martes

Con tono de animal respondo:
aquí la jauría resplandece bajo la lengua
Este es mi cuerpo

la concha del caracol
hogar de la savia.

Ahora que recuerdo yo no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado sin vernos, supuse como tú que eran dos meses, aproximadamente.


En los encuentros anteriores ambos sabíamos de la distancia que se hacía presente mientras dialogábamos sin comprender del todo ésa situación; pero igual no importa, sé que no era espiritual sino física. Recordábamos las horas interminables que juntos pasábamos en la escuela, los dos en la misma carrera. Sabía, desde que Juan te saludaba, que algo nos uniría, varias veces tus propuestas fueron lo suficientemente indecorosas y también halagadoras, decías.
No llegué a comprender nuestros estados de ánimo, a veces bien, a veces mal; alguno tiene que ceder, dijiste, aunque no era siempre yo.


Acepto que aceptabas tus equivocaciones a las cuales les agregaba un peso más para poder criticarte, sabía que no intentarías justificar nada de lo que hicieras por eso lo hacía, además, entre nosotros no había algo real como continuidad de algo que empieza.Durante los primeros días de clase sin conocernos aún, mi forma de actuar era la acostumbrada, quiero decir, la rutina ejercía natural presencia: leer e ir a los bares con Juan o salir a caminar por el parque solía ser lo normal, si sucedía lo contrario presentía cosas extrañas, como si fuese a pasar algún desastre aunque finalmente no ocurriera nada y entonces me decía que ya no debía exagerar tanto. Cuando hablé por primera vez contigo dijiste que podías leer mis pensamientos y reconocías que intencionalmente deseaba que algo malo pasara para tener la razón o poder explicar mi pesimismo. Realmente no importaba y creo, ninguno de los dos sabía de verdad que sentía o creía sentir por el otro, sólo callaba y, tratando de ocultar mí disgusto por tu intromisión a mis pensamientos te daba un beso, el primero de los que seguirían.


Juan sabía de ti por amigas tuyas y como cualquier comisionado simple me dirigí aquel jueves a una de ellas con la intención de saludarte, es decir, de darte el recado que Juan me había encomendado. Luego de mencionar a Juan decidí no hacerlo más y salimos juntos de la mano por la puerta principal de la escuela, allí conocí a tu novio; asunto que jamás me importó pues tú vendrías a mí o tal vez ambos nos encontraríamos atinadamente, de no ser así iba a ser yo quien iniciara la serie de ataques para conquistarte –pensaba.
Juan se enteró tiempo después de nuestro noviazgo sin tomarle importancia, de tal forma que no hiciera sentirme traidor. No tardamos mucho en dar nuestros paseos por la facultad, los cuales poco a poco se hicieron cotidianos, relegando a mi amigo para las ocasiones extrañas cuando percibía que no podría verte. En tal caso ya no era pesimista y mis pensamientos, sabías de antemano, se dirigían a nuestros encuentros.


Fueron muchas veces que terminaos excitados sin que llegara el sexo precisamente, supongo que lo deseábamos tanto que ninguno respondía adecuadamente a nuestras caricias.
(Siempre has tenido buen cuerpo; tus ojos color café claro que de alguna manera inasible corresponden a tu altura son inmensamente aprensibles a otros cuerpos.)
Recuerdo uno de los paseos en que detrás de la cafetería escolar reclinaste tu espalda contra la pared mientras te seguía con la vista. Moviste tus senos y tu cadera y te besé, tomé tu cuello con mis manos y comencé a acariciarte sintiendo tu lengua sobre la mía.
Instantes después uno de tus pezones era acariciado por las yemas de mis dedos, yo abría y cerraba los ojos para ver tu rostro engullido sabiendo que tú hacías lo mismo cuando los besos nos incendiaban. Estuvimos así por varios minutos. Entramos a la mirada de nuestros cuerpos y sentimos cómo hervía dentro de nosotros la fugacidad, podía recorrerte toda y parecías otra mano que se estrechaba a las mías y a mi boca.


(Durante el tiempo en que los dos estuvimos enamorados todo sucedía en momentos impensables, equivocados por el azar; de cualquier forma nuestra relación simbolizó la continuidad de algo que nunca hemos sabido entender y correspondernos. Pasaron varios meses en que estando unidos hallábamos en la distancia y la cercanía el disgusto de ya no vernos, estábamos completamente enamorados al grado que podía percibirse o al menos lo percibíamos.)

