sábado

Apuntes del autor, para morir en paz.

¡Desgañítate, oh puerta!
¡Grita, oh razón indómita!
Es el fuego que avanza,
todo lo quema a lo largo de la ruta, de nosotros hace
sombras,
todo lo hemos perdido, todo lo hemos perdido,
nada nos queda sino la ruta, la noche,
y esta sombra, que en lugar de destruir
la llama engendra.
Benjamín Fondane




Entiendo la miseria como el proceso en que el hombre adquiere algo más que su estado de desprecio. Hoy, por ejemplo, me levanté e hice lo mismo que todos los días, no hay otro sentido que ese de hacer lo mismo, con el sinsentido de no hacer nada. ¿Pero qué más se puede pedir? Hoy hice 25 años de estar aquí y me siento cada vez más lejos de la aspiración a ser. De hecho, no me reconozco en nada de lo que hago. En tanto la vida, aquella que cada vez admito como lejana, continúa su andar. Es probable que en alguna ocasión termine por suicida o loco, pero con todo derecho a la cordura. Ahora bien y este no era el tema –por que el hablar de mí, en tanto que me ponga como objeto directo, no significa nada y tengo que adornar para hacer que tenga, si quiera, algo de paradójico–: el hecho es el recuerdo.

D. sabe que me levanto tarde, incluso sabe que no me levanto solo. I. no sabe absolutamente ya nada de mí, incluso aquél Caballero Gótico y el de Dama Negra, aunque a mí me parecía mucho mejor Lefemme Black. E. resulta ser La Venus de las pieles. N. ¡Ah cómo extraño a N! Sobre todo ese manjar tristemente alegre de sus ojos –le escribí un cuento no hace mucho, pero allí, en la representación de su cuerpo y sus ojos, ella se llama Teresa. Pasó más de tres años para que alcanzara a comprender por qué me soportaba tanto, y de qué manera. Alguna ocasión llegué muy ebrio, ella me vio al abrir la puerta, sólo extendió los brazos y así me llené de su paz, me apreciaba. Yo la quise. ¡Ah, como eran sus ojos llenos de amargura al no comprender ni una pisca la obsesión mía de odiarme tanto! L. posiblemente esté ya casada o muy enamorada de alguien, a quien sin conocerlo, me aburre. Es enfermera yo… Admito que ahora su cuerpo es completamente moreno y aquel cuento de los Arrayanes, en la parte donde hablo de su sexo, fue escrito, exclusiva y definitivamente por ella. Además del ya muchas veces reconocido vientre que se hinchaba sin motivo, aunque el único, si existió, fue la estupidez de querer dar vida. Pero también fue triste. A ella le debo la caries de media luna que tengo en el pecho. La locura de pensar en una cierta realidad. La perene melancolía del retorno. La terrible sed de vincular su piel al color ébano de las tardes. Esa mujer sí que me sabe poner melancólico. C. bueno, de ella puedo decir que el decoro es una promesa incumplida y el encanto el uso diario del martillo contra el quinqué, en la metáfora tal de la oscuridad y la llama decorando su cuerpo. I. es como la noche, en toda la analogía que esto representa. A. ya no es nada, ni el mínimo desdén. L. la aspiración más lenta y podrida, pero aún así, el fenómeno tardío que el otoño en su hinchazón de hojas deja, el sonido claro de la amargura. T. el paso de lo común a lo muy común, no hay más. B. me recuerda mucho a las tardes frente a la catedral, mirando con desprecio a la gente y sintiendo la soledad a pulso y timbre de reloj. Debiera hablar más sobre ella, pero es un caso perdido. J. no existe, esa yo la inventé. C. me recuerda a la vez en que caí de la azotea viendo cómo se fregaba el culo la vecina gorda y dulzona de enfrente. La quise. – ahora hablo con una de ellas y me pongo el traje seductor del marino que fue al mar a cortar cactus del manglar. Abro un paréntesis. Buscaba una canción que denotara mi estado de ánimo y la hallé: In a sentimental Mood. ¡No es bella la metáfora del sonido y la rémora de pensamientos recorriendo cada nota! Cierro el paréntesis. Por último –y no es la última–, M. vivimos en la misma casa adornando los pies con pocas prendas y mucho motivo a desnudar la uña con la sangre. Y bien: todas ellas son el Jazz descontinuado ya del pecho y el mito. Mas, y lo sé, el Jazz de todos estos 25 años. Como podrán imaginar –y mi teoría lo dice–: soy como un blues sin terminar, o un SI bemol en alguna guitarra afanada por la tumba. El Jazz y el Blues. El día y la noche. La llama y el cíclope entre muslos. El ojo secreto del alma. Mas como dice Fondane:

nada nos queda sino la ruta, la noche,
y esta sombra, que en lugar de destruir
la llama engendra.


Así de natural es el paso desarraigado de día.