jueves

el roquer


a la salida del bar escuché un responso de una dama, viré la cabeza con la intención de ver de dónde provenía aquella voz delirante; ella estaba sentada en la fila primera de unas pequeñas sillas -por cierto, hubo un clásico de rock-. fumaba un cohiba y tomaba whisky, al verme giro el rostro a lado de su acompañante, un tipo fresco, muy fresco, el cual no respondió a la mirada; un pendejete sin nombre. lo importante sucedió al verme directamente, (juraría que la había visto antes), con su mano izquierda levantó la copa ofreciéndome un brindis, yo salía y ella esperaba de mi lo que jamás he dado, aun por antonomasia.


decidido a no responder y retirarme, acomodé mi cabello largo sobre mis hombros prendiendo un cigarro después. desilusionada, tal vez, calmó sus tragos, tomó su bolso y se dirigió hacia mi, la veía venir; más, esa falda corta que cubría unas piernas torneadas y por supuesto un respiro de dios entre las medias. a punto de salir alcanzó mi brazo diciéndome: -acompáñame, tengo varias marcas de whisky en casa. No dije nada, sólo le arrojé una bocanada de humo en el rostro cristalizando sus ojos medios azules, medios verdes u olivos. abrazada por mi salió del bar, había conseguido galán nuevo. el hombre de a lado vio cómo nos retirábamos, un paso zigzag, otro cantando, y el beso inesperado -dicen- se atravesó en la segunda grada. olí entonces su aroma a española, probé su lengua media cubana, y amasé sus nalgas italianas, mi musa -dije, mi musa completa, llena de cohiba y delirios desenfrenados. al contrario de lo que se piensa, el sexo fue varios años después, acudí, cuatro años exactamente después, al mismo bar, tocaban canciones de los Doors, pero ya no era lo de antes; al salir a la calle escuché igual un responso, esa vez, preferí colocar el cabello que se había caído en mis hombros en las bragas de una mujer esperando a su novio.


Foto pascal renoux

miércoles


no recuerdo si le gustó el té, o por referencia a mi olor poco descriptivo dijo gustarle; veía el centro del bar esperando algo a alguien o qué sé yo; observaba, eso es todo. algunas veces cruzó su mirada con la mía y se detuvo instintivamente a ver cómo mis labios pedían poco a poco un beso cálido; podía deletrearse entre comisuras, yo pretendía que lo imaginara, o lo intuyera, por eso reclinaba la cabeza mostrándole el cuello, jugando con la sonrisa, recitando poemas, o ya como último recurso dibujando círculos con mi lengua.

seguía viendo a todos los demás menos a mí, después disfruté ver cómo miraba frenéticamente a una pareja que bailaba, tenían buen ritmo y se movían con el disfrute de algo que inasible se cumple, inasible me eran sus labios, un beso. sus ojos se explayaban en quién sabe cuántas imágenes, o adónde se dirigían; era estar viendo el futuro desgarrador de un matrimonio casi enfermo; estuve a punto de retirarme y dejar que la felicidad se la llevara, quizá, el viento, el recuerdo, o el infierno; que inaprensible se ha vuelto -me dije-, pero qué bueno, esto de sentir amor es locura y enferma a cualquiera, pero es estúpido pensar así, al final acabaremos amargos, como sal amarga de mar enfermo.

de pronto sentí su mano entre mis piernas, inquietante se deslizaba de arriba hacia abajo; mis muslo izquierdo enfermaba de fiebre y sus ojos veían el estupendo rubor que me provocaban sus caricias; quería un beso, corto, silencioso; extenso, infinito, un beso, al final, un beso es punto de despedida; con qué intento podría arrebatarlo -pensé, en qué momento si ya temblaba y simplemente distraía mi vista con sus ademanes de cuello infatigable que volaba al ritmo de Debussy.
ven a bailar, es mejor así. sacudí un pronto y rápido suspiro y tomé su mano que me guiaba hacía la pista, me miraba, ya no a la pareja, sino a mí, y sonó Debussy para abrazarnos, ahora era yo quien veía a la pareja y en el tono en que bailaban. seguí entonces sus pasos y me abrace al cuerpo que me estrechaba entre sus pechos, un fulgor se apresó en mi; enfermé de gravedad. terminó el largo canto, que aún sonaba en mi cabeza, separándonos intempestivamente, me sedujo su contacto visual haciendo que me acercara lentamente, procuré no distraerme tanto tiempo y tomé su boca, mi lengua fútil se refugio en el cóncavo de la suya, surqué su espalda con mis manos, sentía airada mi alma brotando de ella múltiples latidos, algo se humedecía, pude sentirlo por lo cercano de nuestros cuerpos, sin embargo, el beso fue lo que en la descripción anterior, un largo exilio que se detuvo precisamente en el centro, donde veían dilatado nuestro instante que antes del té se había disfrazado de encanto.