Has de saber que estos días andan como si nada; vuelvo a casa y cumplo los deberes acostumbrados –de hecho considero que el jardín ha quedado perfecto. Las violetas y las herberas inquietas no dejan de seducirme, incluso, hace unos días, noté que el color de la herbera que tú sembraste se ha puesto de colores claros, casi transparentes. Pero siempre existe algo que sobrepasa todo lo demás. Y quiero decir que se expande por toda la casa, aun habiendo esas variadas formas en el filo del sofá o el inclinado rubor de la cama, siempre –y decirlo así ya es más que perpetuidad– acaece todo cuando rehago. Si de recuentos se trata habría que escribirte una docena y más de estas ya, también, acostumbradas cartas. Podría comenzar por las ventanas, quité los viejos moldes de madera por unos nuevos y dejé que se cuadriculara la vista para tener una mejor toma, quizá televisada, del fulgor que el vendabal atravieza la calle.
El picaporte del cuarto mandé a que el cerrajero trajera uno dorado, con formas góticas y de praxis casi inexistente –sólo es cuentión de “meter” el punto que le salta como pezón y con eso quiere decir que ya está guarecidad toda intimidad, sin nececidad de llave. Los muebles y por supuesto el sofá han cambiado de lugar, el sillón “ve” hacia el oriente; no es una vista muy favorable pero sé que perdura la imagen del cuadro que Javier nos regaló en el primero de nuestros aniversarios. (Dos para ser exactos.) Sé que el cuadro no te agradó del todo, aún cuando Javier insitió en que era una replica “casi” “incopiable” de una pintura de Fernando García Ponce. A decir verdad, tampoco me agradó. Pero era el regalo de nuestro mejor amigo. Los demás muebles, excepto el sofá ven hacia el poniente. Sería obvio mencionar hacia dónde ha quedado el frente del mueble restante. Desde allí disponías la barca, y los sueños se hacían concretos remantando con besos y caricias analfabetas, buscándose uno sobre la otra, sin escribirse. Después sucedía el clima, que si llovía allá afuera, dentro las incrustaciones del sol escamando las aletas de nuestras caderas; que si había sol allá afuera, dentro las extremas ansiedades de la lluvia rodeando el ombligo, los labios, los muslos, el arenal movido por la corriente hasta encestar cronometricamente en el punto de cristal y de nuevo a darle vuelta al reloj de arena. Pero es irremediable seguir multiplicando esas étapas y por lo tanto irremediable saber que no tienen correspondecia sino a través del pensamiento y la imagen ya muy interrumpida de ti y de mi, sentados en el sofá, hablando de las hitórietas de la generación gerrillera. De los avatares pornográficos de la decena de jóvenes que cumplían la tarea de postear las fotografías en el barrio, y de cuando uno de ellos se masturbo al ver una tuya pegada en la puerta de entrada a la casa. Si yo me preguntara algo más en este momento, después de lo que ha diario me respondo, no sabría que pregunta hacer.
A saber creo que sería injusto realizar alguna, porque de todos modos tendría que responderla y de acuerdo a la dualidad de todas las cosas no me sirve la respuesta. ¿Fue así como tal, heridos desde siempre? Recuerdo la vez en que te desvestiste frente al portón mientras regaba el jardín. Nunca vi más hermoso tu cuerpo que ese día, completamente desnudo hasta de mí. Como el arte expreso que a todos acoge y a todos huye. Pero la situación no sólo era hermosa sino exitante, ver que te veían quizá con odio, malicia o desden, pero te veían allí, desnuda, como hoja húmeda ya sin capas a la vista de cualquier célula parlante. Debo a eso noches inconclusas y muchas horas de inquieta lucidez. Ahora no sabría que decir si se repitiera el acto. Si tan sólo hubieras permanecido en pie, o menos en pie y más en vuelo, con el aire y la voz noctívaga, sin darte cuenta de la luz y del día, y que así se hubieran sucedido las noches, como decir noches a la brasa. Pero ya lo he dicho, es irremediable y como tal creo que es justo –después de haber hablado de lo injusto– decir que lo único que no ha cambiado de lugar y de aquello que el recuento no tiene sentido, ha sido la manera en que camino por la casa; guiado a sabiendas de no sé qué sombra:
–Una taza de Té. Quieres Whisky.
y así todas las noches, con la solida función del oficiante nocturno que sólo por gramática pone el punto cuando a su memoria le llega el aguijón de la soledad.