jueves

Podría decirse que el defecto principal de la tristeza es su carencia de interés o de substancia. Los celos producen un Otelo; la ambición una Lady Macbeth; la sensibilidad exacerbada un des Esseinte, pero los tristes pueblan el inmenso territorio de la literatura en calidad de personajes ínfimos. Salvador Elizondo.

domingo

Nueve cero siete es la hora en que
suena dentro del cuerpo

el tambor el hilo y el arco
la palabra esdrújula
que como chaman catártico
deshiela
el dédalo de los ojos

miércoles

martes

¿Alguna vez has escuchado a Schubert? Digo: sí. ¿Alguna vez has escuchado Schubert mientras el tiempo se vuelve pulpa dentro de nosotros, no morimos, pero sí nos hacemos pulpa de tiempo, reloj y manecillas caídas? ¿Alguna vez has escuchado Schubert una noche a solas, en el cuarto piso de una esquina desolada, mirando quién sabe qué cosa, pero mirando? Tal vez viendo pasar el recuerdo. ¿Alguna vez has escuchado Schubert una tarde en que el tiempo se detiene sobre el anillo de los cerros y el sol enrojece antes de penetrar el mar, con toda su pasión desbordada? Digo: sí. Y ahora que escuchas a Schubert ¿no sientes el briago sabor del medio día, su embelesada tristeza, su callar de campo sepultado, esta ciudad rabia por el cuerpo que le han quitado, no lo sientes? De dónde vendrá este olor a muerto entonces. Ahora observas lento como Schubert suena en tu cabeza: el Sí, el Do, el Re ¿cómo suena en tu cabeza el Do? Observas y callas. Callas porque no hay más qué ver, el eco del Do en tu cabeza y la imagen disparándose en el aire: la pluma que cae hacia arriba en espiral. ¿Alguna vez has escuchado Schubert recostado, sintiéndote espiral? Allá arriba se citan las palabras y del centro de su gravedad bajan a nosotros. Ahora que observas la caída de una palabra ¿qué te dice? ¿Alguna vez has escuchado Schubert pensando palabras? Cuando callas te detienes como hoja entre y bajo el tiempo, tu voz se guarda en las células de esa hoja, se va secando hasta caer y alguien la pisa y suena tu quejido, tu reclamo, tu pasión. ¿Alguna vez has escuchado Schubert pisando las hojas que caen del árbol mayor? ¿A qué sonara el árbol en Re mayo? ¿Te han dicho que suenas a hoja suelta? Schubert coloca hojas sueltas en Re mayor, ¿te gustaría ser una hoja suelta en Re mayor? Digo: sí. Por qué observas callado la ausencia, ¿no te grita acaso tu destierro? Esa foto que ahora observas también te mira escuchando a Schubert. ¿Alguna vez has escuchado Schubert viendo fotografías? Qué es de ti. Allá, lejos. En la plena ausencia. Donde la escafandra cubre toda ansiedad, pasión o delirio. Tú ¿alguna vez has escuchado a Schubert cuando estás a solas y la tarde mata pasional el día? Allá, lejos. Con la vista fija sobre la ventana y detrás del vidrio donde no se ve a Schubert sino el destilar del embriagador sueño que tiene la noche. De verdad alguna vez has escuchado a Schubert. No me cansaría de preguntarte esto otras veces. Allá, lejos. Ahora que me escuchas porque te estoy hablando y sobre ti cae la pirámide de palabras y ya en ti crujen, porque realmente yo sí escuché Schubert detrás de esa ventana, viendo que me veías.

