viernes

Desenfoque


Hace una hora que llovió. Mientras llovía, escuché música e intenté leer, pero no pude. Pasó la lluvia, salí del cuarto; ahora está fresco el clima; quién sabe. Recordé varias lecturas en el proceso de música - intento de leer. Creo que me he vuelto completamente agresivo con eso de las novelas. Hace más de un mes que no leo una sola hoja de novela, después de todo a quién le importa. A mí, sí y no. Estaba buscando una palabra para decir que recordaba a J. no supe cuál. No tengo idea de que se pueda, con una palabra, significar a J. Quizás esa letra. "J". Tiene gracia, ahora que la veo en toda su anatomía. La J sí se parece a J. Ella es delgada y si tomamos en cuenta que la curva de la letra no se refiere a la espalda de J. sino a su cadera, digo que es J. así como se escucha y lee mentalmente, la palabra que significa tanto a J. como al recuerdo que tengo de ella. Hace tiempo que no la veo, de hecho estoy desprovisto de toda información. La última vez que la vi, aclaro que no deseo que la "última" haya sido esa vez, fue en su propia casa. Estuve largo rato hablando de ella, de las citas que tuve con M. y de otras tantas cosas más. Igual, aquel día también llovió. J. le teme a los relámpagos y recuerdo que aquella ocasión hubieron muchos por todo el cielo. Incluso observé por un tiempo no muy corto, cómo caían esos relámpagos. J. simplemente fumaba recostada en el sofá. Recuerdo: parecían ramas que se desgajaban de quién sabe qué árbol, y al caer llenaban la tierra de fuego.
Pensé si nosotros, J. y Yo, estábamos también suspendidos de algún tipo de árbol, o si ya nos habíamos caído y solamente esperábamos los gusanos sobre nuestros gajos. Hubiera preguntado J. que por qué se me ocurren ese tipo de pensamientos. Cuando la lluvia se prolongó demasiado, hasta ya no permitirme mantener la ventana abierta, dejé de pensar en nosotros; la brisa sin darme cuenta empapó la playera que llevaba puesta. J. fue quien extrajo del closet una toalla limpia para secarme. De pronto el trueno y una enorme, pero hermosa luz roja atravesó el cielo. Las ventanas de los demás edificios también se iluminaron al igual que la de J. Hubo rastros del trueno en toda la ciudad y tanto el cuerpo de J. como el mío sintieron el eco de ese relámpago, haciendo que ambos nos abrazáramos. Fue en ese momento que supe que nosotros, o más bien J. había madurado desde hace mucho tiempo, antes de que pensara en si éramos fruto de algún árbol. La lluvia continuó hasta muy entrada la noche. Yo sentía la necesidad de decirle a J. que no tenía porque temerle a los relámpagos. Es obvio lo que intento decir: mi camino ya estaba de por sí oscuro. J. permitió que me quedara a dormir, mientras la lluvia pasaba, en el sofá. Ella durmió en el cuarto de M., es inútil confesar por qué eligió ese cuarto y no el suyo. La noche cayó en todo su esplendor y dejó de llover; el cielo estaba estrellado; volví a la ventana y desde allí, porque J. dejó entre abierta la puerta del cuarto, pude observarla por última vez. J. tenía el aspecto de ese cielo nocturno, como una invitación para entrar a ella a través de sus ojos y que ellos, siendo formas redondas, guiaran con su físico al centro de su cuerpo; su constelado universo de estrellas. Dejé de observar el