Ser es erotismo
Octavio Paz
Un lenguaje que se expresa
En imágenes de las cuales ninguna
Quiere ser la última
Robert Musil
Cualquier cosa es mejor que una necesidad que nunca es satisfecha
Juan García Ponce
Octavio Paz
Un lenguaje que se expresa
En imágenes de las cuales ninguna
Quiere ser la última
Robert Musil
Cualquier cosa es mejor que una necesidad que nunca es satisfecha
Juan García Ponce
Aquella noche, cuando todos desearon quedarse en la sala de la casa de Carlos, nosotros subimos a un pequeño jardín que se encontraba en la azotea, allí podía verse completamente la ciudad.
Distinguimos las luces de los bares que aún seguían abiertos, las calles y avenidas donde según tú podría localizarse rápidamente una prostituta, adivinabas sobre los precios posibles, el color de sus vestidos y la marca de cigarros que fuma. Luego de decir que la noche encerraba a la ciudad me tendiste la mano izquierda para tomarla y agregaste: que sorda y estrecha tiene la lengua esta luna, y de nuevo sumergiendo tus pensamientos en no sé qué delirios, bebiste de tu copa dejándola después a un lado de la mía. A penas y entendí lo que querías decir y sólo para mi inferí una leve sonrisa como para aguzar lo que probablemente sería nuestra última cita juntos o casi juntos ya que tu parecías adherirte a la fiesta con la misma solemnidad de terrible silencio escondido que tenía la ciudad. Creo que estábamos un poco borrachos y a propósito de la libertad que ese estado me causa rodeé tu cintura con mis brazos estrechando tu espalda contra mi pecho, las copas que habían contenido whisky cayeron al piso y un olor a alcohol irrepetible subió hasta tu cabello, el cual se deslizaba pausadamente sobre tus hombros. Arqueaste un poco las piernas y poco a poco tus manos me levantaron la camisa, quise decirte lo mucho que te amaba pero tu cuerpo y tu esencia sacudieron toda pasividad haciéndome tomar con fuerza tus labios y tu boca. Besé tu cuello y tu espalda mientras tus nalgas desnudas rebotaban con cada movimiento de entrada de mi sexo; al final terminé a un costado de tu cadera debido a la postura en que te encontrabas, con tu mano derecha acariciaste la parte que se había manchado y un poco de semen fue llevado hasta tu pezón el cual besé.
Es increíble que aquella noche estando los dos de la mano todo el tiempo terminara extrañando la primera de tus imágenes. Es cierto que varias veces, principalmente cuando te sentías sola, rodeada de tanta gente, acudías a mí para evitar el contacto con los demás y me besabas fuertemente con una pasión irreconocible. Carlos nos veía desde un rincón cercano a la cocina. Sabía de ti desde mucho antes que comenzaras la carrera, creo que te deseaba tanto como yo al verte por vez primera al lado de él fumando y bebiendo café en una cafetería del centro. Supe de los sentimientos que él escondía y que tú sabías y agregabas un valor aprobatorio de amor más o menos incomparable.
Se conocieron el primer mes del curso, después no sé cuántas veces compartieron sus opiniones acerca de la poesía o los cuentos o tal vez en nada acordaban y con tal resultado dejabas que te besara sintiéndote amada y protegida.
Recuerdo que al verte Carlos te acariciaba el pelo y tú fumabas dejándote ser pero con una interminable nostalgia volvías a fumar mezclando palabras y humo sin que pudiera adivinar una sola de ellas, al final ustedes se besaban y creía que jamás te desharías de él o permitirías que otro llegase a ti impulsivo como lo era yo y mi deseo.