lunes

La llamada estaba hecha. Ring ring ring. El teléfono suena. Otra vez. Ring ring ring. Estará la línea ocupada, se preguntó. Resuelve en no preguntarse mamadas, si estuviera ocupada sonaría. Tu tu tu. Qué estará haciendo. Le dije que en quince minutos llamaría a su casa para vernos en el cinco letras. Ring ring ring. Uno se pregunta a veces, cuando está parado en el teléfono público de monedas, a dónde paran esas monedas. Crustáceo Cascarudo dijo una vez que por la línea corren las monedas. Dependiendo del peso, o sea; si es de una moneda con valor de un peso, tardaría más en llegar hasta el otro lado. Me imagino cómo será. Por si las de hule, yo le pongo monedas de diez pesos. La levedad importa dice Kundera, pero el peso me es más importante en actos como los que se realizan en el cinco letras. De nuevo suena. Ring ring ring. Crustáceo Cascarudo dice que la importancia radica no sólo en el deseo, sino en el espacio del deseo. Una cuestión de pensar hacia dónde y que hacia allá pese más que de este lado ¿a la guevas de la Chupapolla le interesará esto? Saber. El Crustáceo es todo un valedor. Un ñero chido. De cualquier forma la importancia no está en lo que se desea, sino en cómo deseamos. Hola. Hola. Qué pasó. Te dije que te llamaría. Ah... ah... sí. Pues sí pendeja. Qué tranza. De qué. Osss. Ah, sí. A qué hora nos vemos, pasas por mí. Órale, yo te recojo (risas en mi cabeza). A las seis está bien. Chingón, así tengo tiempo de... osss yo sé. Colgó el teléfono. A veces me pregunto, si es que quiero decirle algo al Crustáceo; Leyva escribió un poema que se refiere a las llamadas telefónicas. El Crustáceo no entendería que es Leyva y menos el poema. Ocurre que por las noches me atrevo a llamar y llamar por teléfono con una manía increíble. Recuerdo el poema. Sin que nadie me escuche el número al que marco es desconocido y suena la contestadora: si no estás, si no quieres no respondas, mañana vendré para llamarte.
Paso con la VAN del Jefe por la Chancluda. Nos vamos al cinco letras. Sé más delicado, así no. Oye me lástimas. Qué te pasa. Ah, ah, ah así asiiiiií asíiiiii nooooo. Terminado el asunto me visto. Cuchuflas y ya. Bueno, me dice. Y ahora qué. Me quieres. Uy sí, harto. De veras. Me cae. Enserio. Osss que sí. Mira que yo si te quiero por eso me entregué a ti. Ah (por mi cabeza pasa, ah claro, aguevo, así debió de ser sino como es que tanta buena boca y mano, ¿no?). No me crees. Quién soy yo para no creerte: te creo. De veras. Bueno, te vistes y nos vamos, va. No quieres hacerlo otra vez. Va. De nuevo el así no, etcétera. Salimos del cinco letras. Adónde me llevarás. Pues a tu cantón qué, ¿no? Yo pensé que me llevarías a cenar. Unos tacos, te late. ¿Otro tipo de cena, no se puede? Quesadillas, acá con la Betún, te late. Ok, no importa dónde esté, si es contigo. Ah (y por mi cabeza pasa: puta madre que cursi la pinche vieja y además mamona; otro pensamiento que se atraviesa: séeeee). Bueno, ya, a tragar. Provecho, amor. Josuputamadre: amor; no me late. Qué diría el Crustáceo Cascarudo de este lio: Mira, la neta ya te dije, recuerdas que te dije lo que te dije, cuando hablamos con el chompiras, a él también le dije lo mismo que te digo a ti, pero son igual de gueyes, ¿recuerdas qué le dije? Pues eso te digo, ¿no? Y yo, no pues sí, aguevo, tal como debe de ser.
Me llevo a la susodicha para su cantón. Su Jefe me espera en la puerta. Ella me dice, yo no le dije nada a mis padres, eso te lo juro. Ah (otro pensamiento: ya valí verga). Joven, joven. Sí, diga. Mire yo a mi hija la quiero mucho, usted entiende. Sí. Pues entonces ya hablamos, ¿no? Claro, todo correcto. Me subo a la VAN, pienso en la línea de teléfonos. Será posible que las monedas viajen tal como dice Crustáceo Cascarudo. Lo intento otra vez. Marco cualquier número. Ring ring ring. Tu tu tu. Nada. Marco otro número. Ring... hola. Hola. Quién habla. Cuelgo. Demonios, es la primera vez que me responden y no sé que decir. Vuelvo a marcar el mismo número (eso creo pero me equivoco). Ring... Hola. Hola. La voz de una mujer de edad mediana. Desea algo Joven, pregunta. Sí, respondo. Dígame usted. Podría pasarme la línea que todos los días marco y siempre está ocupada. Perdone, Joven. Nada: todos los días suenan a ocupado.