso. El humo y la "Capital", la colocación del artefacto; una píldora para la garganta y de pronto ¡Bam! en los sesos. Se desmayó dijeron, se suicido dijeron, se tomó una píldora dijeron. Pero estábamos sentados viendo. Deposité el libro sobre la maleta y pensé. Sabía de aquellas veces que te había dicho, hace años, cuando sentados en la misma banca, reconocí el lugar y hablaba de una cierta comparación con la copa y la ciudad. Vives envuelta en neblina, de allá arriba baja la lluvia, con la caldera depositada sobre su espalda, baja la lluvia y remueve el hervor en los techos. La gente corre, hierve también en su helecho y se va a hervirse, como en diagonal a intentar tenderse en línea recta sobre los artificios que las calles y avenidas esconden. Y de allá arriba baja la lluvia, densa, clara, menos densa más clara, baja la lluvia con galope constante. El caballero negro danza, el corcel negro danza, el sombrero negro danza, la desfiguración del contenido, la danza en la danza de los albatros a los cuales les pico lo amargo. Y digo la lluvia baja de allá arriba, latente. Pero tú estabas describiendo el proceso del enfriamiento, cuando las vivas corolas de las muelas y el alfanje de la garganta eran cortados por el filo oftalmológico de la cerveza. De pronto ¡Bam! La píldora. Dicen que estaba sentado a lado de una Mujer media clara con jeans azul y blusa negra, de botas. Y dicen que ella fumaba mientras él leía Pessoa como en un risco al cual le hacía falta faro y barco y mar, porque se caía de lluvia al no esperar nada, ni la humedad.

lunes

Diario Monitor

La cuadrapática esdrujulástica reportándose. Bien: sé que no es bueno dormirse demasiado tarde y tampoco muy temprano. Hace días que no duermo a mis "horas" y esto me recuerda a Cien años de soledad; ¿saben?, soy poco nostálgico. Ha de ser que me tocó el mal de la vigilia. Verán. Acostumbro salir a caminar y perderme, pero por azar de qué sé yo voluntad que no es mía, ya no lo hago. Entonces decidí comprar unas películas; llegadas las once de la noche y en aproximación a no terminar ni el segundo capítulo de cualquier libro (después de todo qué importa, una novela o un poemario no se escriben en dos días, y esto no es mío, quiero decir que alguien más me dijo que leyera con calma: Mario y Antonio) coloco el Dvd, lo inserto y espero a que las imágenes aparezcan. No siempre guardo esa costumbre tan férrea de las once en punto, a veces más tarde, otras más tarde. Y resulta que veo dos o tres películas y llega la hora del sueño como a las 5 o 6 o a veces, a las 4 de la mañana. Sabrán ustedes que si de despertar se trata no soy muy bueno que digamos. Hoy por ejemplo la llamada de Mili me despertó, eran las once AM. No soy recurrente pero voy a contar este breve sueño que concluyó con la llamada ya dicha. Pocos saben que soy enamorado empedernido de Tarja Turanne, sí, sí... Nightwish. Soñé con ella y con otro tipo. Llegaron a tocar a mi pueblo; pueden creer que en Comitán. Luego estábamos, ella, el tipo y yo en una biblioteca. Quería robarme un libro. Curioso, recuerdo el nombre del libro: La nota y de autor con apellido Pérez. Aludo que pueda tratarse de Arturo Pérez-Reverte. No sé. Sonó entonces el celular y desperté. Existen otras cosas dentro del sueño, tal como que no recuerdo el nombre del autor pero sí el apellido, que subí al tercer anaquel del estante para ver el libro, que estuve a punto de caer y ser sorprendido, que el tipo vestía de negro y ella de color blanco (yo no me distingo), que ella se cepilla los dientes, etcétera.

Repito, sonó el celular, respondí con el acostumbrado ¡Alo! Déjenme decir algo: por favor no escuchen Coldplay cuando entren al baño a las once y cuarto. Resuelto esto, continúo. Me bañé y sí, escuchando Coldplay. Lo que ahora sigue es algo quizá más personal, pero antes y por azar, suerte de memoria, quizás, recordé la edición en homenaje a Raúl Garduño que la Institución de Cultura de Tuxtla Gutiérrez realizó en 1982 con una horrible, vomitada letra. No sé a quién correspondió editarla (ustedes sabrán), pero en aquellos años el subsecretario era Palacio Rincón. Para verificar lo que digo pueden acudir a la biblioteca (jéjá) de la facultad de humanidades, de nuestra honorable universidad autónoma de Chiapas. ¡Upi!

