sábado

X

Victima del arraigo sólo el silencio llama las cosas
Se incendia el pecho con la brasa
harapienta del cigarro
Se inunda la casa con la voz compungida
de los abetos
El lago en el baño corre a través
de prendas íntimas
La puerta sin saberlo se abre
y así se duele de tanta pena
de tan mala suerte de estar sola
El ruido tiene que aparecer
decirse a garganta magra
para que raspe
Debe salir deste lado de la lengua
o cruelmente todo seguirá
siendo calma

IX

Vuelvo como higuera a abrazar la fe
Desde dentro algo me dice
que levante los ojos
por lo menos una hora diaria
un día como estos
Pero como la higuera
atrapo el rostro del árbol
y la raíz cierra sus arterias
Una voz quejada se alza
Sólo el aleteo de los párpados
se confunde con el vuelo
amargo de los zanates

viernes

Apuntes para consultar la novela

Cuando nada haya que decir pediré que a mi tumba, como epitafio, se le escriba esto: Jamás quiso decepcionar o sentirse decepcionado. Amar o ser amado. Nunca le preocupó la salud –estaba inscrito en un régimen de alcohol. No adoptó cultura alguna; de nada le serviría al mundo o a la vida en su sí. Le valió madres el planeta. Mejor. Nada de grinpis. Salvemos a las focas, no tirar basura, en fin. No le interesó nada. De qué serviría si le hubiera interesado algo. No vale la pena ser manager, boxeador o torero, al final se es siempre la misma nada. Una absoluta soledad. Quiso ser cuervo, carpintero, mecánico, poeta, albañil, gendarme, revolucionario, cuentista, ensayista, doctor; los oficios más ávidos, era su lema.

Ahora bien: algunas notas se interrumpen y sé que algo quedó fuera del lugar, como si el lugar fuese el pensamiento y éste la palabra única, o la undécima. Siempre se me olvida escribir realmente lo que deseo, excepto en aquellos acercamientos. No sé decir lo que no se dice. Eso es todo.

Cuando baje la voz con filo a derrotar la palabra, haremos del vencimiento un ritual de paradojas; algo como decir pero sin sangre.

Cuando el ruido mute a silencio, vendrán las palmas a sacudir el hombro y seremos bienvenidos al bicho incestuoso del adorno.

Cuando la sombra sea cuerpo… cuando la sombra sea cuerpo… cuando la sombra sea cuerpo… cuando sea cuerpo la sombra… sea cuando la sombra cuerpo: llama tétrica del vientre: jaula y jauría.

Cuando… cuando algo suceda, si de verdad sucede, llegara el destierro y el levantamiento de los noctívagos, los hetaira del polvo, cuando sea que pase algo. La tierra regurgitará los huesos y la sangre. Los epitafios serán nupcias de vida. El mito que escribió el cuerpo antes de formarse palabra, despertará con canto estruendoso de los degollados. Un ancla en la idea que rompe el cuello.

lunes

VIII

Los nervios se me adhieren
al barro,

Oliverio Girondo

Y aquí descubro todo:
en la voz ungida al polvo.
En la hora y el título de mar
que estos días tienen, como si destilaran
fechas con los dientes de una sierra.
En la vereda del portón y la isla
crepuscular del picaporte, cada cual
consciente de no ser nada.
En la inocencia de la rama
y la premura del viento que de noche
descubre el labio de la hoja.
En la imagen transparente de las cartas y
su luz finísima de sombra que asecha.
En la vieja herencia de ser solemne
como el muro desdentado de la carne,
en ella más que en la tierra y la lengua.
Mas aquí qué ha de quedar
sino el grito. El grito y nada más.

VII

A, D.T por la canción.

Después –ya por la tarde– los que guían
van horadando el tiempo,
recogen la escafandra del sitio
y piel en mano juntan polvo y mármol.

Así es que nada queda;
la voz incendiada de la edad,
la sombra del gusano que persigue,
las mil veces traicionada herida
y el caparazón del ojo, son los únicos
sobre el camino.

Así se va el rastro, en el pulso
de la aguja que cose el cuerpo;
en los pasos que han sido andados,
en la boca que prorrumpió en el agua
cuando todo era siniestro mar ajeno,
en la nuca del mugido
que otros vistieron cuando el suelo
lloró carne magra: así se fue yendo.

