domingo

De Julia o el que me busques

En todo esto hay de cierto que tú continúas con las misma árida o frígida mirada; toda soledad. Sigo observando tu cadera e intento disimular mis ansias de poseerte; te recuerdo como la mujer que ato mi libertad en las siempre silenciosas noches de agosto y como si, a caso supieras algo dentro de lo que nombras espacio y tiempo, únicamente dilato mis ojos sobre los tuyos al saber que ahogado en ellos probablemente se hundan. ¿Qué es pues lo que nombras: el hogar, la calle, el auto, los hijos? ¿Qué es aquello que te hace piel adentro de la piel y te escondes de mí? Será el diario cocinar, o los bebés estando dormidos: nuestro diario escribir sobre rostros que no conocemos. Te he estado observando y te recuerdo como la mujer frente a mí, haya en la facultad, aquella que decía parecerse a ti; cadera amplia, senos pequeños: culo ardiente. Confieso que te deseé desde entonces, algo como el acto de cogerte a ti sabiendo que imaginaba a Julia desnuda. También fue una confesión el que hayas abdicado tu libertad para conciliar la finada familia que ahora representamos.
Es real, pensabas. Dices es real por lo inseparable de la piel a la sábana. Que dicha habernos perdido. Hubiese sido un desastre el ahogo diario de cocinar y lubricar la casa; que tristeza... Julia aún nos recuerda; ayer preguntó por ti, por los bebés. Están bien —dije—: Fátima quizás cansada, desde hace días que observa el cambio de clima en la televisión, o se dirige a la ventana y presiente que va a llover, ha dejado de cocinar, de hacer el amor, está ensimismada. Se perdió supongo. Tal vez seas tu y te está buscando pero no sabes cómo llegar —dijo ella.

martes

Me gusta tu rostro de nostalgia
suena como el olor
de la lluvia al remojar
la piel del llano
timbra sobre los escarpados
monumentos de ausencia
que mis ojos extienden al verte
te haces etérea
cantas dentro de ti
para inaugurar un nuevo canto
ese que a mí a de darme
olvido
o una bofetada
tu rostro de nostalgia
es mis ojos viendo
tu cuerpo alejado de mi
en la más cercana
de todas mis tristezas

domingo

Nora o de la imagen

Tengo la imagen de aquella mujer y yo, viajando en el autobús de OCC desde hace meses. Digamos que se llama Nora, al menos, ése es su nombre imaginario. O será real.

El boleto que compró era el número uno y el mío el dos. Cuando la vi sentada a lado de la ventanilla, con una bufanda de color plata puesta alrededor de su cuello, pantalón negro y blusa del color de su piel; y ella me vio de frente, alcancé a decir para mi: qué vieja tan más chida. Pero, no dije nada, hasta estar sentado. Hola, buenas noches, le dije. Nora respondió de la misma forma y me convidó de una sabrita que había guardado para el viaje, pero decidió comérsela antes de que el autobús se moviese. Gracias, muy amable, dije. Fue Nora quien comenzó la plática. Yo le mentí... oh sí, he viajado a Monterrey, claro. También. sí, sí. Conozco todo el estado. Ha viajado mucho entonces, dijo. Ha viajado, me trató de usted. La verdad no vale la pena hablar de eso. Nuestras piernas estaban muy unidas.
Ya llegamos a Comitán, Nora. ¿Te espera tu esposo, cierto? —dije.
Bajamos del autobús, ella le marcó al celular de su esposo que trabaja en obras de gobierno y yo quedé viéndola un momento más. Me observó de pies a cabeza, luego me dijo: tienes dónde apuntar. No recuerdo el número de su teléfono.

Tal vez me esperó otra vez. Qué se habrá hecho. Yo continúo viajando todos los fines de semana para verla en el asiento número dos de los autobuses OCC.

sábado

Tu cuerpo canta –Preguntas.
Puedo oler tus ojos –te digo.

Abracé entonces tu mar y me hizé olvido.
A qué hora
en qué vuelo
volverá el aroma del rojo
a tus senos
En qué brazo
en qué callado
olor de castaños
tus ojos dejarán el latir
del viento
y

volviendo al eco
del doliente Orfeo
tu cuerpo tomará el
sabor huérfano
de las brasas.
Deja abrir el canto de tus ojos.
Quiero verte,
escuchar piel a piel
tu nado
y sudar sobre la gota de sal
mi cuerpo.

Tus ojos son mis ojos
y en ellos me veo
ola árida, lejana
hijo tuyo que en la sombra
habita.

Qué crueldad al cerrar tus párpados.

