de pronto se fue el viento y amaneció.
la voz del cielo, en la oscuridad de su propia noche,
dio fin al castigo, a la vigilia, al dolor.
era mañana ya cuando se labró el campo
en esas asfaltadas tierras donde nadie
o casi nadie está de pie, sino escarbando
su sombra, con el látigo del perdón.
esa mañana, esta mañana cambió,
fui hombre y niño, a la vez.
en la profundidad del día amanecí,
en el cuarto, la cama, el mueble, el terruño
de mis sueños, amanecí.
ya es hora de darme cuenta de quién soy;
antes muerte, lo sé, pero quizá no sólo muerte,
abandono, polvo o soledad, sino algo más:
es posible que sea un trozo de pan
o de nostalgia, o alguna rama turbia que el rayo no cortó,
o tal vez nada, y sólo un pez,
la mitad del amparo o el germen de la desilusión, no lo sé.
algo ha dicho el viento que no recuerdo,
algo de mi infancia que fue ayer.
algo entonces quedó de mí la noche que me parí,
algo inútil y desgarrado como el ayer, también.
quién soy se pregunta la voz
y yo respondo: no lo sé.