jueves

Si a esta hora núbil
viniese el odio a remojar
su barba de vulva
qué tantos poemas
no escribiría
contando al primero
como el desdentado
de paz
Abriendo mi pecho al mar
a esta selva de mar
al tránsito del mar

mis brazos dejo caer
sobre la desnudez de esta ciudad
Ver el crimen incestuoso
de un diálogo interno

o de hablar en silencio
con mi pareja de a lado

o intercambiar la tibieza
de una mirada
es hallar la soledad en todos
los poros de esta ubre mansa

Hijos de la bestia que nos engulle
bailamos en la cálida penumbra
todos los días

Es este ahíto de estar vivos
la carga nocturna

y el transido demonio de vivir al aire
Y volver a la calma

es ya deshabitar la casa amarga de la savia
dejar de tocar el Jazz de la muerte





miércoles

Magnífico, sí. Hace unas horas, mientras releía los designios de la diosa, libro de ensayos sobre la poética de Efraín Bartolomé, timbró el teléfono. Cuando leo acostumbro escuchar música y justo cuando pasaba a leer algo sobre Música Lunar, más bien, cuando casi casi leía el título del ensayo que trata el tema del poemario "Música Lunar", la rola número cinco de un disco pirata que tengo y es de los Judas Priest llamada Turbolover, que suena y que me abandono a un idea que tengo sobre las ventanas e inmediatamente escuché que alguien de alguna parte del país: -porque dudo que "alguien" gaste su dinero hablándome de otro país-, decidió llamarme. Entonces el rin rin del teléfono me sacó del laberinto de las ventanas y del libro y de Turbo... Todo o casi casi, todo, en menos de un minuto. Quizás eso quiera decir que soy Muy Inteligente y puedo tratar muchos asuntos a la vez.
Dejando el libro, sobre la cama, abierto en la página que le continuaba a la clara presencia de la Diosa Blanca, alias la luna, pues que me voy al lado poniente de la casa de ustedes que es la mía, porque allí está el aparato ése, como no le pudieron añadir conexiones, pues se quedó en la sala.
Levanto la Bocina y que digo:

-Bueno.

-Buen día, le habla Marta Carballo de teléfonos de México, se encuentra el señor "tal".

(Y que me quedo pensando por milésimas de segundo, en que si se sabe encontrar mi padre , además, también en qué quiere la Martita y qué le hice a Telmex.)
Y respondí:

-No, no se sabe encontrar, pero está usted hablando con su hijo, el hijo de mi padre, que tampoco se sabe encontrar.

-Y tiene usted capacidad para decidir en su familia.

(Eso si me caló, qué le interesa. Sé que soy bastante responsable para seguir con mi irresponsabilidad, que también soy lo suficientemente ilustre para vagar y fastidiarme después del trabajo con pensamientos absurdos; sobre todo con los de la "nena", eso, como quiera, me hace capaz. Y por si fuera poco, también sé que tengo muchas oportunidades para cambiar, pero como me gusta ser miserable, decido no hacerlo, y qué, la Martucha preguntándome a mí, hijo del señor don "tal". A mí, dueño de un bajo eléctrico, pocos libros, un Modular marca sony y mi Godofredo, o sea, me molesta que crean que soy incapaz. Martita, cuándo aprenderás.)

-Mhmmm, si.

-Bueno. Mire. Le dejo este número de teléfono: 14528122586. Con ese número se puede comunicar a las oficinas de teléfonos de México, ya que ahora le ofrecemos un cambio de línea en donde usted tendrá cien llamadas gratis con un pago mensual de $&%$$ pesos.

-Ah!

-Cuando guste llamar estaremos para servirle.

(je je, sí. Como no, je je.)

-Recuerde, (o sea, aparte de ofenderme diciendo que nadie me quiere en la familia por ser incapaz, me dijo que soy un pobre pendejo que no recuerda) le llamó Marta Carballo, gracias por su atención: que tenga buen día.

-De nada, igualmente ¡chulita!

Y que me voy al cuarto a pensar en la Marta Carballo. Ya estando acostado, con el libro del Gustavo en las manos y casi casi leyendo Música Lunar, que me pongo a escuchar Nirvana: Rape me, rape me, ajua. Rape me, rape meeeeee!