Ahora, en el retrato de las calles
van siguiendo el pueblo en un sólo hombre;
así, viendo la soledad de los pájaros
que, inmarcesibles, decidieron andar
al lado de los huesos la desventura
de caer en nada.

domingo

Apuntes del autor para cuando celebra la caída

Estos días van a ser imaginados
por los dioses y los adolescentes que pedirán estos días
para ellos.
Y se borrarán los nombres y las fechas
y nuestros desatinos
y quedará la luz, bróder, la luz
y no otra cosa.

Sigfredo Ariel

>>¡Ah qué bonita la hora del ventarrón, el trac de los huesos! Allá cuando veíamos desde la loma juntarse el polvo a remolinos y la gente corría para sus casas; nosotros reímos al ver cómo las hojas eran tragadas por la nada, así mismo cuando el agua entra al cántaro. La tierra se mecía y unos ojos muy grandes pestañeaban haciendo olas en el aire; nos envalentonábamos e íbamos rumbo al viento, tras las cañadas. La gente decía que M. y yo estábamos locos, pero el deseo de perdernos nos guiaba, y así, todos sucios, con el lodo entre los muslos nos perdíamos igual que el viento, tras las cañadas, que ya para esa hora, era un tierno y sensible arrullo de chicharras.

¡Ah como extraño el ruido de los huesos a esa hora del ventarrón, cuando el trac hojeaba los rincones oscuros del cuerpo, y era amplia, larga la llama de saudades para protegernos!

…strange noise as of bones

sábado

Apuntes del autor, para morir en paz.

¡Desgañítate, oh puerta!
¡Grita, oh razón indómita!
Es el fuego que avanza,
todo lo quema a lo largo de la ruta, de nosotros hace
sombras,
todo lo hemos perdido, todo lo hemos perdido,
nada nos queda sino la ruta, la noche,
y esta sombra, que en lugar de destruir
la llama engendra.
Benjamín Fondane




Entiendo la miseria como el proceso en que el hombre adquiere algo más que su estado de desprecio. Hoy, por ejemplo, me levanté e hice lo mismo que todos los días, no hay otro sentido que ese de hacer lo mismo, con el sinsentido de no hacer nada. ¿Pero qué más se puede pedir? Hoy hice 25 años de estar aquí y me siento cada vez más lejos de la aspiración a ser. De hecho, no me reconozco en nada de lo que hago. En tanto la vida, aquella que cada vez admito como lejana, continúa su andar. Es probable que en alguna ocasión termine por suicida o loco, pero con todo derecho a la cordura. Ahora bien y este no era el tema –por que el hablar de mí, en tanto que me ponga como objeto directo, no significa nada y tengo que adornar para hacer que tenga, si quiera, algo de paradójico–: el hecho es el recuerdo.

