martes

Cotidianeidad

¿Es que en verdad se vive aquí en la tierra?
¡No para siempre aquí, un momento en la tierra!

Quetzalcoatl

El sábado pasado visité la ciudad de San Cristóbal –pero esto no es lo trascendente. Antes del viaje, por la mañana, estuve platicando con Eduardo. Él está enamorado. Un día antes salió de paseo con su novia. La tarde era hermosa, callada; llovía; estaban solos y en su soledad se amaron: fueron felices. Pero, el sentimiento de amor que se demostraron y lo radiante de la tarde (para los dos) fue provocado, en mucho, por la gracia de un suicida.
Aquí cabría la frase de Octavio Paz que dice más o menos así: “todo corresponde a lo mismo”. Esta ley de correspondencia atañe a todo lo que nos rodea –como los contrarios. Bueno y malo; belleza y fealdad; todo y nada; vida y muerte.
Para continuar quiero contarles algo más. Rumbo a San Cristóbal, otros pasajeros, el conductor y yo, topamos con el cuerpo de una mujer a mitad de la carretera. Había policías de la Sectorial, otras personas viendo el acontecimiento, coches en fila. Por suerte, el conductor del camión donde viajaba no se detuvo y continuó su camino. Algunos de mis acompañantes, por morbo, quizá, se levantaron de sus asientos para observar. Yo por desgracia viajé a lado de la ventanilla.
Las personas dentro del transporte comenzaron a lanzar lastimas, palabras que solo le corresponde al dolor ajeno. El señor que viajó a mi lado preguntó “¿Está muerta?”, yo asentí a la primera vez, él repitió la pregunta, pero ahora con un disculpe, “¿señor, está muerta?”.
Minutos previos leía a Agustín Bartra. Cuando mis ojos vieron el desastre, precisamente estaba leyendo esta frase que no es de Bartra, sino de Whitman, dice así: Yo era el hombre, y estaba allí, y sufría…
Entonces volteé y respondí: No lo sé. Aquel hombre se quedó callado y observando a su hija que tenía en brazos. Yo observé el libro, lo cerré y quedé viendo las montañas, pequeñas todas ellas, y el puente que divide el cielo y la tierra. Me sentí más vulnerable que todas las veces que he visto hombres o mujeres morir, me sentí bestia del destino, concebí en mi interior que tan humano soy.
(Ahora que escribo esto en mi cuarto, ya solo, con el libro de Agustín en la cama, otros libros en la mesa, y demasiados recuerdos, me hago más pequeño y digo; estoy vivo, y la grandeza de la vida me inunda).
Ayer domingo discutí lo sucedido con una compañera en un café, ella tomó capuchino, yo Té negro con hielos. Decía que estamos acostumbrados a ver morir a los demás que ya no sabemos si la sensibilidad pende del hilo de la muerte o del corazón. Qué asco me doy por lo que vi.
Para quien todavía está vivo le afecta de manera directa, dice. Pero yo no lo creo así, ustedes, lectores, desmiéntanme. Y que sea con diálogo claro, sin dogmas. Por qué creo esto, porque duele la soledad que deja la persona, no nos duele el ser en sí –más, sí a ésta se le quiere.
Quien muere no supo si murió puesto que ya no es, así quien es todavía tiene la capacidad de representar algo, la vida, por ejemplo, más no la muerte, a excepto de que sea para un museo, más de esos museos carreteros, donde las personas que pasan juzgan el cuerpo y lloran por lastima, habría que darle a ellos una recompensa, gracias por su dolor ajeno.
Dice Octavio Paz que no morimos nuestra muerte, eso mismo dice Agustín Bartra, y yo creo firmemente en eso, no por ellos, sino por mi. Uno deja de ser en el momento de morir, jamás se vuelve a ser conciente, de hecho, para el vivo que observa, no está conciente del todo de lo que ha visto, esa muerte que no existe, la diosa invisible, la Coatlicue de todos.
Bartra dice, “Cuando se nace algo se muere, cuando se muere algo nace”, es cierto, y no temo porque pueda ser refutado lo que creo. Al nacer se deja el vientre, la primer casa, ya a muerto entonces el primer síntoma de vida, o como dijo Platón, se ha dejado la etapa astral, o como Paz, al nacer ya somos solos. Al morir se nace, puede ser el eterno retorno, volvemos a lo que alguna vez fuimos y siempre seremos, quizá.
Agustín Bartra dice, también; “quien tiene corazón, alma y sentimientos es más grande que su destino”. Sea así, ustedes como yo dependemos de un hilo siniestro, de un mar sinuoso –mortuorio. Somos parte de la sal de ese mar: el universo.
Y como esto de la muerte es un tema que ya es cansado tratarlo, lo dejo hasta aquí, en esta palabra aquí que quiere decir ahora, que dice, estoy vivo.

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