A mí se me antojó la Martita, o sea, ya pensándolo bien, como que sí. Digo, quizás estaba sentada frente a un aparato como esos que salen en la televisión, donde hay muchos cables y muchos trabajadores fastidiados, o fastidiándose. O tal vez frente a un objeto raro que desconozco su nombre y es bastante interesante, de esos de tecnología moderna.
Y si era de color claro su cabello, con un traje de color azul marino, je je, el azul marino uhhh. Y si tiene unas tetas enormes y un culo sabrosísimo. Y si se está cogiendo con el jefe del departamento, o qué tal si tiene los pechos chicos y el culo eeeenorrrrme, o al revés. Y si no tiene nada de eso y es rubia con ojos hermosos y de carácter fiel. Nooo: no puede ser. Se está cogiendo con el jefe del departamento o sea que me está siendo infiel, o sea que está súper buena y yo nada más estoy, joder. O sea, y si le gusta tenerme a mí y a él y, si le gusta los tríos. No, no va conmigo. Digo, soy liberal pero no para tanto; y si ahora está con ese pendejo de su jefe, cogiendo. Y si le están agarrando su culo que es mío (el de Martita), porque si no fuera mío no me hubiese llamado, o qué.
Aja já, me quiere pero se hace del rogar, pues que se cree la pendeja. puta madre yo no la voy a estar esperando todo el tiempo; tal vez un poquito, pero de todos modos ya la quiero antes de las siete y no aparece, qué culera, qué culazo se a de tener, hay mi Martita, la voy a esperar no vaya a ser que sean puros alucines míos y sólo se haya tardado en el trabajo. ¡Como es de buena conmigo mi Martita! Siempre tan linda, ella.

martes

En la consumación del acto de morir
vuelve el hombre al mundo
a la lluvia del polvo
al cordón de la savia

a la palma amarga fría
inmensamente lejana de Dios

pero la bestia tiene que morir

guardarse bajo el sueño
contar latidos desde dentro
en el rincón feroz de la muerte
tiene que domar
a la sangre
y derramar su canto sobre la lluvia

de quienes exilian su cuerpo

domingo

Nostalgica abre el dorso
la fronda de la lengua

En el nado árido de mar
-pero no de sal y espuma.
Acuaticamente

se despoja de sus prendas
Del origen incendiado de la lengua
abre la otra noche
el corazón del alba
Agua sublunar

A Marisa
[Genial el disco, gracias amor]


Esta es la espuma que abrasa
que engulle el olor del agua

El sabor asido a la lengua
de olvido tibia

Esta
la vena del vello sobre la roca del eco

aguja voraz huérfana de mar


En esta boca
el pétalo es reptado por el sonido
del cuerpo arenoso,
como la fragancia azul salada
de la llama

En esta espuma de alas malvas
al barro puestas
hierve el corazón del vuelo

Anfibia valva de corazón
erecto
a ti el nombre
de tantas noches

Anfibia y dicotiledónea
lengua
en ti
la edad blanca del aire,

Tú,
pestaña habitada

por manglares
y carrizos:
de ti la mirada al mar

de ti el color del ojo en la penumbra de otros dientes

A María Luisa

Vivir la tempestad de los silencios
de tu ausencia inmortal,
palpar tu imagen cóncava, sitiando
mi enardecida espera
con el temblor constante
de no ser y de ser al mismo tiempo.

Elías Nandino

Ayer, como si fuese un día completo decir: ayer, llegó Elena Poniatowska a la ciudad de Comitán. Yo no sabía de su llegada, Ana lucia fue quien me llamó avisándome del evento: Poniatowska estará en el museo Belisario, con una disertación sobre Rosario Castellanos. Estaba a punto de terminar la comida cuando ella marcó; dos minutos después a bañarme, con la querella de ver echada mi suerte al espacio del tiempo, el cual, como si lloviera para sí y después para nosotros, por un momento desilusionó mi amor hacia Elena.