D. sabe que me levanto tarde, incluso sabe que no me levanto solo. I. no sabe absolutamente ya nada de mí, incluso aquél Caballero Gótico y el de Dama Negra, aunque a mí me parecía mucho mejor Lefemme Black. E. resulta ser La Venus de las pieles. N. ¡Ah cómo extraño a N! Sobre todo ese manjar tristemente alegre de sus ojos –le escribí un cuento no hace mucho, pero allí, en la representación de su cuerpo y sus ojos, ella se llama Teresa. Pasó más de tres años para que alcanzara a comprender por qué me soportaba tanto, y de qué manera. Alguna ocasión llegué muy ebrio, ella me vio al abrir la puerta, sólo extendió los brazos y así me llené de su paz, me apreciaba. Yo la quise. ¡Ah, como eran sus ojos llenos de amargura al no comprender ni una pisca la obsesión mía de odiarme tanto! L. posiblemente esté ya casada o muy enamorada de alguien, a quien sin conocerlo, me aburre. Es enfermera yo… Admito que ahora su cuerpo es completamente moreno y aquel cuento de los Arrayanes, en la parte donde hablo de su sexo, fue escrito, exclusiva y definitivamente por ella. Además del ya muchas veces reconocido vientre que se hinchaba sin motivo, aunque el único, si existió, fue la estupidez de querer dar vida. Pero también fue triste. A ella le debo la caries de media luna que tengo en el pecho. La locura de pensar en una cierta realidad. La perene melancolía del retorno. La terrible sed de vincular su piel al color ébano de las tardes. Esa mujer sí que me sabe poner melancólico. C. bueno, de ella puedo decir que el decoro es una promesa incumplida y el encanto el uso diario del martillo contra el quinqué, en la metáfora tal de la oscuridad y la llama decorando su cuerpo. I. es como la noche, en toda la analogía que esto representa. A. ya no es nada, ni el mínimo desdén. L. la aspiración más lenta y podrida, pero aún así, el fenómeno tardío que el otoño en su hinchazón de hojas deja, el sonido claro de la amargura. T. el paso de lo común a lo muy común, no hay más. B. me recuerda mucho a las tardes frente a la catedral, mirando con desprecio a la gente y sintiendo la soledad a pulso y timbre de reloj. Debiera hablar más sobre ella, pero es un caso perdido. J. no existe, esa yo la inventé. C. me recuerda a la vez en que caí de la azotea viendo cómo se fregaba el culo la vecina gorda y dulzona de enfrente. La quise. – ahora hablo con una de ellas y me pongo el traje seductor del marino que fue al mar a cortar cactus del manglar. Abro un paréntesis. Buscaba una canción que denotara mi estado de ánimo y la hallé: In a sentimental Mood. ¡No es bella la metáfora del sonido y la rémora de pensamientos recorriendo cada nota! Cierro el paréntesis. Por último –y no es la última–, M. vivimos en la misma casa adornando los pies con pocas prendas y mucho motivo a desnudar la uña con la sangre. Y bien: todas ellas son el Jazz descontinuado ya del pecho y el mito. Mas, y lo sé, el Jazz de todos estos 25 años. Como podrán imaginar –y mi teoría lo dice–: soy como un blues sin terminar, o un SI bemol en alguna guitarra afanada por la tumba. El Jazz y el Blues. El día y la noche. La llama y el cíclope entre muslos. El ojo secreto del alma. Mas como dice Fondane:

nada nos queda sino la ruta, la noche,
y esta sombra, que en lugar de destruir
la llama engendra.


Así de natural es el paso desarraigado de día.

jueves

Apuntes para una novela que el autor no sabe que vivió

Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera:
sin la
idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
E.M.C


Sólo quiero decir algo, aunque desde el principio me doy por hipócrita porque no podré decir nada, tal vez un atisbo: a modo de mentir bien podría metaforizar.

Recuerdo muy esporádicamente aquella casa. El cuarto. La ventana. (Tengo una fijación errante por las ventanas y las puertas.) Aquí debería haber un paréntesis, porque ya desde ahora me siento incapaz de querer seguir con el plan propiamente dicho del texto. Sólo…

“Como recuerdo su cuerpo. El color ébano brillante de su rostro. Sin embargo debiera decir que no era únicamente su rostro, sino sus labios verticales los que me hacían recordarla cada noche, a trafago de imágenes y delirios. Debo a esa manía de pensar en su sexo mi mortal tendencia a los balcones, era irremediable, según lo sostengo.
Estaba a lado mío, yo fumando; ella no sé en qué sitio de su cuerpo habitaba, como si su cuerpo, en un acto heroico, le devolviera a mi vida la paz de no haberla conocido. Pero finalmente allí estaba, a lado mío, viendo, posiblemente, sus ideas pasar ante sus ojos mientras escuchaba Island in the sun. Aún no entiendo esa necesidad que la obstinaba tanto, de ser trágica. La veía como si no estuviera y el demonio de la incertidumbre plagaba alrededor. Incluso puedo afirmar que ella no estaba presente y si ella no estaba yo tampoco, porque la única forma de reconocerme, ante todo reconocer el espejo de lo que era la habitación, sin su presencia no podía si quiera imaginarlo. Es así pues que estábamos solos. No sé quién de los dos más solo. Por mi parte afirmo que estaba solo. Pero qué puedo decir de ella.”