cielo y dejé también a J. descansar. Estoy seguro de que ella no dormía y bien pudo escuchar lo que a resuello le dije, al pararme en el umbral de la puerta del cuarto. Ya no la he visto. Sólo recuerdo algo más, y quizá lo fundamental de todo el relato. Aquella ocasión al salir, me sentí observado por unos ojos inmensos, omniscientes, después la lluvia regresó como si J. sin desearlo me hubiera hecho entender la soledad de las calles oscuras, cuando la lluvia no basta para que dos cuerpos se guarezcan a guisa de enamoramiento.
Qué será que cuando toco tu cuerpo y te digo es mío también me ocupo en tener tu soledad pegada como postigo a la mía. Anoche, por ejemplo y después de varios intentos, logré convencerte de que te quedaras en casa. Otras veces voluntariamente has llegado y al regresar del trabajo veo que me esperas hasta tarde, quedándote dormida. Tomo el buró como asiento y desde allí; la perspectiva de tu cuerpo delgado en posición fetal y tu cabello cubriéndote el rostro; te veo. Necesariamente necesito aclarar que me gustas más cuando duermes. Creo que en ese estado me desentiendo de ti y de tu cuerpo, y por lo tanto de tu soledad ocupándome únicamente de la mía. Observo como se infla y desinfla tu vientre. Pienso en que así están constituidas nuestras vidas, juntos: en un respirar y exhalar mientras permanecemos en la cama. La otra noche tuve miedo. Desperté sudando y tú ya me esperabas con los brazos abiertos. Sentí que era tu hijo y que como mi madre te amaba aún más. Lo mencioné y reíste. Al ser tu madre el incesto no te apena. No. Realmente no. Al final, esa noche fui yo quien cuido de ti. Recostada sobre mi pecho, atando mis brazos con tu cuerpo. Tu desnudez. Y después de tanto pensarlo me di cuenta de que de algún modo que desconozco, sé que he salido de tu vientre, que allí pertenezco. Si leyeras esto reirías de todos modos. Muchas veces me has preguntado porque no te despierto cuando llego tarde y tú estás dormida. La respuesta ya está dada, mencionarlo otra vez de nada sirve. Aunque creo que jamás he sido sincero al responder frente a frente. Me gustas, eso es todo concluyo. Hace tiempo, cuando nos conocimos en el café; leías una novela, no recuerdo el título, sólo sé que alude mucho a lo que ahora voy a comentar. Tiene dos meses que tú ya no duermes, quiero decir: no me esperas dormida. Tu excusa es la cena. Quieres cenar conmigo y después platicar un poco. Dices estar descuidada. Que ya no te amo. Lo último puede que sea verdad. Lo otro estoy convencido de que ahora tengo más tiempo para ti; en el trabajo, cuando duermo, cuando estoy con Javier en algún bar, te pienso. Recuerdo tu sueño sin aspaviento y termino diciéndole a Javier que iré a tu casa a verte. Debo estar obsesionado contigo, o de otra manera no podría comprender por qué ahora me es tan difícil aceptar estas soledades nuestras. Ha de ser que nació en cualquiera de los dos el dejo del olvido. Que nos estamos olvidando. Por qué. De qué nos sirve. Responder sería sentenciarme, no lo deseo; pero hay algo indudable en todo esto: cada día me siento más solo y veo que en ti ha crecido la hierba del espanto; como si la casa donde ahora me esperas, hubiera poseído tu encanto, decorando cada noche más el álbum de reproches de las cuatro paredes.

