miércoles

Texto: y, extracotidianeidad

Cristina levantó sus prendas tiradas en el piso y se vistió para irse a trabajar, yo me levanté de la cama tiempo después, desayuné y salí a la calle. Afuera hacía calor, muchas personas tropezándose con el tráfico absurdo de autos, éstos son seres de metal incoherentes, sin destino.Me dirigí a la tienda de libros donde trabajo, está en la esquina de Insurgentes y Guerrero con su olor a viejo incienso. Llegué dos horas tarde, procuro ser puntual, pero esta vez Cristina tuvo la culpa de mi retraso. Hacer el amor con ella no siempre es hacer el amor, lo nuestro es un diptongo en una frase corta. Al abrir la tienda recordé las veces que deseó una luna de miel en Venecia, yo le he dicho que es aburrida, fría y sin sentido; en realidad no puedo verla casada con su amante.La tienda estaba en total desorden, dos días antes llevaron libros para renovar la lista, yo me encargo de colocarlos en los estantes, venderlos, leerlos y si es posible comprarlos. Este mes ha sido escasa la venta, ya nadie quiere leer clásicos; hace dos semanas vendí el de Inmaculada o los placeres de la inocencia de Juan García Ponce. Una mujer morena, alta y de cadera amplia lo compró; se llama Julieta.Tengo dos amigos que siempre llegan a verme y a platicar mientras fumo o estoy leyendo. Manuel y Lucia hablan de lo mismo siempre. Lucia dice que Borges es el mejor escritor hispanoamericano por su magia. Manuel no la desmiente, él prefiere a Cortázar.
Éste tipo, mi amigo, sabe de literatura lo que yo sé de deportes, nada. Fue Lucia quien lo integró al mundo literario, fui yo el tutor de Lucia. Muchas veces iba a la casa de su madre y llevaba libros de poesía o narrativa, leíamos fragmentos de algún poema, o frases; después la acariciaba y hacíamos el amor. Su piel con las sábanas y cubierta por la mía a veces era tierra húmeda y árbol seco. Su virginidad fue punto de lectura sobre el sofá, la mesa, el suelo y todo lugar concreto para sostenerla.Manuel se fue antes de lo acostumbrado dejando a Lucia conmigo, fumamos un poco y se fue. Tomé un libro y comencé a leerlo, la verdad no, sólo pensaba en Cristina y Lucia. La primera jamás visita la tienda y las buenas noches son relativas, como fue mi relación con la segunda. Lucia esperaba un te quiero, o te amo antes y al final de dormir juntos. Hacer el amor no era cuestión de tiempo sino de espera, tal vez me amó.Terminé de leer la primera página de El sueño de los héroes y Lucia apareció en el filo solar de la puerta, su cadera es similar a la de Cristina, no así su ritmo.Por impulso y sensación de ansiedad corrí a sus brazos, no ha sido secreto que aún nos besamos y que Manuel lo sepa.
Su cabello se posó sobre sus hombros, sus labios en los míos, su lengua se agitaba dentro de mi boca, y su cuerpo se constreñía haciéndome sentir cada vez más solo. El beso fue largo y sentí que la quise. Hicimos el amor, otra vez. Este hacer el amor con Lucia es lobuno, el tiro de gracia siempre se esconde tras un gemido, un ulular de vellos, el tiritar de nuestros cuerpos, o el desorden candente en que se envuelven dos toneles de piel y un recurrente vino coleóptero.Después, qué hubo después, supongo la misma larga espera de un decir incapaz en mí, que extraña vez he nombrado; quizá con Christina sea distinto: en forma y sentido. Yo recurro a Ella por amor, nostalgia, tristeza y a veces, por hechizo.
He multiplicado las noches con Lucia y Christina, en ambas el resultado es Soledad. Cerré la librería como si nada, luego se produjo en mí unas ansias bárbaras de estar aislado, sin embargo, de qué o quienes. Llegué al departamento, allí no me esperaba nadie. Tomé un poco de vino, puse un disco de acetato de Albert King, y en el sofá continué una divagación horrible entre el sereno mirar de las personas que se van y se tienen y continúan un camino igual de extraño que el primero; esto parece un sofismo, pero no, me refiero a Christina, a su corta cabellera y su centro y mi universo; su sexo, la afronta de más hombres y un destino cualquiera. Jamás noto en qué momento Ella destina un cebón de besos a mi verga, pero en ese instante me corro de labio a labio, suyos, y su boca suena igual a la mía, ésta en el cenizo ser de su entre pierna, su blancura crepuscular y lo deforme de su anatomía.Esperé a que llegara, pasó media noche y seguí bebiendo, pensé en Lucia y el color nítido de su ombligo, en mis besos dados a deshoras y en la nostalgia que ha de darle cuando se entera que yo soy incapaz de sostenerla; aquí, en estos brazos no creo, no puedo o no me atrevo. Lucia es diáspora, Christina Heliotropo. No llegaba y no llegó, al menos no, en el tiempo sospechado. Cuando uno se encierra en sí mismo abunda en circunstancias dichas y tal vez elaboradas. Ella y su novio besándose, Ella amándolo, no sé. Dista mucho mi realidad a lo concreto o especulado.Al final de la tercer botella de vino estaba derrotado, iracundo, huidizo; Albert king ya no era blues, sino tarde y madrugada. Sonó entonces el teléfono, una voz femenina, orgullosa, deplorable se anidaba dentro de la bocina. Nunca discuto a menos que sea necesario; fue necesario.
Discutí; dos horas más tarde apareció Christina. Con los ojos llorosos se arrojó a mis brazos, no supe que hacer y mecánicamente dirigí los míos hacia su cintura, abrázame, dijo.Qué podía sentir, ¿amor?, claro que no, sentía odio, necesitado de poseerla, pero un ebrio es distinto al deseo primigenio. La abracé fuertemente por la supuesta lógica de sexo y sexo, Christina sintió el roce del mío. Lloró más aún. Un gajo de viento era mi cuerpo junto al de Ella. Me recordó a Lucia y la besé. Entro a la sala, le di un vaso lleno de vino, de un sorbo lo bebió. Los reproches no esperaron ocasión, gritó muchas veces, ¿de qué se jactó? No lo sé. Dijo amarme, increíblemente no lo creí, ¿qué esperaba entonces?Nada, tal vez. Esa noche encerré palabras y dije muchas más libremente. Lloramos, cierto, jamás con el mismo ímpetu. Cambié de disco entre insulto de mujer herida y recuerdos que también insultaban. A Lucia le ha gustado siempre John Coltrane, puse un disco de él. Arrojándome al sofá y con la intención de besar a Christina dejé caer un poco de licor sobre su blusa. La tomé del rostro y sus labios fueron de nuevo míos. Esta es la ocasión para relatar lo sucedido después, pero, para qué. Saben ustedes cuándo un hombre se cansa y vuelve. Christina lloró por nada, es simple, no la amo.

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Además; hoy fui a una serenata; el amor es grande, en mí: el pecho quizá se me hunde, a ti sabes, te amo.

Horóscopo:

Sabes que todo tiene que llegar con esfuerzo y dedicación, aun cuando muchos nativos tienen serios problemas para entender esto en la primera parte de vida. De mentalidad madura, te sientes mucho más seguro y mejor en todos los sentidos en la vejez.

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