“Aquí es donde debo decir ese algo, en presencia de nada, absolutamente nada. Cuando la vi sentada en la silla del balcón entendí por qué su distancia hacia los objetos: ella representaba el objeto más fiel de todos, aunque no alcanzo a definir cual de los dos, pero era puerta y ventana. Así entraba y salía de sí misma. Caminé hasta donde su mano me llamó, vimos cómo circulaba el tráfico desde el tercer piso y ella rió locamente cuando la lluvia, que no pensábamos llegaría, humedeció nuestros cuerpos que decoraba el anuncio del hotel. Más tarde, ya en la cama y desnudos, y ella vuelta hacia ningún lado sin estar consciente de sí, me pregunté si cuando reía estaba llorando. Quise preguntarle pero, dormía. Sólo así comprendo el por qué de su tentativa a no querer existir, porque el sueño la cobijaba de tal forma que, ella no podía ver sino a través de las siniestras horas en que no vivía. Por supuesto aquí está la mentira: nunca supo, jamás y jamás sabrá que tanto ella como yo, veíamos hacia un lugar, nuestra casa, porque ambos preferíamos vernos de tal modo a la unión inconexa que para entonces teníamos. Sólo interpretábamos la soledad en su más triste obra, la del hombre que fuma y la mujer que duerme."

miércoles

VI

Hace horas que danzo entre serpientes

Que bebo el agua destilada de los almanaques

Que retumbo como piedra en el pedestal de los carcomidos

Que inauguro las puertas y sólo la sal penetra
islotes de madera

Que dejo las prendas a cubrir los olores de la tierra

Que juego a deletrear los puntos de la carne

Que conjugo la hierba con el sepulcro

Que la clepsidra toma su calibre y dispara

Que la sangre me arde en la boca

Que a pulso de cuchillo corto la fiebre de los huesos

Que imanto el trono donde reposa el fuego

Que no quiere irse este manjar de erizo
y la lengua me llora

Que no tengo más riel que el infortunio de los cangrejos

V

Son las nueve de la noche,
el aire entra y sale de mi boca
el humo emana, y yo
sonrío ante la presencia vacía
Hace días que estoy así
al filo de la navaja
como queriendo agarrar el brillo
de la sangre,
engullido por la voz unánime
del mar ajeno
dueño solamente
del trozo de pan que los exhumados
dejaron en su andar nocturno
Hace días que el frío atiza
el corazón, y largas me parecen
las olas del polvo
Y los nombres se suceden
como ofrendas ante el yugo
de la vida
No contemplo más sed
que la de esos nombres,
acorralados en el pómulo de las venas,
que me llaman a beber el ansia
de los sepultureros,
mas el juego se repite
y la bocanada explota
y engendro el vino de los mares
y en llaga de las aguas
la muerte me resuena

martes

¿Soy insípida, Gordo?

Te destino
a ser ese espectáculo de ti misma en el que no puedes
dejar de reconocerte a ti misma, aunque sólo sea
como el fantasma de mi deseo al que tu cuerpo per-
mite encarnar.

J.G.P


No lo puedo creer; ayer por la noche Carlos me dejó plantada como una Violetta, pero a la menos décima potencia. Yo, o sea, yo, que con esmero y mucha meditación decidí comprarme el negligé que tanto le gustó. Sabe que voy a odiarlo por un tiempo. Se lo merece. Si sólo hubiera dejado un mensaje en la contestadota, o el recadito simple de: Mi amor, no podré llegar, te marco al rato. PERO NO. ¡Ash, eso me pasa por dadivosa! Mi amor, ¿no te gustaría modelarme el negligé que vimos en el centro? ¿Crees que me quede? Está muy chiquito. ¡Por eso! Y de pendeja que creo que me iba a quedar. Es cierto, atrapa el look, y el rojo le sienta fenomenal a mis pechos, pero no combina con el ahora color de mi cabello, me hace ver muy puta. Dicho esto bebiendo un Ice Cream con el popote en la boca, cruzada de piernas y el rostro de espanto. Las nalgas se me ven como caídas, o sea; es diferente cuando Carlos está detrás de mí y siento cómo se me ponen de duritas, y sin que él lo diga, sé que le encantan, como cuando hace a un lado el hilo que divide mis nalgas y lo coloca encima de una de ellas para penetrarme. Aunque debo ser honesta conmigo y decirme: Nena, tienes unas nalgas sorprendentes.
Esto lo sé porque varias veces en el parque, según mi encuesta, cinco de cada cinco hombres me ven el culo. No creo ser indiscreta cuando camino, o por la vestimenta una piruja, me dije un día. Así que quise comprobar si era fu o fa, o de plano mi personalidad no es la de una mujer audaz e inteligente.