jueves

Ése aire



Recuerdas aquella vez. Y digo recuerdas aquella vez excluyendo el signo de interrogación. Sé que no te agradaría preguntarte ¿recuerdas aquella vez?, está demás: los signos son tácitos, un elemento que se disimula. Recuerdo que hablamos de System of a Down, jamás me agradó esa cancioncita de Chop Suey. Tú dijiste que servía de algo: se puede matear con esa rola, no hay que desacreditarla del todo. La verdad dije que sí, pero estaba mintiendo. Repito: jamás me agradó esa cancioncita. Tipo de merol, algo así como Moderazco. Estábamos en la cama, recostados. El ventilador a lado mío, el derecho. Tú, en el izquierdo, viendo el techo; fumabas. El cigarro siempre entre el dedo anular y el medio. Luego un vaso con agua, un trago, el cigarro; me veías. Risas. Fumar, pensar. La ventana; las palomas. El estacionamiento. El señor que cuida el estacionamiento. Lupe. Etcétera. Muchos etcéteras. Tomé del vaso un poco de agua, te besé. Nos besamos. Recuerdo que tus labios cuando tu cuerpo se excitaba, es decir: tu cuerpo fluía entre la cama y mi cuerpo; tus labios eran fríos, suaves. Ya era medio día. La comida. Qué comeremos. No sé. Qué se te antoja. Alitas a la barbiquiur. Bueno. Vamos a comprar a la Bodega. Bueno. Sabes, creo que el día está triste. Tú crees. Sí. Eres tú la triste. Será por eso, pero siento que el día está triste. Medio kilo de Alistas a la barbiquiur, por favor. Claro. Cuánto es. Noventa pesos. Bien. Su cambio Joven. Gracias. Oye. Mande. Sientes el aire. Sí. Nos paremos a mitad del boulevard. Ahorita. Sí. Bueno. Qué sería ese aire. Lo sentí. Estaba tu mano en la mía, tu cuerpo a lado del mío. Tu boca en la mía. A dónde vieron tus ojos. Normalmente no diría esto: la bolsa con las Alitas a la Barbiquiur en mi mano derecha. Sientes el aire Fabián. Quise sentirlo, de verdad. Qué sería ese aire. El día está triste, lo sé. Mira mis ojos. Vi tus ojos. A unos quinientos metros el colectivo. Camina, que nos van atropellar. Y qué. Yo quiero ser ese aire. Estás loca. Sí. Tu más por estar conmigo. Sí, sí meloso. En la sala. El comedor. Comemos ya. Sí, tengo mucha hambre. Loca. Loco. Sí, sí meloso. La plática. Estábamos con la Papaya y el Rábano. Amigos. Puta, y nos pusimos una peda. Sí. Casi nos pescan los azules. jeje. Oye, Fabián. Mande. Qué será ese aire. Lo sientes. Sí. Mentira. Ven dame un beso. Nos besamos. La cama. Desnudos. Sientes ese aire. Por qué será que el día está triste. No sé. Es un signo. Qué signo. No sé. A de ser que la tarde, que eras tú, vendría a desvestirse mientras las sombras levantan las migas de luz tiradas sobre las calles. Fabián. Dime. Yo quiero ser ese aire. Lo eres. Por qué no te vas entonces. Por qué te quedas a contemplar el aire. Por qué no eres conmigo ese aire. Es triste, solamente.

miércoles

Desde el tercer piso





martes

No sé si pasó a manos extranjeras o en algún rincón de cantina halló su hogar, o si finalmente el destino le tenía preparado un final sin carbón, sin letras. Era un lápiz solitario. Andaba de contrabando con una lapicera ridícula. Se vestía de color rosa, a veces. Lo que se puede hacer cuando se ama, decía Don Lápiz. En cualquiera de los sentidos, su pasión lo llevó a perder la punta. Lleno de fuerzas extrañas, fuerzas irracionales. Así Doña sacapuntas tuvo por primera vez, en el desamor, la justificante donde ella sería el hombro, o el vientre que acude al llanto. Cuán herido estaba Don Lápiz que, en los días mozos, su cabeza borraba recuerdos desinidentificandose. Escribió poemas de amor, muy melosos; cuentos más melosos; novelas mucho más melosas. Tanto fue su lastre que por las noches dormía con un ojo abierto. Pobre de él. Cuando aún andaba con esta susodicha lapicera, frecuentemente se enfrentaba con otros lápices, o con lapiceros, acá, guaruras. Muchas veces quedó jodido, bien madreado.
Recuerdo que lo llevaba dentro de la mochila aquel día veinticuatro de Julio. Noté que su tristeza frotaba su carbón con la misma suave y dulce calma del viento elevando las cortinas de las casa viejas. No dije nada. Recuerdo incluso el poema escrito una noche anterior, el veintitrés, cuando lapicera mamapolla dijo amar a otro lápiz dizque por el número. Don Lápiz era punto fino, pero de familia literata; el otro era punto fino número dos de familia dedicada a la arquitectura: Dios mío, a la arquitectura. Despreciar a Don Lápiz es cometer pecado y mortal. Total, el poema se escribió el veintitrés, los versos melosos con melosa métrica de melosísima verborrea, ¡Oh dadora de orden, tú... en qué orbe tu corazón se tuesta, adónde mi corazón llevará su fuego! Y cosas más o menos así. Estaba pues Don Lápiz en la mochila, todo triste, ojeroso y dramático. Se me ocurrió darle ánimos al transcribir poemas de Hörderlin, o de Lezama, o de José Ángel Leyva pero no, su tristeza era tan grande, que bien pudo haber llenado una página en blanco, sin embargo, no dijo nada. Preferí callar y verle triste. Pasaron las horas en clase y él sin salir de la mochila, ora llorando, ora escribiendo poesía melosa, ora pensando. Brandon Martín me invitó para ir por unas chelas, no quería, me obligó. Acepté. Si Don Lápiz está triste hay que animarlo, bebimos exageradamente y escuchamos Lorenzo de Monteclaro exageradamente, Don Lápiz me hizo recordar el poema de La niña de Guatemala, que se murió de amor. Iba pensando también en Sofía cuando revisé la mochila, Oh cielos, Don Lápiz desapareció. Queda el consuelo del fiel carbón que de vacíos vació mi soledad. Dios lo tenga en santa gloria.
Salón de clases



