Cuando nada haya que decir pediré que a mi tumba, como epitafio, se le escriba esto: Jamás quiso decepcionar o sentirse decepcionado. Amar o ser amado. Nunca le preocupó la salud –estaba inscrito en un régimen de alcohol. No adoptó cultura alguna; de nada le serviría al mundo o a la vida en su sí. Le valió madres el planeta. Mejor. Nada de grinpis. Salvemos a las focas, no tirar basura, en fin. No le interesó nada. De qué serviría si le hubiera interesado algo. No vale la pena ser manager, boxeador o torero, al final se es siempre la misma nada. Una absoluta soledad. Quiso ser cuervo, carpintero, mecánico, poeta, albañil, gendarme, revolucionario, cuentista, ensayista, doctor; los oficios más ávidos, era su lema.
Ahora bien: algunas notas se interrumpen y sé que algo quedó fuera del lugar, como si el lugar fuese el pensamiento y éste la palabra única, o la undécima. Siempre se me olvida escribir realmente lo que deseo, excepto en aquellos acercamientos. No sé decir lo que no se dice. Eso es todo.
Cuando baje la voz con filo a derrotar la palabra, haremos del vencimiento un ritual de paradojas; algo como decir pero sin sangre.
Cuando el ruido mute a silencio, vendrán las palmas a sacudir el hombro y seremos bienvenidos al bicho incestuoso del adorno.
Cuando la sombra sea cuerpo… cuando la sombra sea cuerpo… cuando la sombra sea cuerpo… cuando sea cuerpo la sombra… sea cuando la sombra cuerpo: llama tétrica del vientre: jaula y jauría.
Cuando… cuando algo suceda, si de verdad sucede, llegara el destierro y el levantamiento de los noctívagos, los hetaira del polvo, cuando sea que pase algo. La tierra regurgitará los huesos y la sangre. Los epitafios serán nupcias de vida. El mito que escribió el cuerpo antes de formarse palabra, despertará con canto estruendoso de los degollados. Un ancla en la idea que rompe el cuello.
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