Vestido, sin traje y con la más casual de la formas y modos, presente frente al espejo del viejo ropero, sin saber en la más ridícula de las posturas por qué me asombraba presentir la ausencia de algo, salí a la calle con rumbo al museo. Las calles que transité muchas veces y desde siempre con la misma solemnidad de búho, me dejaron abierta la puerta al reclamo parlante, contándome anécdotas, como ésta, en donde buscar el lugar adecuado, donde el seno es merecido por el llanto, puede ser únicamente en las tertulias de las aceras, en los puestos, las farmacias y en sí en el centro mismo de la soledad que pretender ser habitada. Llegué pues al lugar donde Elena:- aquella que recordaba sensual y nutrida del longevo espanto adolescente, discurría sobre Rosario como la amiga que fue y la confidente de un breve ensayo. Ya no habían asientos y la vista era, por decir un atisbo, nutrida de sonidos espantosos; la voz del hombre y del otro hombre y de la mujer que no sabía a ciencia cierta el número de página en que iba mi amada, o quién sería el presentador del evento, en cuya razón ya había sido presentado por Elena, ruidos y más ruidos, palabras sordas de contenido y miradas absurdas:- la lluvia, momentos después, ardía en la brasa de unos labios que se resistían al ahogo, como si la tierra al abrir su mundo ovárico, dejase que el agua profundizara en la piel de quien escuchaba a Elena, con la misma paz en que nadaba la ola más distante del polvo, unos huesos primitivos de labor al campo.

Elena y yo jamás nos hubiésemos reconocido, o conocido: ella leía con la veloz fuga de sonidos, las palabras escritas fundamentando el por qué de una crónica soledad que le era conferida a Rosario. Por fuera, sintiendo la lluvia, acepté en que Rosario bajo sus versos y en su persona, labraba siempre el coagulo de una nostalgia en tendencias depresivas, su poesía, dirigida al Indio, al amor y al mérito de reconocer el sentir, en mí, tanto como en Elena puso el ritmo de una vieja vitrola, su dolor de arcaica la hace sudaría y eterna. Rosario Castellanos con las intenciones de suicidio y de labor poética, así como de novela, ejemplificando la “novela mexicana”, ocupa en el corazón de mi amada, en el mío y en el de otros tantos, el espacio que se le concede al cuerpo en fino retrato: la vista de la desnudez en la pura imagen del ser. Ella, la Castellanos, sintió y nos hace (hizo) sentir la virtud de la invalida: la soledad.

Cuerdo, aún, minutos después de escuchar a Elena, pensé en sus ojos, suponiendo que el murmullo de unos cuantos que allí se erguían como fe de su creciente entusiasmo literario y, la ineptitud de algún desdichado poseedor de no sé qué, me dejase hacerlo; observé tu talle, Elena, y bajo el dolor de anciana madera recogí trozos de ti silabando nombres que no he conocido, no he visto y que jamás mencionaré, pues es a ti, con la fiel y pálida labranza de mis óseos mares a quien reúno en el conjunto de varios días de espera, de varias noches insondables, muertas e inasiblemente muertas, como si al morirse, Elena, la noche, llegase al estero tu sombra de garza estampada a la falda del agua y de tu boca.

La tarde (¿he hablado de la tarde, o de la lluvia?), yéndose a la noche y tú yéndote con ella; los demás, pedían autógrafos tuyos; reconocí a una mujer de antaño pidiéndote escribieras su nombre sopesando que al escribirlo fuese ya, parte de ambas, mas, en la dicha de ser tú una escritora y la absurda presencia de personas superfluas, hizo de ese hecho, lo más despreciable. Empero, Elena, vi tus ojos y tu piel estrecha de juventud y quise advertir que, en la hora del agua algo se reconocía a sí mismo, algo que yo no conozco, nunca lo he visto y, por añadidura, jamás reconoceré.

jueves

A todas las mujeres
que han ordenado, y, sobre todo
desordenado mi vida


I

Esto no
es un poema.

II

He vuelto al pajar, saíra

a los días cortos
de nueve mundos
e inhabitables locos,
también recorro los viejos aires
y
junto al bálsamo
de los labios:- que por prolongación no son míos,
se ha medrado el tiempo
con los raros circuitos
de un sonido mundano:
nuestros cuerpos solos.


III

Quisiera decirte.