Eran las tres de la tarde. Tomas regresó a casa. La tarde caía desmedida bajo medias creadas por las nubes. Llovía sol aun así la humedad de la lluvia por la noche se olía a distancia. El clima de la región es agreste, a veces frío, calor, o nada. Los días no tenían sentido de clima. Tomas debía llevar colgado al brazo lo mismo un suéter, el paraguas, o caminar desnudo. Abrió la puerta de entrada a la casa. Sintió el olor a humedad antes descrito, viró la cabeza como si le hubieran palmeado el hombro, no vio nada. Puerta de madera, caoba labrada; picaporte del mismo color al de caoba, introdujo la llave, pensó, abrió la puerta, sintió de nuevo el golpe en el hombro, no vio nada. La cama, el mueble para los libros, la sala, otros muebles, a la izquierda la cocina, otros muebles: Tomas sintiéndose otro mueble. Recordó la frase: are you there; tomó un vaso con agua del refrigerador, observó la sala, prendió la televisión, nada, el estéreo. Recuerdo cómo le hacía llorar esta canción: Adiós, partí. "El autobús dejó, nuestra ciudad llorona... no es justo hablar de esta forma, pero me duele la sombra... quizá no deba contarte, pues es quitarme la ropa, para enseñarte una herida, que tú, que tú ocultas a solas". Real de catorce, Tomas esnifó. Bebió el vaso con agua. En la cocina había huevos fritos, con un poco de hambre se los comió, quizás a fuerza de llenarse de algo. Repitió la canción, recordó otra vez. Yo sé que a Tomas le gusta el whisky, los cigarros y le teme con horror a los espacios, como ése en el que se encontraba. Cantó con José Cruz la canción. Una vez le pregunté, oye Tomas, adónde lleva este camino. No sé. A ningún lugar. Yo soy de ningún lugar. Contestó. Adónde lleva este camino se preguntó. Vacío, vacío, plas, plas. Bebió una botella de Whisky. Adónde lleva este camino se preguntó. Clock, clock, plas, plas. La luz de la lámpara colocada a un lado de Tomas, proyectaba una luz trémula, sencilla y terrorífica, caía igual que después de la lluvia, húmeda. La sombra de Tomas viró, la luz perfiló la punta del sofá. Adónde lleva este camino. Plas, plas, plas. La casa vacía, entró Tomas al cuerpo desnudo de la sala, los muebles y él un mueble más.