Me puse lo acostumbrado: zapatillas de tacón número doce para levantar las muchas veces ya nombradas. Falda negra… bueno… mini pegadita a la piel, y debajo de ella, una tanga que se anuda a los extremos de la cadera. ¿De blusa, Mmm…? ¡Una de color violeta! Casi morada pero que combina muy bien con el color del calzado. El cabello castaño claro. Muy poco maquillaje. Bolso. Celular. Cigarros Capri o Alemanes. Collar sencillón. Pulsos. Aretes. El pulsito para el tobillo. Perfume Animale Temptation, y ya. Pero antes de salir me dije: Nena, ten valor y que la ignorancia no te deprima. Eso de la ignorancia, por si aquellos que me vieran no sospecharan ni tantito, que fuera de toda la escafandra, soy una mujer intelectual. No una Dama culta, porque yo sí terminé el Dinosaurio, sino algo más acá, como una Miss con La Comedia bajo el brazo.
De pronto sentí que el perfume llamaba más la atención de lo normal, y sin hacer caso a ese pequeño incidente, tomé el ascensor. Bajé los veinticinco pisos del hotel, porque yo vivo en una suite de hotel, hasta llegar al loby. Mientras el ascensor bajaba pensé en Carlos, en las veces que me siento sobre el sofá o frente a la ventana y fumo, viendo como la gente transita, y el aire entra a la suite acariciando las cortinas de las ventanas, y me sé como la mujer más triste y estúpida queriendo recordar cosas que ni siquiera sé si sucedieron.
Se abrió la puerta del ascensor, caminé unos pasos y el loby se llenó de mi olor e hizo que los presentes, contando con las ridículas hetairas de los abogaduchos me vieran. Escuché rumores entre la selva de plantas colocadas en las esquinas del lugar, sin embargo, sabía que venían de Ésas, y sin ataduras salí del hotel camino a la comprobación más tiquismiquis de mi vida, pero importante.

No había caminado ni dos cuadras cuando los ojos, que más bien garrapatas, de algún abogaducho que me seguía, se incrustaron en mi muy fiel trasero. A decir verdad no es trascendente, yo sé muy bien de lo calenturientos que son esos Conchas de la ley, y, por otra parte, no me horroriza saber que lo primero que ven es el culo, porque sé que de no hacerlo, Carlos seguramente ya no lo haría y eso significaría que, matemáticamente, en tantos me vean, Carlos me seguirá viendo y, sabido de que otros me desean, él también lo hará, sintiéndose orgulloso de tenerme. Y desde luego, a la inversa.
Caminé unas cuadras más hasta llegar a la esquina donde se encontraba una óptica para comprarme unos Future, lentes para protegerse los ojos de los rayos del sol, porque los míos los abandoné en la recepción del Only Princess. Entré a la óptica y en seguida una señorita media gorda corrió para atenderme. No la discrimino, ¡de verdad!, pero el top que llevaba puesto hacía que cierta golosinidad le hiciera el frente, como untándose a los pezones. Quiero unos Fiutur, o sea, unos Fu-tu-re. ¿¡Ah!? Unos lentes. ¿De cuáles? Unos fiutur, o sea: ef, iu, ti, iu, ar, i. FIUTUR. ¡Ah, sí! Y la señorita se quedó con cara de What? Pero dijo, Ahorita se los traigo. Me llevó unos lentes horribles que quise estrellarlos en su cabezota para que por ósmosis viera que no era la marca que había pedido. ¡Ash! Como podrán ustedes sospechar aparte de no conseguir los lentes, después de más de diez modelos equivocados, me gané un coraginón que por poco me hacía cancelar mi empresa.