Tengo antojo de una Caguama bien fría. ¡Uy!, es que ando escuchando Contigo aprendí. ¡Ay amor! Por cierto esa rola es muy bien conocida, sobre todo por el rubro de burócratas y panfleteros que casi siempre acudimos a ciertas cantinas. La letra quiera o no, me late. Como dice el tocayo en apellido de este Compa A. Fernández: Qué es la vida sino muerte que luminosa que anda. (Me van a perdonar pero no recuerdo muy bien si así está escrito). Pero hombre nada mejor que estos versos:

Tú vendrías de las entrañas de una música
guardada para siempre en tu rostro.
Vendrías como tú misma, en la respiración
de una carta o un recuerdo.

¿A poco no? Pertenece a Raúl Garduño del poema Trayectoria. Fíjense que yo tengo ése y otros poemas en copias. El libro, si se puede decir así porque es un panfletito con no más de siete poemas, me gustó. Es lindo. Yo no recuerdo a menos éste y otros por ahí, que pertenecieron a las ediciones La rendija, de acá de Tuxtla.

Pero le demos vuelo a la hilacha:


Tú no estás. No es posible que hayas
estado aquí.
Entraste por un descuido de la memoria,
entraste por la puerta de un recuerdo
y te pusiste a acariciar mi soledad,
te pusiste a decirme que me acordara,
que aún la vida esperaba en el patio
con tranquilidad,
que tus manos eran seres vivientes,
palabras y hechos,

Del poema Cristal de lo oscuro.

Y por qué no, otro más. Y este con más onda porque ando escuchando José Alfredo Jiménez y ustedes recordarán eso de La vida no vale nada. Ahí les va.

¡La vida!,
¡y quiero anunciarla como quien presencia
la construcción de algo gigantesco...!


[...]

Qué: ¿debo olvidar?

Todos estos años he querido darme cuenta
de que el sol existe,
de que yo mismo existo.


Del poema Por detrás de la noche.


No que mucha verga, poétucos. Con eso tengo, por ahora. Allá arriba dije que hablaría de algo más personal. Pero, ¿no es acaso más personal sentir lo que otro dice? Pensé en hablar de las cartas escritas y de los poemas que aún no termino. Y estoy seguro que me hizo falta, pero mucha falta hablar de ti. Qué puedo hacer, nada. Se me cae la sed y no hay manos que la levanten.

jueves

Después de todo qué es ese frenesí que a todos nos inyecta la lujuria de andar por las calles errando zapatos contra la flora y fauna que la ciudad nos da. Yo recuerdo muchas calles, avenidas, y todas ajenas; insultantes si se quiere por el hecho de merecer huella tras huella los bordes de su aritmética base. La mujer descalza del mercado, la nena que compra las blusas doradas o blancas, el morrillo que se orina en la corteza del árbol y todos los demás caminando por quién sabe qué lugar. Como quiera es ir, venir, tomar, dejar, el círculo colosal de todos los pasos andados, la puta mierda de caminar al rumbo de la acera, o diría mejor al ritmo de acera.

lunes

¿Ustedes, queridos lectores, alguna vez han ido de compras al Chedragüi? Yo sí, ayer. Compré Colchoneta, Shampoo, Desodorante, Crema para peinar, Enjuague, Downy, y etcétera de cosas; todo para el buen mantenimiento del sacro santo hogar. Luego que pido unas cajas con el fulanito que atiende el área (algunos le dice piso) de electrodomésticos.

-Siñor, Siñor. A cuánto las cajas.
-No Señor, no cuestan nada, puede tomar las que usted quiera.
-Jum, gracias.

Que tomo las cajas y una señora dice. Joven, Joven, no se puede llevar todas las cajas. Ustedes sabrán que “todas la cajas” es exagerar, y la vieja exageró. Cómo pueden entrar más de 50 cajas en dos putos carritos que van hasta el culo, con Colchoneta, Shampoo y etcétera. Y la vieja me hizo pagar un peso por las cajas que no llevaban mercancia. Su puta madre.

