martes

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A Rodolfo Girón.
Por la hermandad.

Ayer recordé, hermano, cómo veías el amor que hablaban los sapos en las cantinas. Tu ardor de mirar en el doncel del labio el beso dado y la furia del tigre entristecido por no furiar con hembras. Pude oler, como tú olías, el amargo pétalo que rondaba el vaso ya engullida la tristeza. ¡Ah! Cómo duelen esos pétalos caídos dentro del más bien pequeño corazón del hombre. Espinas y zarpas heridas. Amarga y dócil tallo de rosa. Hermano, estos octubres se parecen al abril tuyo en que el dios del pan nos abrazaba, cuando el vino sobaba nuestras penas y el cantar de la madrugada decía pocas veces la verdad de nuestro entierro. ¡Ah! Hermano, cuánta sal separa estos versos de nuestras copas. Si muero, si morimos amor... ¡Que peste más arrugada esos versos dolidos por no leerse con llanto! Allá en tu más fiel tela de agua hueles a cántaro llorón y he aquí que consumida mi lengua y mi agua te leo y escucho tristemente dolido, como un tigre que no sabe furiar con hembras.