Les comento. Hace ya varios meses, cuando era época de lluvia, acudía a casa de G al medio día. Con regularidad platicábamos acerca de libros, discos, películas (a mí no me agrada tanto el cine), o cualquier situación que aconteciera en el momento, el tema siempre ha sido libre. Pues bien, aquella ocasión el sol brillaba poco y las nubes, como tristes, pálidas o nocturnas se escondían de sí mismas apagando su delgada lluvia con rayos ultravioleta. Entré a la casa de G algo malhumorado, Él escuchaba a John Coltrane, de esos negros con el Jazz en las venas, al momento de cruzar el umbral de la puerta, mi compañero de juerga y muy buen danzante, más con la prenda de la dama a media cadera; leía versos de Efraín Bartolomé, le ha gustado desde siempre, creo que es uno de sus autores para desquitarse el llanto, más de una vez lo he visto recitando poemas de Efraín y beber whisky con una necesidad absoluta de olvido. Y bien, entrando yo sonaba entre paredes smooth, la verdad ya no recuerdo la canción (música), pero me imagino que esa era. Entonces G me vio, sonrió y dijo que estaba cansando, lo noté, su aspecto lucía deteriorado, además de estar algo ebrio con tono de voz infecundo, fútil, simple. Después dijo esto: leo un poema de Efraín, ya sabes, pero siéntate, ven y escucha, “¿te sucede todo verdad?” Sí F, todo, qué más da. Pero escucha y no interrumpas. Comenzó a leer, más bien, a doler el poema y toda su agonía y toda su vulnerabilidad me fue transmitida, G se consumía poco a poco haciéndome parecer su sepulturero. Lloró mucho al leer un verso que transcribí de dicho poema y para que ustedes puedan notarlo le he colocado un asterisco (*). El poema, que para gusto de G y mío se titula, Duele. Vaya para G lo siguiente, que no supe darle un título fijo, o mejor, pero sé que a través de este texto he rescatado, o afilado mil navajas que en su interior de filo, guardan sangre, llanto y amor. Intitulado entonces:
Negaciones
El amor se lleva prendido al sexo, decía Ella. Si fuera una puta, que a veces parece serlo por sus caricias y su agravado furor posesivo, consideraría como un hecho fulminante tal frase, pero me hace dudarlo, porque hay días, noches, madrugadas que únicamente solloza y a mi me tiene preso con suspiros que se dilatan alrededor del cuarto, como si fuera Ella hoja y lluvia, o con tal de creérselo me deja sumiso, suplicante y delirando.
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Considero que Él sabe bien lo que quiero, ha de suponer cosas para mutilarse, su victoria sería franca al saber que yo me dilato al igual que Él a destiempo y con miserias. No, no soy una puta, al menos no ha estas horas que pulsan sin razón entre discos furtivos que me atacan y notas que emergen de la almohada, ¡Oh, cuánto lo recuerdo!, parecía una noche que se iba prendiendo y que finalmente le inundaba la oscuridad, ya no tenía estrellas, eso creo, no, no las tenía, su luz se estaba cayendo desde dentro, en su pecho, qué lástima.
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Si la historia comenzara así, digo, primero la vi, luego la sentí, después me enamoré, ¡Oh, gran fin tendría la nuestra!, pero no... o no sé en qué momento comenzó, tal vez desde antes, mucho tiempo atrás, cuando surcaba el primer barco aquel mar, cuando el primer hombre supo que la arena de las playas son lo mismo que el destierro, cuando se creyó infame al suplir su llanto por rezos, o en aquel tiempo cuando vino un hombre ciego y jugó con las olas pensando, quizá, que su amada volvería, Él le dijo, supongo, espera... un momento. Yo no sé si Ella volvió o volverá, es tan distante saberlo que me acostumbro más a la idea de percibir las olas del mar como dulce canto que anega en su espuma un beso suyo que tal vez es para mí.
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No, no y no. Que equivocado estaba viendo la luz de la luna en mis ojos, yo lo veía con su mirada turbia, enajenada, trémula, tibia... ahogada en la suya inquiriendo sin palabras muchos besos a la mía. Qué quería ver en mis ojos, ¿su tumba?, supongo, sí, su tumba, esa marea – polvo que a los hombres, con los años, les teje arrugas, canas, lesiones, vaya, que se está muriendo con la hoja llamada años. Pero no es solamente su tumba, también me veía a mí directamente, sí, esa niña arrodillada que se ve dentro de la piel de lágrima, a esa quería ver, ¿la observó, pudo verla? No lo sé, creo, por su gesto telúrico después, que sí, la vio cuando yo ya dormía.
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Es posible, ¿verdad? Me pregunto, es posible dejar pasar los días, las noches y bla bla bla, no lo sé, la custodia de un velamen refuerza más los tormentos que me llenan. Ella tiene unos labios cortos, delgados y ojos grandes, besé su boca y sus ojos, que oscuridad vi en ellos, pero qué linda oscuridad, qué marfil de oscuridad, qué divina noche anida en sus labios, qué amanecer más grande en sus ojos, qué días, qué noches, todo en ella es un reflejo oscuro que me enamora.
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Él tiene una voz que se expande, voz de cloro que limpia, voz de noche que se cierra, su voz es otra llave, logró en mí abrir las puertas que se habían exiliado, qué maravilla su voz, qué negra su voz, voz de muerte, luctuosa, fúnebre. Aún recuerdo aquella vez que juntos en la cama, desnudos, con la piel de la cama y la nuestra unidas , se acercó a mí murmurando palabras que me hicieron decirle, mi amor. Y sí, era su amor y, amor negro también, médula del vacío, pez que ciertamente se va en el cuello de la gaviota para no volver jamás.
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Sí, escribí de madrugada pensando el final sin describirlo, Ella estaba dormida, cuando duerme sus pies se mueven como peces, parecen que están soñando y sus senos se inflan, se acumula en ellos el aire, aire de mis besos, saliva de mis besos, aire de mi lengua, Ella lo aspira cuando duerme, porque en las fisuras de su boca he quedado muerto, más cuando me odia, ahora yo la odio, la quiero muerta, ¡Pero cuánto la extraño!, la vi y quedó sin escribirse el último renglón de nuestras vidas... Ella es un viento que se va*
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Soy gaviota y pez, paloma y pluma, una tumba y un secreto, mi cuerpo es un secreto que respira voces, me he ido ya, y no vuelvo, creo tener miedo, más a Él que a mí estando juntos, ¿pero, me hace falta? No lo sé, soy una larga voz que murmura entre los juncos. Que se vaya Él, allá su oscuridad y sus ojos, allá su viento, allá su luz, allá su melancólica espera, que se vaya, ya no lo quiero, Él, se está muriendo.