Luego el estupidito recepcionista (o cómo se le dice al encargado de recibir las maletas y artículos para guardar en una de esas cajitas en chedragüi, y que te dan un número para poder retirarlo después) me dice: estaba viéndolo para ver (oían ustedes, estaba viéndolo para ver) si venía por sus cosas (unos libros que compré). Yo dije, jeje, este wueyesin.
Total me retiré con mis artículos Capitales. De pronto que surge la idea de escribir eso y luego decir que tengo la sobriedad para escribir, además, el intro de un cuento.

"De tal modo que la casa se pintara de azul y con los ángulos, sentidos y geométrica correcta, Becerra recordó la historia completa de la arquitectura".

jajajaja. Por otro lado, es interesante pensar (si acaso sé) en la vitalidad. A qué viene esto, gracias a José Ortega y Gasset.



sábado

Hace 3 años tuve un blog –no lo parí, quiero decir–: en aquel tiempo escribía “cosas”, como ahora. En específico, escribía sobre y para Morena. Hoy desperté no muy temprano y no muy tarde, prendí el televisor y directo como flash el canal donde pasaba una película de Tin Tan que se llama: Simbad el Mareado. No tiene mucho de particular –la película–, sólo el hecho de que la actriz que sale a cámara con Germán Valdez es morena y muy bella. Recordé entonces –porque la actriz y a quien escribía en aquél blog, de cuyo nombre no quiero acordarme, tienen el mismo tono de piel, y por tono quiero referirme al color y no sólo a eso, sino al ritmo, me explico; siempre he creído que todas las personas tienen un sonido, ritmo, tono, son o como ustedes quieran llamar, en mi caso he referido a los hombres el Blues y a las mujeres el Jazz [recuérdese que en el jazz hay mucho de blues pero en el blues no tiene nada de jazz]–. Con el recuerdo se acumularon las nostalgias, por eso decidí ordenar los archivos y escribir, más bien transcribir uno de aquellos textos que le dedicaba a Morena; pero antes anoto el “recuerdo fotográfico”. Los mismos tres años arriba citados. ¿Era abril o marzo? Marzo. A Ella le tocaba realizar el evento de administración junto a sus amigas. Por azares una de ellas sabía de bailes –sabe– Hawaianos, ¿o era Tahitianos? Escogieron el baile y se dieron a la tarea de ensayar; yo recuerdo muy bien que en casa de sus hermanas le pedía me bailara. El día del evento se equivocó dos veces, asunto en particular que no importó. He aquí el texto desfechado:

“Amanecí otra vez entre caguamas
y me querías decir
no te la ´caves,
pero calle tu boca
con mis sorbos
y así pasaron muchas…
¡Achingar!
Muchas copas.

La mujer de Lot nos sirvió para los limones. Suspiré por ti con una caguama en la mano, el cielo nocturno se nubló y comenzó la lluvia. ¡Tus ojos, mi vida, parecían la flor que me andaba pintando! Como te extrañé la noche de anoche.Tu boquita dulce y apretada la probé con un trago y me embriagué de ti como un borracho. El frío contempló tu ausencia y mis brazos se mordieron las ganas de tenerte. Como te extraño. Las violetas y los corchos rodaron por la acera y tu piel de monja cubrió las avenidas. Como me acuerdo de ti, querida. Con esta Sol en mis manos –ya no había para escoger–: así que recordarte entre Sol y Superior, no importa. Ni la corona me interesa tanto como tú. La luz de los faroles cayeron en silencio con un recuerdo, las cadenas de la muerte ataron al mendigo y las voces cortas se diluyeron sobre el pasto. Te mandé un mensaje con un eructo y casi terminé ahogado. Me hace tanto daño pensarte. Ya no soy como antes, ni la influencia de Palomas me conduce. Como te quiero. Te quiero entre las faldas de la liebre, con el amor prendido al sexo, te quiero aquí pecho tierra, fumándome un cigarro y tus nalgas ajustadas.”