Salí de la óptica bastante encabronada, pero para no hacerla de pedo me dije: Nena, fúmate un cigarrito y tranquilízate, para llevar acabo el fin que también ya conocen. Extraje un Capri del bolso. Lo encendí y así, fumando me dirigí al parque. Como estaba mucho muy molesta, repito, no me di cuenta de cuántas veces me veían los hombres que pasaban a mi lado o en sentido contrario por la avenida. Incluso pensé, cuando los ánimos se habían calmado, en regresar para percatarme de ellos y sus miradas. Terminé el cigarrillo, di vuelta a la derecha, entré al oxxo, compré una soda light y cruzando la avenida ya estaba sentada en una de las bancas del parque, ahora sí, alerta a cuantos me vieran. Di algunas vueltas alrededor del jardín y regresé al mismo lugar. Al principio me pareció una actitud muy fría la mía, pero nada más las primeras treinta y cinco miradas y ese pensamiento insensible desapareció de mi mente. Me encantaba cuando me veían caminar y el sonido de las zapatillas los alertaba, como con antenitas en la cabeza, y es obvio que no era esa la antena ni la cabeza que se les paraba, y a mí las zapatillas me hacía parar,... ¡ya saben! Me encantaba cuando alguno de los Don Juanes de por ahí la hacía de súper galán y así, con toda ley de ventaja, pasaba a lado mío tirando rostro. Yo los dejaba ser, aun cuando el pobre niño vende rosas andaba de aquí para allá, llevándome una rosa por parte de aquel o aquel caballero. Las recibí todas y como para que no me viera muy puta, cruzaba la pierna izquierda que estaba bajo la derecha encima de ésta y con la mano les tendía un saludo cuasicálido.

Convencida de mi proeza y ya pasadas las seis de la tarde, (anoto: por cada cinco hombres por minuto en seis horas, todos me vieron) decidí regresar al hotel. Quiero confesar que durante ese tiempo pensé, de nuevo, en Carlos. Y valentonada decía que el pendejo era él por no darse cuenta de nada. (Anoto: está comprobado; soy una mujer inteligente, según el cincuenta y cinco por ciento de los encuestados. Tuve que preguntar después de que me vieron el culo: ¿Señor, usted cree que soy una mujer inteligente? Y respondían: ¡Síiii, claaarooo! Y como no había otra pregunta en el cuestionario, colocaba una palomita debajo de ésta, la única, hasta el punto de llenar la libreta.)

De regreso me topé con algunos más que me veían pero que ya no tenían ninguna importancia para mí. Extraje otro cigarro, el número doce. Un tipo se acercó, extrajo su encendedor y se hizo el fuego. Le agradecí y se fue. (Entonces odié mucho más a Carlos por haberme dejado plantada la noche de ayer y quise que ese desconocido, al que se me olvidó preguntar su nombre, se llamara Javier y yo Julia, y que Carlos fuera amigo de Javier, como para llegar a la casa de él y después ir a la de Carlos, y estando allá, mientras me vieran yo les bailaría y me iría desnudando conforme ellos me miraran, hasta que al fin me sintiera penetrada por ambos; amada por Javier y deseada por Carlos. Ya cuando todo terminara, besaría a los dos en la boca, bajaría de la casa de Carlos subiéndome el cierre del pantalón, acomodándome el cabello y apretando mis pechos contra la blusa de color claro, y cuando abriera la puerta del carro, ver cómo desde la ventana ellos me verían, sintiendo entre mis piernas una vez más el húmedo calor de mi tanga empapada.)

No supe en qué momento, después de la tribulación de ideas, llegué al hotel. Sin embargo, no era la misma de la mañana que bajó emocionada oliendo a Animale Tempatiton, para demostrarme que era inteligente y bella, sino que muy al contrario; me sentí absurda, fea e ignorante, y así con desanimo subí a la suite. Abrí la puerta y frente a ella la ventana abierta, con el aire oleando las cortinas que rumiaban sobre los cristales. Arrojé las zapatillas que sólo estaban calzadas sin sujetar y corrí hacia la ventana para ver el transito de la gente que caminaba por el zócalo. Anudé mi cabello, desabroché los botones de la blusa, extraje otro cigarro y fumé sintiendo cómo el humo rozaba mi rostro mientras veía la ciudad. Después de una larga cavilación donde no encontré respuesta, ni olfateé una sola, decidí quitarme las otras prendas que tenía puestas; encorvé la espalda colocando la cabeza frente a la ventada y dejando en alto mi cadera, de tal modo fui bajando la falda desde la cintura hasta la apretada parte donde mis glúteos ahorcan el elástico, entonces sentí la mirada y una vez más la tela se ciñó a mis nalgas, porque alguien me veía: era Carlos.