viernes

De Frida a Jimena. Creo estar enamorado de Jimena. Su nombre es como la metáfora del hombro desnudo. La vi cuando dormitaba en el sofá de la casa. Es bella: su cuerpo tiene la piel morena clara. Cabello castaño. Egoísta, deseo a Jimena. Algunas ocasiones me figuro el rostro de Jimena, mientras penetro a Frida. La he vuelto a ver, Frida sospecha. El jueves salimos a beber café y fumar. Jimena es callada, su voz se escucha si pongo los ojos sobre su cuerpo. No es necesario que hable. Me ha dicho que le atrae los géneros de música underground, yo reí al escucharla decir eso. La besé, su boca es delicada. Labios gruesos, lengua tibia. Le dije que toda ella cantaba. Le expliqué, por ejemplo: tus ojos suenan a Dream de Sanborns y huelen a Durazno. Intenté explicarle la metáfora del hombro, tuve que confesar haberla visto y deseado desde la primera vez que la vi. Confieso ahora que no sé y no sabré de qué manera expresar la mirada sobre su hombro. Sólo sé que estaba desnudo. El encaje de su blusa se sostenía en el aire y de la nada. Su cabello acariciaba la piel del hombro, el castaño y el moreno claro. Su delgada y hermosa figura. El hueso de su clavícula. Si continuo con esto, Frida terminará por odiarme. Después del café caminamos un poco, hablamos de los mismos temas en la cafetería referidos, Jimena fumó otros cigarros, y no dijo nada, fui yo quien se pasó hablando y hablando todo el camino. La quiero. Me gusta la metáfora, dijo. Cruzó su brazo izquierdo al derecho mío y caminamos un poco más, en silencio.


jueves

La danza del vientre es una danza que combina elementos tradicionales de Oriente Medio junto con otros del Norte de África. En árabe se la conoce como raqs sharqi رقص شرقي ("danza de oriente") o en ocasiones raqs baladi رقص بلدي (danza "nacional" o "folk"). El raks baladi es una danza muy elemental, prácticamente sin desplazamientos y con movimientos principalmente de cadera. A la evolución de esta danza se la llama danza del vientre o raks sharki en Egipto. El término "belly dance" (en español 'danza del vientre') es según algunos una mala transcripción o transliteración del vocablo que designa el estilo de danza beledi o baladi y suele atribuirse a Sol Bloom, director de espectáculos en la Feria Universal de Chicago de 1893. El raks sharki incluye movimientos del folclore egipcio, danza clásica y contemporánea, con grandes desplazamientos, vueltas y movimientos de todas las partes del cuerpo, pero sobre todo de la cadera. En Turquía, a la danza del vientre se la conoce como gobek dans o rakasse (ritmo turco).

Jamás –hasta ayer– me di cuenta de que no sé qué calcetín es derecho y cuál izquierdo. Frida en la cama, debajo de la sábana su cuerpo desnudo dormido aún. Repito: no sé de derecho o izquierdo para eso de los calcetines. Estaba vistiéndome cuando llegó la pregunta –después de 18 años de vestirme solo– cuál es el izquierdo. Y es que tengo la patología de primero la “manga” izquierda del pantalón, la manga izquierda de la playera, el oído izquierdo de mi cabeza, etcétera. Es así. Soy de la izquierda. Frida no despertó aun con mis movimientos sobre la cama. Me senté, pensé y no llegué a conclusión alguna. ¿Cuán difícil podrá ser acertarle un sólo día al calcetín derecho? ¿Por qué la izquierda y no la derecha? La segunda pregunta es fácil de responder. Tengo una disfunción motora –al menos es así como se comprende– en el “coco”. Escribo con la derecha. Tomo el cubierto con la derecha. Me masturbo con la derecha pero, –cuando era portero de la selección de secundaria y cuando pateaba el balón de futbol americano– soy izquierdo: o surdo, como le dicen. Ha Frida –después de explicarle lo que ahora escribo– le comenté un día: oye, yo soy de coyol surdo. Risas. No es para filosofar. Es que todos los calcetines son homogéneos.