lunes

La siguiente “crítica” tómese como la de un lector, simplemente.
Supongo –y a veces lo afirmo – que el poema tiene varios “rostros”: quiero decir es como un diamante. El lector aventajado o el poeta conceptuado, observa estos “rostros” –muchas veces, ya sea por el reflejo o por experto pulidor de aros, dicen: ¡es mal poema! ¡L e falta chispa! ¡No tiene ritmo! Y los más aventurados [después del que dijo que es malo] se niega a leer la obra de “x” (con todo derecho) porque la obra de “x” es una mierda –. La verdad, déjenme reír: jeje. Jeje. Todo esto es parte de la subjetividad y la marimba y los tamales y hasta quedar pedísimos hablando de poesía en una cantina. Pero ya, enserio. La verdad (otra risa, jeje). Mucho se ha fallado al comentar los textos expuestos –expongo esta “crítica” a esos término subjetivos –. Por qué sucede esto: saber. Mal que bien por que son críticos expertos. Como decir, para uno es atole en las venas y para el otro agua de horchata en pleno marzo. Hace meses leí cierto artículo –me gusta eso de cierto porque le da un toque detectivesco al asunto en líneas – que decía: si existen muchos poetas quiere decir que no tenemos buenos lectores.
Mario Alberto Bautista, el buen Mario, el Fans de Amo de Caza, escribe sobre su poética:

Se ha dicho hasta el hartazgo que en Chiapas uno levanta una piedra y aparece un poeta. Es cierto: pululamos, y la inmensa mayoría somos, en verdad, muy malos. Alguien debería decirnos que no tenemos mucho futuro. Alguien debería ya quitarnos nuestras becas y talleres y nuestros premios múltiples y locales. Alguien debería quemar nuestros Converse y nuestras bermudas y nuestras camisetas de María Sabina. Pero nadie lo hará…

(Jeje), disculpen la risa, pero tenía ganas de reír. Qué puedo decir o mejor, qué putas puedo, sino decir casi lo mismo. Pues que tampoco respeto a los de mi generación y menos a la suya, y por si quedara duda, pues, ni duda cabe. Aunque el tono es un poco engañoso. Se sabe de buenos y no sé cómo llamar a los malos poemas. Ya sea por amistad o verdadero compañerismo le dice uno al de a lado, ¡ese poema es bueno, me cae!
De la revista donde extraje la cita se pueden hallar a otros jóvenes poetas –la revista es Punto de partida en su No. 149, Trece poetas de Chiapas –, pero antes quiero celebrar este verso de Mario:

Y en mí no equivocan las navajas su marca. Yo siempre quise todo menos la memoria.

Y ahora recuerdo a Balam –porque él se hizo cargo de la reunión de los trece poetas –, quiero decir que el sí escribe y sin comillas o cursiva, POESÍA DE CHIAPAS. Por qué digo esto, ¡ah! Por el pleito cazado entre Balam y Ricardo Cuellar –me podrían creer que tardé 5 segundos en recordar el nombre del segundo en contra punto –: quesque la poesía es universal, que a chuchita la bolsearon y etcétera. Y ahora viene otro recuerdo –que muy mal recuerdo – cuando el Profe Urbina leyó la poética de Ignacio Ruiz Pérez (otro dentro de la revista). Y no sé por qué artificio o chisme o quién sabe qué, pero la poética del susodicho la hizo toiing. Yo recuerdo y muy bien que me cagué de la risa –L. H. O sea: Literalmente hablando – viendo como Balam veía a Urbina leyendo y diciendo esto es x, y, esto, y, entonces por qué esto es y, y, y, lo de otro x, total en la madre. No creo que Balam se haya disgustado con eso, la verdad.
De hecho esa vez la revista se presentó en un disque homenaje a Raúl Garduño –creo que leí esa vez – y nel era para la presentación de la ya mencionada revistuca. Y bien. Tomando a Ignacio Ruiz Pérez, no creo nada de lo que dice sobre la poética de Eduardo Hidalgo
[1], me voy más por lo dicho en pocas palabras por Fernando Trejo –y que ahora intentando buscar el link para la cita, ya no encontré –. En efecto, siempre existen versos atrayentes de cualquiera de sus poemarios, aunque debo decirlo no me gustan.