IV

Mañana es martes,
las horas le seden a la oscuridad
espacio
El frío muerde los huesos
y así sigue sucediendo
Mi padre es huérfano
y así sigue sucediendo
Yo soy huérfano del dolor que siente
y así…
Mañana, mañana, mañana
ritual que envejece
No quiero sentir lo que siente
mi padre
Se pone de pie frente a la puerta
y sin lágrimas lo escucho llorar
rezándole a la tierra
Tengo la constante de que ya
no vuelva hacia la casa
Qué se hace cuando se es huérfano
Yo quisiera decirle que mañana
es martes
pero es tanta la soledad
que lo dejo vivir su muerte

III

Por la tarde llovió sobre el cántaro sucio
La luz se despidió con labios suaves
de los pinos
y el polvo se abrazó a la oscuridad
con dientes que le mordían hasta los muslos
Se hizo noche, antes el orgasmo.

Lo noche hace que los muros hablen
que se unten miel las palabras,
que la lámpara desabroche su corsé
y unos senos negros le aparezcan
La noche descuelga los mares
del asfalto,
entorpece el caudal de fríos
entre esquinas y el viento baja
a oler sus prendas

Los vecinos del viento andan su muerte
Escogen el ritual sin sombra,
se adhieren al tono de la seda
en los bares
y vuelven a la lluvia,
urgidos de sexo,
a lamer las fisuras de la acera

lunes

II

En qué tiempo dejará de escucharse
entre los huesos
dejará de engullir la savia hasta
que el latido sea un guiño
y ESTO se refiera sólo al acto
de presenciar la muerte

En qué tiempo, rémora, comerás
la hetaira y su nombre
llenarás la tinta con cálido
desdén de océano
y se alejará por fin el agua

En qué tiempo el silencio ocultará
su cámara de tortura,
que la ciudad se embriague
y permita entrar el sueño

Todo se resume a esto:
el incendio apagó la calma.

sábado

Carta de Brenda

Hola:

Buenas noches, finalmente ha llegado el año 2010, unas horas joven y quien sabe como vayan dandose las cosas.

Te escribo para hacerte saber mis buenos deseos para contigo, el año 2009 fue un año en el cual apenas supimos el uno del otro, solo se que sigues en la escuela, la musica ya no formar parte de ti, sigues leyendo y me mencionas autores que no he leido (eso es bueno porque asì busco incrementar mi conocimiento respecto a literatura) tienes un amor y la vida va.

No tengo bien claro desde cuando es que nos "conocemos", creo que fue algo espontaneo, comunicandonos con frecuencia por messenger en vez de foro del SN, siempre me pareciste distante, ausente, lejano, y lo sigues siendo porque pues vives lejos y tienes cosas que hacer y cuando conversamos no ahondamos mucho en la vida del uno y del otro.

Quizàs algun dìa nos conozcamos en persona y conversemos mucho sobre todo y nada a la vez. porque el año pasado la disponibilidad de tiempo y dinero para mi fue en absoluto la causante de que no llevase a cabo muchas cosas, soy una persona desorganizada, ultimamente la disciplina no es uno de mis fuertes, pero creo que nunca es tarde para empezar.

Fabiàn yo espero que el año que terminò haya traido para ti màs experiencia, màs sabidurìa, y que este que comienza que es un ciclo màs, las metas y proyectos a perseguir te sean plenos de satisfacciones y culminaciones, deseo para ti y tu familia un año de bienestar y tranquilidad, con mucha, muchisima salud.

Cuidate mucho y sonrie, que de vez en cuando no hace daño.

Feliz 2010

Brenda

Velorio

>>Buenas tardes, Juventino, ¿cómo te va?

>>¡Aquí, caminando! Rubén.

Cuando vuelva usted al camino viejo, se dará cuenta de la sequedad amarga del río. Las brechas que conducían a las milpas más bien lo guían a uno al cementerio. Se ha vuelto una laguna llena de tierra y de sed. Ya no verá aquel sendero que se juntaba con la orilla del río, y a las mujeres lavando en piedra lisa, la ropa de los peones. Ya no verá las atarrayas hurgar la marea baja, ni en meses de lluvia el camino dejado por el musgo entre raíces. El río es un fantasmas que rueda entre la grava, con una cantidad olvidada de peces que se adhieren al tiempo.