En vez de
he tomado,
cuando tu dormías,
el pulgarde tu arenas.
Ahora

no recuerdo decirte
o hallarte
nado en el polvo
que mi lengua bebe

IV

Este es el poema

lunes

Hoy es un día de fogatas
en que mis fieles difuntos deambulan
si,
los llevo en el dorso

y llevo también
el aire de ellos sobre mi lengua
a cada uno lo recuerdo
como la imagen fina de este nocturno día
y me pesa el alma

mi alma como sombra los registra
y hablo en la oscuridad sus palabras
qué pobres están mis muertos
allá abajo
en la penumbra de este día

y quisiera que en definitiva dejasen
de morirse
me duelen
suenan como el aletear del insomnio

al capturar el polen de la muerte
Este día vinieron a visitarme mis muertos
y me trajeron lirios rojos al amanecer
para despertarme
del sueño cósmico en que mi muerte deambula

algunos más muertos,
con el tallo anímico de una virtrola vieja
dejaron en mis brazos el roce
herbáceo de alguna mujer que extraño,
sé que es anatural
que no soy un herbario cosechador de muertos
de frutos idos al pulmón del polvo

pero he decir que entre más muere este día
llego más al sur de mi muerte
viendo, solas, despobladas y en nauseas mis costillas
como si ellas al igual que mis difuntos
hubiesen inaugurado este día

siendo el primero de todos los que surcaron
anoche el panegírico tarot de aquella anémona

domingo

Vengo a este puerto
con la tinta sobre mis hombros.

Cargo dentro del remanso
de esta lengua submarina,
la atarraya
donde alguna especie de mar

enharinó el espacio tuyo,
tu cuerpo:

de tu concha heliotropica.
Con la más fina de las aguas del mar
cosí tu piel y la entinté

para llevarla dentro,
como si fuera el canto
de un fondo salado
como si llevarte fuera hiciera de ti
especie de pez sin polen.
Por eso eres alótropo de esta vena
donde corre y se tergiversa el mar
y
con el cuello de la garza hurgas

el telar impronunciable de tu cuerpo,
como si tu cuerpo siendo bronquio

abriese la capa del agua para
guardarte en mí

y tendiera sobre los muelles
aquella soledad de brazos
para que a la mitad de mis costillas

fuese tu tinta
el color pálido de esta antropófoga tarde
en que deambulo


jueves

Pero qué hago.
Intento doblegar la furia de estas aguas

que cruzan ríos bajos
ríos amargos y dolidos que habitan en mí:
como pequeños objetos de vidrio
intento como cualquier insomnio
abrirme paso entre las telas finas de la noche
y hacer que otro sujeto sea el dolor
agudo de las brasas que otro sea la noche
y tentar con eso la habitación de más mujeres
no dolidas ni dolientes
sino viudas de trenzas y cenizas
que ellas sean el paso de la voz en
un tejido sexo que no ahoga que no hace,
porque hacer es detener el tiempo hablando
es mejor hablar desde los otros labios
con la punta más ardiente de esas lenguas finas
esfinges finas que habitan el mar y adormecen
si cantan con la piel encogida
al tigre ceniciento de su propia selva
Pero qué hago.
Soy el cadalso de mi cuello

cuelgo de mí como el aire de cualquier velero
y no lleno ni el viento
ni la pura imaginaria nostalgia
de atravesar el mar
no tengo las amarras colgadas
al puerto donde nada se escucha
y por ello
(si fuera un viaje estar escribiendo)

cae la pesadez de estar viviendo
y siento crujir el ébano de mi polvo
cuando la sal de otras lenguas
lloran este epitafio diurno

Hacer no significa transitar
y eso hace esta piel
transita entre las voces suaves de todos los silencios ahogados
y eso es el mar
la imagen de unos labios que suplen al sexo
con la airosa venida de aves que sepultan
a cualquier constelado e hipócrita poeta.

martes

Esta noche huele tanto a dolor
que no tengo huesos para respirar
un poco,

Desde el polvo que une mis bronquios
trato de ahogar este latido último
trato de huir de este latido último
y no,

la noche tiene el alma
envuelta en otro incendio
que no es el mío
y Ella vuelve al árbol de olvido
cuando mi corteza únicamente vuelve
al incendio de la semilla
que es a la vez mi tumba

Pero la noche es también el eco
de mis huesos resanados
y es el eco de mi llanto

y en toda hoja de noche
trato de cobijar mi última costilla
como si fuera esa
la bocanada de cualquier insomnio