Escúchame,
este canto lleno de silencios
suena como el agua del mar
al rebotar sobre el tiempo de las rocas.

viernes

Blues

Dicen que abriste el agua turbia de la sierpe
que tu cuello rodó en las manos de la vocal
y también, que tu origen de trópico

amanso la noche, al lloverte sola.

Dicen, al verte, que tu pálida mirada
abrazó el lado oscuro en el que ya no duermo
que al desvestirte dejas a la ausencia con tus cicatrices
de mujer helada.


Dicen, al sentirte, que tu cuerpo sabe a huérfano de piel,
que tus sueños se fugaron de ti,
que el aura de tus labios marcan la esquina del broquel
del que te hace tierra fértil,
y como cierva bebes el licor que suelta.


Qué fue del silencio que tu olvido pronunciaba
en qué momento comenzó la tumba a vestirte
qué ficieron esos cabellos al rojo vivo
cuando las velas ocultaban tu rostro
y sólo la sabia consonante de mi nombre pronunciabas.


martes

Aquí vivo en otro reino
más allá del mundo de los hombres.
Li tai po
Esta es la fuente del mar amargo:
mi boca.
Habito en los pasos de mi sombra
y soy como el filo de esa agua.
He aquí el lado de la carne
costilla ajada de tanto tiempo.
Es la muerte la savia
que bebo en sueños
y su vida nutre las ramas
por donde mis palabras,
crótalos silenciosos, observan el día
y la caída del cuerpo.
Sí,
este es el reino
aquí brilla la desnudez del alma
y de este lado
la gota de mar
suena como el campaneo de estos,
mis ojos.
Existes
arrojado del cielo
y herido de la costilla
ave espuma
aire en la niebla de la tierra

sueño débil

animal de hojas amargas
en el quiebre de la voz
existes
tu cuerpo
es la higuera donde el sueño
recoge trozos de la muerte
todo resplandor de vida
encallada en la boca del pez
a ti fue dada
¡oh! bestia
el caracol fue sabio

al haberte untado de cenizas
pido a ti el odio
del cántaro
agua del tiempo

existes
lo sé
mas, que distante es la hora
en que las olas revuelcan tu sombra y la mía
al contemplar el filo de la sal
y volver
es la noche el túnel
donde nuestro horizonte cae
como esta ciudad amarga
fría
y terca
qué peste por dios



domingo

Si pudiera lanzar mi atarraya a la profundidad de tus mares, si navegarte piel adentro comunicara tu canto a la sonoridad de mis rocas, a mi pulso vago de playa, o si tu cuerpo, lirio cavernoso, tomara del ojo que bebe de tu vientre, la mirada del ciempiés en el mar. qué se harían mis arenas, cabello adentro. qué vagues tendrían mis pasos sobre la carneespuma del diente amarillo que te reclama.

lunes

— ¿Tal vez quería algo más, no?

Rubén sabe que a Leticia le gusta Enrique Bunbury, de hecho, ella compró la discografía de los Héroes del silencio cuando él estaba de vocalista. A mí no me agrada tanto, los escuché con Leti en su automóvil, un Jetta modelo 98.

—No sé. Ya vez es rebelde y se cree una punk.

—Verdad que sí. Antes que tú aparecieras en la vida de Leticia y en la mía, yo la quería más, ahora, como quiera.

—Nombre, Rubén, ¿cómo crees? Si vos también te la cogiste, o ¿No?

Aquella tarde llovía. Los faros del coche alumbraban escasamente cinco metros delante, la carretera bastante estrecha y el ruido de otros autos detrás de nosotros no dejaban que pensara exactamente qué era lo que quería decirle. Ella conducía poco a poco, estaba preocupada por algo que no quiso contarme:

— ¿Te sientes bien?

—Si.

— ¡Ah!

La veía a veces inclinada hacia a el volante, o con la cabeza sobre el respaldo del asiento, o sacando un Marlboro de la guantera y después encenderlo, o tirar el cigarro por la ventanilla sin preocuparse si quería fumar o no; y la verdad no quería. A Leticia le suceden todas las cosas del mundo: está sola, o se siente sola, le duele siempre la cabeza, se preocupa por asuntos que no tienen importancia, pelea con quien debe estar de acuerdo, rechaza todo tipo de ofertas para irse a estudiar al extranjero. Nada parece interesarle. Dice que está bien con su vida y no le debe nada a nadie, que no le importa lo que piense la gente de su persona, pero la he visto varias veces acomodándose el cabello frente al espejo, o quitándose una línea demás del rímel, o cambiándose de blusa porque no le queda a sus tenis, o comprando coca – cola de dieta, agua mineral baja en sodio. Muchas cosas que me dicen que no es tan así como dice ser.