Regresando a la revista, tenemos a Fabián Rivera, el ya dicho Trejo, Luis Arturo, el ya citado Mario, el otro también citado Ignacio, al compa Bernardo y otros más. Pero quiero reducir esto. Mucho se ha criticado a Rivera y a Trejo, que si son malos, que si la cumbia de Colombia, quesque ven morena a moverme la negra, etcétera. Pero yo creo que más lo hacen por envidia. O_o. Hablé con algunos compañebrios y otros, y dicen: son malos, no sé porque premios, etcétera. Yo digo que escriben y punto. Pero eso sí, lo que dijo Fabián de Trejo en poética arbitraria, o sea, el enfant terrible de la poesía chiapaneca no lo creo nadita, ni creo que el otro se lo crea. Creo, en todo caso, que se están choreando y así se llevan.
Recordando a Balam. Tampoco es cierto eso que dice: nunca se han leído entre sí. Más bien algunos se cagan y se caen muy mal y por eso ni se pelan, o bien pertenecen a elites o suburbios o la cucha repleta de tetas. Y ahora recuerdo a un tipo que en alguna borrachera confesó haber escrito puras pendejadas para el premio del Quincho, y que la madre y se mofó del jurado, yo dije, bueno, ¡este wey jeje! En fin.
Retomando a Fabián Rivera. Hace algunos meses Bernavé leyó el poema Canto a mis espaldas. No me gustó como lo leyó y lo leí yo, entonces dije, no, pues, sí. Y tiempo después le dije a Fabián que me había gustado su poema Canto a mis espaldas y el contestó: estamos a mano.

Bueno, creo que ya le voy a parar por el día de hoy porque mi madre acaba de llegar con unos chicharrones (¡sin albur eh weyesines!) y bistek para la comida. Ya cuando me vuelva la gueva después de releer cien años de soledad, pos haber si le sigo con esto.



























[1] http://econegro.blogspot.com/search?updated-min=2007-01-01T00%3A00%3A00-06%3A00&updated-max=2008-01-01T00%3A00%3A00-06%3A00&max-results=50

jueves

Podría decirse que el defecto principal de la tristeza es su carencia de interés o de substancia. Los celos producen un Otelo; la ambición una Lady Macbeth; la sensibilidad exacerbada un des Esseinte, pero los tristes pueblan el inmenso territorio de la literatura en calidad de personajes ínfimos. Salvador Elizondo.

domingo

Nueve cero siete es la hora en que
suena dentro del cuerpo

el tambor el hilo y el arco
la palabra esdrújula
que como chaman catártico
deshiela
el dédalo de los ojos

miércoles

martes

¿Alguna vez has escuchado a Schubert? Digo: sí. ¿Alguna vez has escuchado Schubert mientras el tiempo se vuelve pulpa dentro de nosotros, no morimos, pero sí nos hacemos pulpa de tiempo, reloj y manecillas caídas? ¿Alguna vez has escuchado Schubert una noche a solas, en el cuarto piso de una esquina desolada, mirando quién sabe qué cosa, pero mirando? Tal vez viendo pasar el recuerdo. ¿Alguna vez has escuchado Schubert una tarde en que el tiempo se detiene sobre el anillo de los cerros y el sol enrojece antes de penetrar el mar, con toda su pasión desbordada? Digo: sí. Y ahora que escuchas a Schubert ¿no sientes el briago sabor del medio día, su embelesada tristeza, su callar de campo sepultado, esta ciudad rabia por el cuerpo que le han quitado, no lo sientes? De dónde vendrá este olor a muerto entonces. Ahora observas lento como Schubert suena en tu cabeza: el Sí, el Do, el Re ¿cómo suena en tu cabeza el Do? Observas y callas. Callas porque no hay más qué ver, el eco del Do en tu cabeza y la imagen disparándose en el aire: la pluma que cae hacia arriba en espiral. ¿Alguna vez has escuchado Schubert recostado, sintiéndote espiral? Allá arriba se citan las palabras y del centro de su gravedad bajan a nosotros. Ahora que observas la caída de una palabra ¿qué te dice? ¿Alguna vez has escuchado Schubert pensando palabras? Cuando callas te detienes como hoja entre y bajo el tiempo, tu voz se guarda en las células de esa hoja, se va secando hasta caer y alguien la pisa y suena tu quejido, tu reclamo, tu pasión. ¿Alguna vez has escuchado Schubert pisando las hojas que caen del árbol mayor? ¿A qué sonara el árbol en Re mayo? ¿Te han dicho que suenas a hoja suelta? Schubert coloca hojas sueltas en Re mayor, ¿te gustaría ser una hoja suelta en Re mayor? Digo: sí. Por qué observas callado la ausencia, ¿no te grita acaso tu destierro? Esa foto que ahora observas también te mira escuchando a Schubert. ¿Alguna vez has escuchado Schubert viendo fotografías? Qué es de ti. Allá, lejos. En la plena ausencia. Donde la escafandra cubre toda ansiedad, pasión o delirio. Tú ¿alguna vez has escuchado a Schubert cuando estás a solas y la tarde mata pasional el día? Allá, lejos. Con la vista fija sobre la ventana y detrás del vidrio donde no se ve a Schubert sino el destilar del embriagador sueño que tiene la noche. De verdad alguna vez has escuchado a Schubert. No me cansaría de preguntarte esto otras veces. Allá, lejos. Ahora que me escuchas porque te estoy hablando y sobre ti cae la pirámide de palabras y ya en ti crujen, porque realmente yo sí escuché Schubert detrás de esa ventana, viendo que me veías.

