lunes

diario

no recuerdo el nombre del lugar. había en las calles los años de viejos polvos, centrados en pequeños montículos, donde el pasto les permitía subsistir. las casas estaban dispersas, y en las esquinas el portón de madera anunciaba el encuentro entre visitante y anfitrión. era un pueblo, tal vez, o alguna comunidad cercana, con amplísimos campos verdes que parecían montarse sobre los cerros hasta llegar al pico de los árboles que llamamos pinos. desde donde mi recuerdo me permite, todo era azul y nubes blancas pendiendo del cielo. era un azul casi celestial, que miraba hacia el universo, hacia donde mis ojos no podían imaginar. entonces mi mirada se perdía en los horizontes que se violentaban por los soplidos del viento y el murmullo que bajaba desde lo alto de los abetos. yo no vi gente ahí, sólo ganado, aves de corral, ovejas, incluso no vi perros, aunque sí los escuchaba, a lo lejos, como queriendo salir de alguna parte que estoy seguro no era el infierno. todo lo que veía era tierra canela, casi roja, que se hacia camino al recogerla con las manos, y era caliente, muy calientita, tibia diría, como el cardo frente a la carne. ya no recuerdo a quién llegue a visitar, no era tiempo de visitas pero ahí estuve, y no sé si vi lo que ahora cuento, todo tenía olor a recuerdo, menos yo, que ya vivía recordando otros tantos sentimientos.

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