martes

Descripciones. A lado mío está la calle algo "amoratada". Llovió hace dos o tres días, la corriente dejó basura. Un grupo de hormigas carga migas de Sabrita. Una solitaria no sabe a dónde ir y se tropieza cada rato contra un mueble de metal colocado frente a la puerta de la casa. El árbol que está detrás del mueble da sombra a la hormiga. Alguien lee sin voz el sueño de los guantes negros, lo sé porque observa la calle y está nostálgico. Precisamente recuerdo ese poema y la casa verde claro de Rosario. Hace dos pisos que no la veo. Frente a la casa aún existe la tienda de Clotilde, a unos pasos el mini super de Mario y en la esquina una lámpara que a veces se enciende y otras dista mucho de acariciar con su luz la oscuridad. Hace tres años que allí precisamente retuve a Rosario.

>> Qué haces.

>> Intento besarte, ¿no ves?

>> Está mi madre en la casa y desde la venta nos puede ver.

>> No importa, deja que te bese.

>> No, además llovió y está fría la pared.

La tomé por la cadera y la atraje hacia mí, luego la blusa de Rosario se manchaba con el cemento del poste y su boca y su lengua se agitaban al par de la mía. Toda ella recorría mi lengua.

>> ¡Ya, Fabián! Nos van a ver.

>> Y qué importa.

Tómese en cuenta que mis manos se posaban en su cadera. Podía oler el perfume Le petit reposado en su cuello. Era de aroma tibio, invitaba al beso y así, cuando estaba desnuda todo su cuerpo olía a Le petit, después yo y todo lo demás.

>> Ya, Fabián, entiende. ¡Por favor!

Su madre nos veía desde la venta del segundo piso. Ella sabía que ya nos acostábamos, en complicidad todo tenía armonía. Dejé que se retirara y fuimos a la cocina a desayunar. Era temprano y las nubes habían dejado sobre las calles un olor húmedo.
Varias veces fui a desayunar con Rosario y su madre. Siempre me ha parecido que la casa donde viven es melancólica, la vista desde las ventanas es terriblemente triste. Una colocada al norte de la cocina da a la calle, la calle es una colina y del otro lado se encuentra un terreno baldío. Al poniente la avenida y la tienda, el poste, etcétera. Arriba, la ventana que está en el cuarto de Rosario tiene una vista de la ciudad y los cerros. En la azotea se ve la catedral, pero siempre el viento que sopla hace detener la vista y agachar la mirada. La Señora cocinó para nosotros unos huevos rancheros con una salsa bastante picosa, terminé bebiéndome la mitad de agua que había en la jarra y Rosario rió como loca. También su madre. Se habló de la escuela, el trabajo: comenté que seguiría con el trabajo del periódico y posiblemente me iría a Cd Victoria. El viaje nunca se realizó. Al verla comer sentí un gozo y una tristeza, varias veces comenté con Rosario nuestra vida, juntos. La Señora decía que todo se normalizaría, se refirió al tema de los pagos atrasados al banco. Hubo un momento en que desaparecí de la conversación y ellas dos comenzaron a hablar de forma normal, percibí el carácter de ambas y la casualidad con que, divertidas o no, dirigían cada una su vida. Ella divertida y la otra amargada. La plática continuó cuando La Señora pregunto:

>> ¡Oye, Fabián, ¿es verdad que te quedarás a dormir esta noche en casa?! Lo digo para preparar el cuarto.

>> Si usted lo permite, ya hablé con Rosario.

En realidad fue ella la de la idea, yo sólo acaté como en todo, la ordenes.

>> Está bien, pero mi hija se quedará a dormir conmigo. Risas.