lunes

La llamada estaba hecha. Ring ring ring. El teléfono suena. Otra vez. Ring ring ring. Estará la línea ocupada, se preguntó. Resuelve en no preguntarse mamadas, si estuviera ocupada sonaría. Tu tu tu. Qué estará haciendo. Le dije que en quince minutos llamaría a su casa para vernos en el cinco letras. Ring ring ring. Uno se pregunta a veces, cuando está parado en el teléfono público de monedas, a dónde paran esas monedas. Crustáceo Cascarudo dijo una vez que por la línea corren las monedas. Dependiendo del peso, o sea; si es de una moneda con valor de un peso, tardaría más en llegar hasta el otro lado. Me imagino cómo será. Por si las de hule, yo le pongo monedas de diez pesos. La levedad importa dice Kundera, pero el peso me es más importante en actos como los que se realizan en el cinco letras. De nuevo suena. Ring ring ring. Crustáceo Cascarudo dice que la importancia radica no sólo en el deseo, sino en el espacio del deseo. Una cuestión de pensar hacia dónde y que hacia allá pese más que de este lado ¿a la guevas de la Chupapolla le interesará esto? Saber. El Crustáceo es todo un valedor. Un ñero chido. De cualquier forma la importancia no está en lo que se desea, sino en cómo deseamos. Hola. Hola. Qué pasó. Te dije que te llamaría. Ah... ah... sí. Pues sí pendeja. Qué tranza. De qué. Osss. Ah, sí. A qué hora nos vemos, pasas por mí. Órale, yo te recojo (risas en mi cabeza). A las seis está bien. Chingón, así tengo tiempo de... osss yo sé. Colgó el teléfono. A veces me pregunto, si es que quiero decirle algo al Crustáceo; Leyva escribió un poema que se refiere a las llamadas telefónicas. El Crustáceo no entendería que es Leyva y menos el poema. Ocurre que por las noches me atrevo a llamar y llamar por teléfono con una manía increíble. Recuerdo el poema. Sin que nadie me escuche el número al que marco es desconocido y suena la contestadora: si no estás, si no quieres no respondas, mañana vendré para llamarte.
Paso con la VAN del Jefe por la Chancluda. Nos vamos al cinco letras. Sé más delicado, así no. Oye me lástimas. Qué te pasa. Ah, ah, ah así asiiiiií asíiiiii nooooo. Terminado el asunto me visto. Cuchuflas y ya. Bueno, me dice. Y ahora qué. Me quieres. Uy sí, harto. De veras. Me cae. Enserio. Osss que sí. Mira que yo si te quiero por eso me entregué a ti. Ah (por mi cabeza pasa, ah claro, aguevo, así debió de ser sino como es que tanta buena boca y mano, ¿no?). No me crees. Quién soy yo para no creerte: te creo. De veras. Bueno, te vistes y nos vamos, va. No quieres hacerlo otra vez. Va. De nuevo el así no, etcétera. Salimos del cinco letras. Adónde me llevarás. Pues a tu cantón qué, ¿no? Yo pensé que me llevarías a cenar. Unos tacos, te late. ¿Otro tipo de cena, no se puede? Quesadillas, acá con la Betún, te late. Ok, no importa dónde esté, si es contigo. Ah (y por mi cabeza pasa: puta madre que cursi la pinche vieja y además mamona; otro pensamiento que se atraviesa: séeeee). Bueno, ya, a tragar. Provecho, amor. Josuputamadre: amor; no me late. Qué diría el Crustáceo Cascarudo de este lio: Mira, la neta ya te dije, recuerdas que te dije lo que te dije, cuando hablamos con el chompiras, a él también le dije lo mismo que te digo a ti, pero son igual de gueyes, ¿recuerdas qué le dije? Pues eso te digo, ¿no? Y yo, no pues sí, aguevo, tal como debe de ser.
Me llevo a la susodicha para su cantón. Su Jefe me espera en la puerta. Ella me dice, yo no le dije nada a mis padres, eso te lo juro. Ah (otro pensamiento: ya valí verga). Joven, joven. Sí, diga. Mire yo a mi hija la quiero mucho, usted entiende. Sí. Pues entonces ya hablamos, ¿no? Claro, todo correcto. Me subo a la VAN, pienso en la línea de teléfonos. Será posible que las monedas viajen tal como dice Crustáceo Cascarudo. Lo intento otra vez. Marco cualquier número. Ring ring ring. Tu tu tu. Nada. Marco otro número. Ring... hola. Hola. Quién habla. Cuelgo. Demonios, es la primera vez que me responden y no sé que decir. Vuelvo a marcar el mismo número (eso creo pero me equivoco). Ring... Hola. Hola. La voz de una mujer de edad mediana. Desea algo Joven, pregunta. Sí, respondo. Dígame usted. Podría pasarme la línea que todos los días marco y siempre está ocupada. Perdone, Joven. Nada: todos los días suenan a ocupado.

