domingo

Nora o de la imagen

Tengo la imagen de aquella mujer y yo, viajando en el autobús de OCC desde hace meses. Digamos que se llama Nora, al menos, ése es su nombre imaginario. O será real.

El boleto que compró era el número uno y el mío el dos. Cuando la vi sentada a lado de la ventanilla, con una bufanda de color plata puesta alrededor de su cuello, pantalón negro y blusa del color de su piel; y ella me vio de frente, alcancé a decir para mi: qué vieja tan más chida. Pero, no dije nada, hasta estar sentado. Hola, buenas noches, le dije. Nora respondió de la misma forma y me convidó de una sabrita que había guardado para el viaje, pero decidió comérsela antes de que el autobús se moviese. Gracias, muy amable, dije. Fue Nora quien comenzó la plática. Yo le mentí... oh sí, he viajado a Monterrey, claro. También. sí, sí. Conozco todo el estado. Ha viajado mucho entonces, dijo. Ha viajado, me trató de usted. La verdad no vale la pena hablar de eso. Nuestras piernas estaban muy unidas.
Ya llegamos a Comitán, Nora. ¿Te espera tu esposo, cierto? —dije.
Bajamos del autobús, ella le marcó al celular de su esposo que trabaja en obras de gobierno y yo quedé viéndola un momento más. Me observó de pies a cabeza, luego me dijo: tienes dónde apuntar. No recuerdo el número de su teléfono.

Tal vez me esperó otra vez. Qué se habrá hecho. Yo continúo viajando todos los fines de semana para verla en el asiento número dos de los autobuses OCC.

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