miércoles


no recuerdo si le gustó el té, o por referencia a mi olor poco descriptivo dijo gustarle; veía el centro del bar esperando algo a alguien o qué sé yo; observaba, eso es todo. algunas veces cruzó su mirada con la mía y se detuvo instintivamente a ver cómo mis labios pedían poco a poco un beso cálido; podía deletrearse entre comisuras, yo pretendía que lo imaginara, o lo intuyera, por eso reclinaba la cabeza mostrándole el cuello, jugando con la sonrisa, recitando poemas, o ya como último recurso dibujando círculos con mi lengua.

seguía viendo a todos los demás menos a mí, después disfruté ver cómo miraba frenéticamente a una pareja que bailaba, tenían buen ritmo y se movían con el disfrute de algo que inasible se cumple, inasible me eran sus labios, un beso. sus ojos se explayaban en quién sabe cuántas imágenes, o adónde se dirigían; era estar viendo el futuro desgarrador de un matrimonio casi enfermo; estuve a punto de retirarme y dejar que la felicidad se la llevara, quizá, el viento, el recuerdo, o el infierno; que inaprensible se ha vuelto -me dije-, pero qué bueno, esto de sentir amor es locura y enferma a cualquiera, pero es estúpido pensar así, al final acabaremos amargos, como sal amarga de mar enfermo.

de pronto sentí su mano entre mis piernas, inquietante se deslizaba de arriba hacia abajo; mis muslo izquierdo enfermaba de fiebre y sus ojos veían el estupendo rubor que me provocaban sus caricias; quería un beso, corto, silencioso; extenso, infinito, un beso, al final, un beso es punto de despedida; con qué intento podría arrebatarlo -pensé, en qué momento si ya temblaba y simplemente distraía mi vista con sus ademanes de cuello infatigable que volaba al ritmo de Debussy.
ven a bailar, es mejor así. sacudí un pronto y rápido suspiro y tomé su mano que me guiaba hacía la pista, me miraba, ya no a la pareja, sino a mí, y sonó Debussy para abrazarnos, ahora era yo quien veía a la pareja y en el tono en que bailaban. seguí entonces sus pasos y me abrace al cuerpo que me estrechaba entre sus pechos, un fulgor se apresó en mi; enfermé de gravedad. terminó el largo canto, que aún sonaba en mi cabeza, separándonos intempestivamente, me sedujo su contacto visual haciendo que me acercara lentamente, procuré no distraerme tanto tiempo y tomé su boca, mi lengua fútil se refugio en el cóncavo de la suya, surqué su espalda con mis manos, sentía airada mi alma brotando de ella múltiples latidos, algo se humedecía, pude sentirlo por lo cercano de nuestros cuerpos, sin embargo, el beso fue lo que en la descripción anterior, un largo exilio que se detuvo precisamente en el centro, donde veían dilatado nuestro instante que antes del té se había disfrazado de encanto.