viernes

Desenfoque


Hace una hora que llovió. Mientras llovía, escuché música e intenté leer, pero no pude. Pasó la lluvia, salí del cuarto; ahora está fresco el clima; quién sabe. Recordé varias lecturas en el proceso de música - intento de leer. Creo que me he vuelto completamente agresivo con eso de las novelas. Hace más de un mes que no leo una sola hoja de novela, después de todo a quién le importa. A mí, sí y no. Estaba buscando una palabra para decir que recordaba a J. no supe cuál. No tengo idea de que se pueda, con una palabra, significar a J. Quizás esa letra. "J". Tiene gracia, ahora que la veo en toda su anatomía. La J sí se parece a J. Ella es delgada y si tomamos en cuenta que la curva de la letra no se refiere a la espalda de J. sino a su cadera, digo que es J. así como se escucha y lee mentalmente, la palabra que significa tanto a J. como al recuerdo que tengo de ella. Hace tiempo que no la veo, de hecho estoy desprovisto de toda información. La última vez que la vi, aclaro que no deseo que la "última" haya sido esa vez, fue en su propia casa. Estuve largo rato hablando de ella, de las citas que tuve con M. y de otras tantas cosas más. Igual, aquel día también llovió. J. le teme a los relámpagos y recuerdo que aquella ocasión hubieron muchos por todo el cielo. Incluso observé por un tiempo no muy corto, cómo caían esos relámpagos. J. simplemente fumaba recostada en el sofá. Recuerdo: parecían ramas que se desgajaban de quién sabe qué árbol, y al caer llenaban la tierra de fuego.
Pensé si nosotros, J. y Yo, estábamos también suspendidos de algún tipo de árbol, o si ya nos habíamos caído y solamente esperábamos los gusanos sobre nuestros gajos. Hubiera preguntado J. que por qué se me ocurren ese tipo de pensamientos. Cuando la lluvia se prolongó demasiado, hasta ya no permitirme mantener la ventana abierta, dejé de pensar en nosotros; la brisa sin darme cuenta empapó la playera que llevaba puesta. J. fue quien extrajo del closet una toalla limpia para secarme. De pronto el trueno y una enorme, pero hermosa luz roja atravesó el cielo. Las ventanas de los demás edificios también se iluminaron al igual que la de J. Hubo rastros del trueno en toda la ciudad y tanto el cuerpo de J. como el mío sintieron el eco de ese relámpago, haciendo que ambos nos abrazáramos. Fue en ese momento que supe que nosotros, o más bien J. había madurado desde hace mucho tiempo, antes de que pensara en si éramos fruto de algún árbol. La lluvia continuó hasta muy entrada la noche. Yo sentía la necesidad de decirle a J. que no tenía porque temerle a los relámpagos. Es obvio lo que intento decir: mi camino ya estaba de por sí oscuro. J. permitió que me quedara a dormir, mientras la lluvia pasaba, en el sofá. Ella durmió en el cuarto de M., es inútil confesar por qué eligió ese cuarto y no el suyo. La noche cayó en todo su esplendor y dejó de llover; el cielo estaba estrellado; volví a la ventana y desde allí, porque J. dejó entre abierta la puerta del cuarto, pude observarla por última vez. J. tenía el aspecto de ese cielo nocturno, como una invitación para entrar a ella a través de sus ojos y que ellos, siendo formas redondas, guiaran con su físico al centro de su cuerpo; su constelado universo de estrellas. Dejé de observar el