El caso es que, desesperada, observando que los coches no avanzaban, puso el disco de los héroes, yéndose directo a la canción número seis, esa que dice: las cosas más triviales se vuelven fundamentales… Leticia quedó viéndose por el retrovisor y yo decidí no hurgar más en ella; que su postura era adecuada, que su Jeans azul todo jodido estaba “bonito”, y que su blusa… bueno.

— ¿En qué piensas?

—No lo sé. —Dije.

—Pues qué pendejo. ¿Quieres fumar?

—No. Pero dame un cigarro.

Encendió el suyo primero y después el mío:

— ¿Por qué eres así conmigo?

— ¿Así, cómo?

—Pues tan pendejo.

—Virtudes que tiene uno. —Respondí.

Rubén cree que yo estoy enculadísimo de Leticia y, la verdad, sí.

— ¿Qué te dijo Leticia el Jueves que se fueron a su casa?

—Pendejo. Eso, me lo anduvo diciendo todo el tiempo. Y me preguntó por ti en algún momento, pero no le dije nada, ¿para qué? Luego se quedó cayada por varios minutos hasta que le pregunté si todavía te quería.

— ¿Qué te dijo?

—Que no, pero que tampoco me quería a mí, a ninguno, pues.

— ¿Tal vez quería algo más, no?

— ¿Tal vez? No sé.

Antes de subirme al coche de Leticia tenía la intención. Eso me decía con la cabeza recostada en la ventanilla y el cigarro prendido sin fumarlo. Leti si fumaba y mucho, regresaba la canción esa de la relatividad varias veces, como para que la entendiera, o para que me castrara el Bunbury. ¿Qué, no te gusta? No, la verdad no. Ah pues qué pendejo. Al oírlo por enésima vez, como que ya lo creía. Estuve a punto de creerlo de no ser por que Leticia tomo mi mano y quiso con eso decirme algo, que por pendejo no entendí.

—Creo que te ama, yo lo sé porque me doy cuenta de su actitud contigo, o sea; a mí me golpeaba pero jamás, después del golpe, me abrazaba, o me daba un beso. A ti sí, ¿cómo es que no te das cuenta?

—No sé, es que yo… Bueno, pero, ¿ya tienes trabajo?

—Sí. Leticia me consiguió uno.

— ¡Ah! Y ¿de qué?

—Pues, según, en un periódico. Leticia tiene contactos y yo según escribo. ¿Y luego qué paso con el viaje a su casa?

—Nada. Ella era distante a ratos y en otros no. Ya cuando me tenía caliente decía que no, que porque no llevaba preservativos y que las chanclas, y yo pues, ya todo lujurioso, aguantaba como los machos. Aunque entrando en detalle, sí, me la cogí, casi al llegar a su casa. Después de hacerlo, aún teniendo su pantalón a la altura de las rodillas y su blusa saber dónde permanecí dentro de ella, lo suficiente para que no se diera cuenta de que ya no se me paraba. Tenía su culo en mis manos y le besaba la espalda, luego Leticia me tomaba las manos y las colocaba en sus pechos, o en su vientre y haciendo círculos alrededor de su ombligo, con nuestras manos entrelazadas, su piel se erizaba, luego sentí ganas de abrazarla y la abrace, ¿quién sabe? Pero estoy seguro de que algo sucedió ese día y por eso prefirió irse.

— ¿La has vuelto a ver?

—No. ¿Para qué?

— ¡Ah! Pues qué pendejo.






domingo

Este mar andante
esta brasa enarbolada
el augurio de su caída sonámbula
entre los sauces

el frotar de oscuridades
en los balcones ausentes del licor
femenino
el tiempo abrazado al cuello
de cada latido mío
hacen que recoja del
suelo el ignoto sabor a sombra
que me persigue
La noche es la misma
a la de ayer
y sigue el peso de la ciudad encallando
sobre mis hombros
el ruin cortejo del silencio
abriendo su cadáver de palabras
y yo sin decirlas a nadie
cayado
evocando la espuma (es inútil)
qué contrariedad
la noche teje sobre la ciudad
su funebridad
cuando ésta llueve
y pudre el telar sin cubrirme el alma o el cuerpo

sábado

Todo emerge de todo
la lluvia de la lluvia
el mar del mar mismo

el mundo del mundo
el hombre del hombre

por excepción
la mujer de la muerte y
la muerte de la muerte
El odio por el odio

y el amor
del sueño rubio
de un día a piel desnuda

Nada es nada
en el origen del todo
los bronquios bestiales de un Dios arrogante y furioso
Sobre la lluvia el diapasón
del enfermo enamorado
el mar: inmenso crótalo de lágrimas

nace del ojo de la nada: la boca
el lenguaje hizo al mundo

y así creó al hombre
y el hombre inventó la muerte
en su condición amatoria

y la mujer es el cántaro donde se yergue
la creación del sueño