Lo demás de la plática a la hora del desayuno es trivial. Después salimos a dar vueltas en el coche de Rosario. Llegamos tarde, cuando su madre servía la comida. Asintió con la mirada, de hecho estoy seguro que sus ojos me juzgaron y claro, estaba en su derecho. Comimos. Vuelta a la calle y nada interesante, excepto una parte del trayecto. Íbamos pasando la cuadra que va de la catedral a los portales cuando ella viró a la izquierda, no dijo nada. La observé, el semáforo lo permitía. El cambio de luces fue la duración hacia donde Rosario veía. Estoy seguro: lloró. Comprendí que no debía tocar el tema e inferí que fuéramos a comprar unos cigarros. Aparcó el coche y compré dos cigarros y unas cervezas. Ella no bebió. Regresamos a la casa muy noche. La Señora dormía. Le dije a Rosario que realizaría unas notas para el trabajo y enseguida iría al cuarto a descansar. Bajó a la cocina y subió con dos Cafés en la mano. Entró al cuarto de su madre, se vistió con pijama y salió posándose en el sofá que estaba a lado de la computadora, pude ver su bikini de color negro. Con las cervezas que había tomado me puse un poco mareado y no sabía qué escribía. Terminé la nota. Me vio a los ojos. Al verla supe que debía irme de su casa. Ella y su madre hablaron de mí, no sé qué, jamás confesó Rosario. Antes de irme la besé. La complicidad de su madre había terminado. Acaricié su espalda y su cuello, pronto su boca y su lengua rozaban mi verga. No digas nada, decía. Únicamente la silla crujía. Sé que la Señora nos escuchó. No sé qué tipo de complicidad fue desanudada y atada a la vez. Rosario se sintió húmeda y llena del liquido tibio que brotaba de mi verga. Le dije que eso que había hecho se parecía mucho a la novela de Juan García Ponce, Inmaculada o los placeres de la inocencia. Risas. Después sentenció algo ininteligible. Risas, mías por supuesto. Me acompañó hasta la puerta de entrada, la abrí y al salir a la calle recalqué lo melancólica que me parecía su casa. Ella intentó reír. Tomé un taxi. Ya abordo pensé en el llanto de Rosario. Más tarde comprendí. La nota que escribía para el periódico trataba la actancia de dos personajes en un cuento.

lunes

Rostro de vos, de Mario Benedetti.


No fue de mi muy agrado Benedetti, pero ahora que ha muerto, también me jacto de haber leído, o escuchado alguno de sus poemas.
Erase la sábana en la cama y el briago que dormía sobre ellas. Vio pasar la lluvia. El segundo piso, la ventana mediana, más bien rectangular y Ella. Atino que calzaba unas calcetas de esas como guantes color arco iris. Luego el cigarro y la pregunta. Ella leía La verdad sospechosa, el briago unos versos de Balam Rodrigo. Llovía sin llover dentro de la casa. También recuerdo que erase una vez la silla y la computadora. Mamá dormía detrás de nosotros. De pronto cirugía de palabras; la silla y el mueble grande. Algo flotaba en la boca. Pero más recuerdo la danza del "no aguanto". Más bien recuerdo el día domingo. Fui a ver la casa. Está constelada. Todavía suena el chasquido de los labios; los peces resbalan a través del cristal y Ella ve sin ver nada.


Besos, querida.

sábado

Regresé de Tuxtla

Regresé de Tuxtla: no hubo clases. Transbordé, primero de Tuxtla a San Cristóbal: $22.00 pesos. Estuve esperando en la terminal OCC hasta la 1:10 pm... ya en el camión: calor insoportable, obvio no llevé puesto suéter, únicamente la playera de Terminator-caguamero. Pasamos (el autobús, los otros viajeros y yo, por eso escribo pasamos) la caseta de cobro de la autopista-que-no-es-autopista-pero-parece, y el cielo comienza a nublarse. Se dejó caer la lluvia. Recordé la canción de Star Crossed Lover´s. Por qué... al saber. Llovió y llovió y siguió lloviendo. No sé qué pasó, pero se me desconchinpló el ánimo. Llegamos a la terminal de San Cristóbal; no ¡mames! Pero de veras, no mames. Era un río; de mierda y la puteria, pero un río al fin. Que las maletas no se bajan porque el autobús se tiene que estacionar en línea horizontal. Sí... eso me dijeron, y a otra nena.
Bueno, que conste que está haciendo frío de la chingada, ¡eh! Digo.
Se estacionó el autobús.