cielo y dejé también a J. descansar. Estoy seguro de que ella no dormía y bien pudo escuchar lo que a resuello le dije, al pararme en el umbral de la puerta del cuarto. Ya no la he visto. Sólo recuerdo algo más, y quizá lo fundamental de todo el relato. Aquella ocasión al salir, me sentí observado por unos ojos inmensos, omniscientes, después la lluvia regresó como si J. sin desearlo me hubiera hecho entender la soledad de las calles oscuras, cuando la lluvia no basta para que dos cuerpos se guarezcan a guisa de enamoramiento.
Qué será que cuando toco tu cuerpo y te digo es mío también me ocupo en tener tu soledad pegada como postigo a la mía. Anoche, por ejemplo y después de varios intentos, logré convencerte de que te quedaras en casa. Otras veces voluntariamente has llegado y al regresar del trabajo veo que me esperas hasta tarde, quedándote dormida. Tomo el buró como asiento y desde allí; la perspectiva de tu cuerpo delgado en posición fetal y tu cabello cubriéndote el rostro; te veo. Necesariamente necesito aclarar que me gustas más cuando duermes. Creo que en ese estado me desentiendo de ti y de tu cuerpo, y por lo tanto de tu soledad ocupándome únicamente de la mía. Observo como se infla y desinfla tu vientre. Pienso en que así están constituidas nuestras vidas, juntos: en un respirar y exhalar mientras permanecemos en la cama. La otra noche tuve miedo. Desperté sudando y tú ya me esperabas con los brazos abiertos. Sentí que era tu hijo y que como mi madre te amaba aún más. Lo mencioné y reíste. Al ser tu madre el incesto no te apena. No. Realmente no. Al final, esa noche fui yo quien cuido de ti. Recostada sobre mi pecho, atando mis brazos con tu cuerpo. Tu desnudez. Y después de tanto pensarlo me di cuenta de que de algún modo que desconozco, sé que he salido de tu vientre, que allí pertenezco. Si leyeras esto reirías de todos modos. Muchas veces me has preguntado porque no te despierto cuando llego tarde y tú estás dormida. La respuesta ya está dada, mencionarlo otra vez de nada sirve. Aunque creo que jamás he sido sincero al responder frente a frente. Me gustas, eso es todo concluyo. Hace tiempo, cuando nos conocimos en el café; leías una novela, no recuerdo el título, sólo sé que alude mucho a lo que ahora voy a comentar. Tiene dos meses que tú ya no duermes, quiero decir: no me esperas dormida. Tu excusa es la cena. Quieres cenar conmigo y después platicar un poco. Dices estar descuidada. Que ya no te amo. Lo último puede que sea verdad. Lo otro estoy convencido de que ahora tengo más tiempo para ti; en el trabajo, cuando duermo, cuando estoy con Javier en algún bar, te pienso. Recuerdo tu sueño sin aspaviento y termino diciéndole a Javier que iré a tu casa a verte. Debo estar obsesionado contigo, o de otra manera no podría comprender por qué ahora me es tan difícil aceptar estas soledades nuestras. Ha de ser que nació en cualquiera de los dos el dejo del olvido. Que nos estamos olvidando. Por qué. De qué nos sirve. Responder sería sentenciarme, no lo deseo; pero hay algo indudable en todo esto: cada día me siento más solo y veo que en ti ha crecido la hierba del espanto; como si la casa donde ahora me esperas, hubiera poseído tu encanto, decorando cada noche más el álbum de reproches de las cuatro paredes.