Entré a la cafetería junto a Maira quien era lo que se podría decir: mi novia. Nos sentamos en la mesa del lado izquierdo en la que se encontraban ustedes, frente a una pequeña fuente de un ángel que inservible me recordaba las horas interminables en que elucidaba sobre alguna novela leída e inesperadamente llegaba Maira casi desnuda para hacer funcionar el color mármol de mi rostro. Pedimos café y cigarros. Maira continuó con el reproche de siempre e intentaba hacerme entender que nuestra relación necesitaba de seriedad porque ella sí me amaba y sabía que era correspondida (suponía); pero estaba sumergido totalmente en cómo observabas la calle y tu cigarro, creo que te dabas cuenta y disimulabas no verme. A Maira le decían que sí a todo lo que dijera sin prestarle atención o entenderle dejándola sola con su verborrea para poder ocuparme de tu imagen. Ni tu boca ni tu pelo, ni la postura de tu cuerpo decían algo, hasta que tu mirada se posó como suplica en los labios de Carlos y entonces supe que toda tú eras placer y nostalgia.
Dos días después de haberte visto Maira me dejó haciendo que sintiera lástima por su llanto y desprecio por mi actitud irresponsable. Pronto recuperé la cordura y mi lealtad a ti y salí a buscarte al café sin pensar que no estarías allí pues no sabias nada de lo que habías provocado en mí, como si fuese una presencia eterna que nos envolvería.
Al no hallarte regresé al cuarto y deseé que Maira estuviera conmigo casi desnuda para poseerla y pretextar que la soledad era sólo parte del ser libre que me habitaba. Fue Carlos quien nos presentó y abrió las puertas a una serie de actos que quizá hubiera no deseado. Te saludé y así surgió lo que pretendía ser una amista entre tres, aunque yo supiera que ustedes se frecuentaban. No duré mucho tiempo en expresar mis deseos hacia ti, los cuales nunca fueron frenados o heridos pues dos días después nos encontramos solos en mi habitación. Llevabas puesta una blusa roja y un pantalón azul de mezclilla, te recosté sobre la cama dejando ver tu líquida y espaciada desnudez inaprensible de tus labios. Comencé a besarte sintiendo que tu habías deseado ese encuentro tanto como yo y percibí nuevamente tu esencia; tu lengua era cálida dentro de mi boca y al sentirla mi agitación se fue prolongando hasta quererte desnudar, pero no, únicamente mis dedos recorrieron tu sexo hasta humedecerlos y al verte penetrada por uno de ellos tus párpados se abrieron recordándome aquella mirada y proyectando a la vez la ansiedad de poseerte. Tus ojos se perdían en el centro de mis palabras como si al sentir los míos la ausencia de nosotros marcara a la vez la presencia de algo que nos unía.
Carlos no tardó en enterarse de nuestra cita dejando que nosotros continuáramos supuestamente libres.
Todos se movían diferentes a nosotros cuando bajamos del jardín, había un espacio más grande que ninguna pareja ocupaba o lograba llenar. Tu me guiaste al sillón dejando que los demás te vieran mientras cruzabas la sala para ir al baño con tu pelo desordenado, una de tus amigas se rió deteniéndote con la intención de saber lo que había pasado pero tu simplemente acompañaste su risa sin decir más a lo que ella prefirió bailar al ver tu negativa. Fue Carlos quien siguió tu imagen hacia el baño y al regresar hizo lo mismo, con un poco de sobriedad, pues, sabía que yo te observaba y a el también. Los compañeros intensificaron el baile y tuviste que dar una gran vuelta rodeando el sofá, una mesa de centro y la maceta que se hallaba a lado de Carlos, al verlo le diste un beso que casi rozo sus labios.
Instantes después estabas sentada sobre mis piernas hablando de no sé qué cosas, sin entenderte, mientras intentaba reconocer la imagen que había en ti, al no hallar lo que buscaba te besé y Carlos nos vio en el momento en que tú al separarte observabas mis labios y como la ciudad nos envolvía en su silencio de ruidos y gente. Tus labios se estrecharon sobre mi hombro suponiendo encontrar en él la palabra que nunca habríamos de decirnos. De golpe y con la fuerza de quien sabe haberse perdido volví a besarte con la misma ansiedad de los primeros días, reconociendo lo que probablemente era tu imagen como la ausencia de tenernos: Carlos y tú salieron a bailar.