A Isabel Muñoz Pasquett
Descorro las cortinas del cuarto
y hablo conmigo
intentando aclararme los ojos.
Un vaso de té,
dos uvas y el descolorido uniforme
de la escanciadora sobre la cama.
La brasa incendiaria tintineando
entre almohadas;
la voz fúnebre del claxon detrás del edifico
y el aleteo
submarino de mi corazón,
pesan sobre todas las cosas
que me habitan.
Puedo ver la silueta del mar
aquí
en el abrazo nocturno y sin nada
que mi cuerpo invita,
puedo ver los lirios nadar
como quien evoca demonios
en las uñas,
pero todo baja a llanto,
como una vaca gorda,
regordeta que da de beber
al crío décimas de memoria.
Puedo ver la figura
entre los muebles,
el ruido, la bitácora de lutos
y el ladrido del perro
que en su panza guarda la noche
y tal como yo,
lunático se envuelve de fragmentos.