>>¿Caminando? ¿Se acuerda de las reuniones para celebrar al Santo de la capilla? Ya no se hacen... Íbamos a ruido de cohetes, por aquí mismo. ¿Se acuerda?

>>...

...aquí donde estamos usted y yo, las Magdalenas iban caminado a vuelo de enaguas, por eso caminábamos a paso lento, viendo cómo las nalgas les bailaban sin calzón en toda esa junta de telas.
Después cada uno tomaba se encamiba con una de ellas.

>>Allá, por donde viene Julia, ¿se acuerda?, se hacía la remolinera cuando los vientos cruzaban el agua.

>>¿Y, adónde va, Rubén? Que es que lo veo triste.

>>Espero a la Julia para irnos. Ya deberías saber qué es lo que se habla cuando te dan ganas de caminar, tú, que tanto acostumbras andar solo.

Ahora ve uno venir el frío desde allá arriba de los cerros, arrancado de la punta de los abetos. Y uno quisiera que ese frío hiciera temblar el cuerpo, sentir el fresco entrando por los huesos, pero hasta el frío tiene sed y no nos toca.
Ya verá que mientras es de día el viento baja en forma de polvareda y luego sube, y es como si los huesos anduvieran caminando sobre el silencio. Y usted no podrá caminar más, porque el camino se detiene y el tiempo se va en busca de más polvo.
Cuando llegue a medio día sentirá el olor profundo de las flores, pero, le digo. Ande lento, fijándose de todo, porque a veces dando el paso a uno le entran espinas, y ojalá fuera sólo eso.

>>...

Cuando la espina cruza el cuero del pie también se siente el quejido del cuerpo –si es que no escucha el de los demás– y querrá irse más aprisa, pero es inevitable y tendrá que andar así, como teniendo hambre.
Yo le digo que lleve algo con que hacer fuego, aunque según lo veo no creo que lo necesite. Se acostumbrará; y cuando pase verá la luz del otro polvo. Para ese entonces el sueño le vendrá bien, pero le aconsejo que no duerma, aunque si lo hace, procure guardar bien todo lo que lleve en mano o en el pensamiento; ya verá si no hace lo que le digo. Si se duerme pensando, escuchará el latido de la tierra, y la luz será mal augurio.
Pero le digo que mejor no duerma.
Si sabe andar bien, encontrará algunos conocidos a los cuales no les ha perdido el rostro y ellos le invitarán un trago, sin embargo, no habrá agua que le sacié su sed. Otra cosa, no beba mucho, de lo contrario juntará penas como cuando cazaba peces y se olvidará de las suyas, y si eso sucede, correrá el riesgo de querer salir y será peor que olvidar, porque entenderá que nunca tuvo memoria y querrá, por lo menos, morir.
Con los años aprenderá a inventar, llamará a este pueblo según crea necesario y hará lo que usted quiera, entendiendo que lo que haga no debe ser por mucho tiempo o terminará, como le he dicho, olvidando todo.
Yo he cultivado algunas flores que huelo y nunca crecen. Hago de cuenta que las riego con agua del río y veo cómo emergen de la tierra con los pétalos muy azules. A veces siento que me están diciendo algo que no quiero escuchar y veo el pueblo por todas partes. Prendidas las candelillas y sonando las campanas, pero tengo mucho miedo porque creo que soy vigilado. Usted no tenga miedo ya se acostumbrará y le será fácil seguir el sonido hueco de esos repiqueteos, como gotas gordas que la lluvia trae.

>>No es que esté triste, Juventino. Es que no me dejas en paz.


Corteza

Vuelto a los mismos días
abro el pecho que se cae de hastío
Se queja del sabor común
que tiene los oráculos
vistos en el espejo
de la piel y la boca
que nombran el polvo futuro
de la sombra que entra, fría,
al hervor de la memoria

Mi pecho está cansado de tanto
pedir tiempo,
una hora para el sabor licencioso
de la miseria, una sola.
Un espacio donde ocultar los rezagos
de las viejas tumbas, o una caja propia
donde pueda hacer mártir el desprecio

Mi pecho es un ardid de piernas
que bailan, y un trago por la noche.

Si dejara de volver ya hubiera
encontrado cruz con que persignarse
pero le llama el fuego, y todo lo que hace
es andar ciego despertando la mirada
del verdugo.