Pst Pst, Joven: cuál es su maleta.

Una que dice Fila –dije orgulloso.

Y que me la avienta (¡la maleta!) el jueputa maletero. Demonios. Como sea, la tarde nublada y lloviendo. Luego quise fumar. Di la vuelta para entrar por la sala donde se compran los boletos. San Cristóbal – Comitán: 17:35. ¡No, no me conviene! Esperé, pensé, medité; como dos minutos, nada más.

La tarde tenía forma de serpiente, piel donde se calzaba el calor humano de los viajeros. Me pasé de OCC a Transportes corazón... $35.00 pesos. Llegué a Comitán. Llovió con granizo. No tengo la menor intención de ir a casa de mis padres; el hambre puede hacerme cambiar de opinión. Estoy desde hace dos horas en el ciber del David. Escuché Star Crossed Lover´s, y ahora escucho B. B. King. Blues boys tunes. (No sé por qué el tipo es tan feo).

Ahora ya estoy comprometido con una lectura en Huehuetan: leer poema, cuento, o lo que sea dice César, además de hablar de la importancia que tiene la literatura en Chiapas. Jé, el más indicado. Por lo pronto creo que eso es todo; sigo así, ni tan tan ni muy muy, lo normal. Intenté escribir un poemuco, já. No salió más que esto: Qué madres hago aquí. Seguiré platicando con Brisa, y quizá escuche a B.B. King otra vez, aunque sé que es feísimo. Nop. Opté por el no memos feo y muy estupidamente sangrón: (dos puntos): Satriani. Creo que quería escuchar David Sanborns y puse en el youtube: The dream. Luego: Dream; y salió Satriani. Antes pensé en David Bowie. (Vine al ciber del David, quería escuchar David, y no escuche David, Dios santo). Regresé a Satriani. Y pensar que me cae mal Satriani, pero es que Dream es muy bonita música. Sí. Muy bonita. Es definitivo: no sé que quiero. Y me dicen las mujeres, el pipiripauuu...

martes

Vine a beber café

en la cafetería de María

María es un nombre

Su cuerpo una brújula

Las calles y avenidas están cerradas

No hay viento

el ritmo de la ciudad es sensual

porque calla

Son las seis de la tarde

y María llena mis ojos de Café

Piel y Movimiento

Su lenguaje sólo se traduce

al sentir el líquido caliente

en mis labios como marea

de luz que angosta

la lengua y la hace polvo

Lo sabe

Como cartógrafo sólo sé

trazar líneas paralelas

nuestras miradas

jamás se cruzan

son otros los que se ven en ellas

La imagino espuma de mar

La taza de café es un mar

sirena que canta bebiéndola

de la oreja

Ahora que la veo

Elsa regresó de Veracruz

pienso en la noche el viaje

mi noche

La madrugada despertó

húmeda

como muslo que se abre a la hierba

y al rocío

María y la tarde suenan a vitrola

escucho atento

soy el disco que gira y gira

y la lluvia de café danza

en mi garganta

como la arruinada voz del cigarro

hecha ceniza





Suave como arteria mi lengua

te levanta

Imán de la madera al clavo

Gota de lluvia todo tu cuerpo

roca espuma

manglar y trafago de arena

Escafandra que cubre el ancla

anclo mis vértebras

Suaves y enhiestas que te levantan

lunes

No puede ser más sustancial la tarde

la caída en cascada de poca luz

el tránsito de la niebla desterrada

de sí misma

como hija del agua y el fuego

y no puede ser más fluido el correr

a prisa de los minutos

y los cuerpos acariciando el paso

antiguo sobre la acera

Las huellas que a tientas se persiguen

unas a las otras

y otras que se pierden porque

no miran su paso efímero

Nada puede ser más sustancial

que el temblor ejercido en los huesos

cuando el sueño se acalambra

y los ojos se cierran en otros ojos

y ven en el reflejo de la pupila

el cráneo aplastado

con todas sus Ideas y pensamientos

esa forma es la grave

la más representativa del llanto