Hace días que veo tu espalda, que dejo en ella el suave placer de morirme, que voy en busca de tu cuello. Me anego en la tristísima hora en que tu espalda deja de latir bajo mi lengua. Qué será de tu cuerpo sin el marisma que enluta el caminar de mis besos hasta tu cadera: Mi boca es un broquel que entinta de mar tus costillas y tu cuerpo guarda el temblor del reloj en las horas nublas: El tiempo en que lluevo y baja tu desnudez a mí, repartida sobre los pliegues de mi cuerpo.