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(CAROLINA EN el edificio vecino, al verme recurre al ritual de costumbre -fuera vestido-. Yo me acaloro contemplando su desnudez al ritmo de las campanillas del carro de helados y ella me llama. Desempolvo mi ropa y en menos de dos segundos estoy frente al timbre de su habitación. Entro. Casi sin proponérmelo comienzo a desvestirme, no al ritmo de las mismas campanillas: sino al de mi corazón embobado por mi sexo que crece. Carolina permanece tranquila en tanto que yo empiezo a husmear su cuerpo de cabo a rabo, maldiciendo el jueguito ese de, -aqueyolaencueroyellaaquenosedeja-, que si sí o que si siempre no. Ella se hace la turista y me habla de retórica...
Alberto Enriquez