Las demás veces que nos vimos era porque tú llegabas a la escuela e intencionalmente recordabas los paseos repitiendo los lugares y las caricias no sin el temor de saber que alguno debía irse definitivamente, sin que se dijera exactamente.Te vi algunas veces por el parque que frecuentaba en aquellas juergas con Juan o solamente yo fumando y viendo el arco de la iglesia que para mí ha sido siempre el monumento a cierta distancia entre las personas y el mundo. Al vernos tú me saludabas y se desataba en nosotros la serie de recuerdos que colgaban entre el deseo y el amor, era más el carácter voyerista de saber que nos pertenecimos quizá en un nivel incompresible. Después de saludarnos presentíamos que el otro llamaría por teléfono.Y nos volvíamos a encontrar con la sensación de quienes suponían sentirse situándose la diferencia de que algo había cambiado. Hablábamos de aquellos tiempos en la facultad, de nuevos líos que no compartías sin saber que nuestras miradas ya no se hallaban juntas y dejando que la solead nos congelara poco a poco antes de despedirnos.


Tu hablabas de una nueva conquista, de la escuela del pasado, entonces al sentirme herido confesaba algún noviazgo que no existía sino para frenar el odio que me provocaba escucharte decir que estabas siendo feliz.Yo no sé si era cierto todo lo que decías ni recuerdo la totalidad de tus palabras, pero si anhelaba que fuese mentira parte de la plática. Pasado los minutos, estando yo en silencio, tus ojos volvían a encontrarme y me leías siendo así que decidiste ya no verme hasta ayer.


Fue un encuentro casual, como los instantes: fugas. Mientras nos enterábamos de los cambios en nuestras vidas te acercabas a mí haciéndome sentir tu piel y el deseo de poseerte y volver a pertenecernos, de hecho estuve a punto de comenzar el recuento de historias pero no lo hice.
Minutos más tarde pediste que te acompañara a la parada de tu ruta y convenimos en tocar el tema de los símbolos siento tu la primera en reírte al ver la gente pasar por el parque y las avenidas, luego dijiste algo cierto, ya cuando estábamos esperando el autobús, algo sobre mi directamente.


Me caso en febrero dijiste finalmente y tu rostro como el mío no advirtió nada excepto nostalgia sin hacerse presencia completamente. Antes de abordar el autobús y después de saber mi estado actual tu mirada dejó entrever la melancólica esperanza de que no fuera cierto lo que habías escuchado. Yo volví a recordar cuando, horas antes, sentados en la banca del parque me reclamabas que al haber estado contigo veía pasar a otras mujeres. Luego tu abordarte el autobús dejándome sentir el frío de la tarde como si estuviese el invierno adherido a no sé qué parte de nuestros cuerpos.

Recuerdo cuando te bañabas de soledad
en tu cuarto oscuro y arruinado,
bajaba la sombra de tus secretos
y pretendías ver el alba en las llamas
vivas
de no sé qué tantos olvidos

Guardabas tu voz porque sabias del destierro

Te llovía sal del techo
sin saber en qué momento se desprendería
el mar –algo en ti espeso
Yo te escuchaba prendido en la lumbre
de otros incendios
Jugaba a oírte bajo mi piel
y arrullaba tus silencios
como semillas desnudas de tu alma

Volvía luego la distancia a recorrernos
acercándonos a nuestra propia ausencia
mientras que la vigilia prendida al mar
jugaba a revolcarnos
como olas sin peso y sin figura
Las bestias viven en la eterna lumbre...
Eduardo Lizalde


Como si fuéramos a prenderle fuego al día
jugamos a verse retorcer nuestras miradas: a veces.

Antes nos llega procaz la lluvia
se hace un nudo el charco encorazonado
nos hacemos finos como el polvo
y entramos a otra especie de miradas
No reconocemos el aire
Un verde olor a mar nos ciñe
nos contrista
nos ahoga de tanto incendio
... ya no podemos vernos
Las horas pasan y dejan hilada la carroña al cuerpo
Pasa el día, también, amartillado por el hastío
Todo se vuelve en contra mía
dependo del asco para no morirme
y como si la tarde cayera sobre mi espalda
se guarda en mi la imagen tuya:
como si al caer persistiese al odio