tomó distancia dejando debajo del cuerpo su mano, y sobre ésta el peso suave de los pechos de claudia. un momento antes había recordado la tarde de verano, cuando conoció a quien ahora duerme y se infla y cae como la seda en el lago. aquel día pensaba en la muerte, en el silencio, los sueños y los espejos, decía, todo se parece, la cuádrupla del hombre, repetía. ahora experimenta la misma sensación aquella, y la afirma: es el hombre, inmediatamente. en la muerte el silencio, dice, y ¿qué es el silencio sino la verdad, la única y misteriosa verdad? y los sueños, ¿no son acaso el espejo del hombre o el hombre ante el espejo?
claudia está dormida, gravemente dormida, desnuda, habitada; su piel da muestras de una congestionada vía por donde sólo pensamientos que desean su cuerpo la recorren. al margen de esto, samuel está mirando.
era verano, según recuerda. claudia caminaba del otro lado, donde el río seguía su curso y chocaban las corrientes frente a los sauces. detenía el paso para verla. nada que pudiera pensarse en este instante nos haría suponer por qué samuel se dirigió a claudia; ella simplemente caminaba guiada, tal vez, por el sentido común (un paso sigue a otro) o porque se le antojó caminar por ahí, sobre el puente, cuando la sombra de los pinos y los sauces dan al camino un aire tranquilo, armonioso y, quizá, fraternal para el desahuciado.
samuel sólo se condujo, guiado por quién sabe qué pensamiento después haber conjeturado la cuádrupla del hombre.
samuel, al ver el techo y la lámpara a media luz, siente el desconcierto que podría pertenecerle a cualquier hombre, como es su caso al estar aquí. nosotros no sabemos a ciencia cierta qué pasa por la mente de samuel, sólo suponemos que tal desconcierto se debe a la certeza del cuerpo que está a su lado, dulcemente tibio, como para morir y resucitar en él, como para entrar y no querer salir jamas del brazo otoñal que entre sus piernas guarda. pero samuel es distinto a todos lo hombres, como claudia lo es de todas las demás, y esta misma exclusividad los retrae y los imagina como si ella misma fuera dios habiendo decretado que debían encontrarse en un puente que no significaba nada para nadie.
los senos de claudia despiertan de pronto sin que ella despierte y vuelva en sí: detrás del pecho está la muerte, sugiere samuel, y detrás el abismo.
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