jueves

Nicandro Juárez

Fiesta de santos


Javier recitaba: He aquí que estamos reunidos/ en esta casa como en el Arca de Noé: / Blanca, Irene, María y otras muchachas, / Jorge, Eliseo, óscar, Rafael…, sosteniendo en la mano izquierda una copa de vino, o en su defecto la copa sostenía a él. La mayoría de los invitados no escuchó ni una pizca del poema, únicamente hablaban entre ellos; unos con pareja se besaban y otros simple y sencillamente murmuraban palabras ininteligibles debido a su borrachera, sólo Daniel alcanzó a oír el final del poema: ¡Henos aquí a todos, fermentados/ brotándonos por todo el cuerpo el alma! Siguiendo al mismo tiempo dos sonidos que le recordaban, a la vez, dos situaciones diferentes: el blues de Real de Catorce, a la noche en que Jimena desató con total sensualidad los hilos que ataban el vestido negro a su cuerpo; el lento correr del agua, que la lluvia había depositado sobre las tejas de la casa, al nombre que aquella noche habría de repetir, solo, tantas veces en la cama: Jimena, Jimena… Jimena.

>>Era diferente. Ella se dejaba ver desnuda, temida por mis ojos. Pálida, hermosa con ese triangulo suyo que tantas veces pinté. Ella era diferente a la mirada, mucho más certera, un aguijón que se hincaba directo al vientre, que miraba con un sino absolutamente inadvertido.

Mauricio fumaba sentado en el sofá junto a Camila; inhalaba fuerte del cigarro para lentamente después exhalar ruedas pequeñas de humo, con la boca erguida hacia arriba en forma de “O” irremplazable.

>>Jimena jamás quiso a Mauricio, no sé si quiso a alguien. Yo sólo la recuerdo como la novia de Daniel: delgada y atractiva. Javier estuvo acechándola varios años, durante la carrera y otros más cuando ella decidió, por fin, dedicarse a la pintura. En dos ocasiones salió con Mauricio a cenar y después aceptó la invitación de ir al cuarto de él a beber un poco; nunca tuvieron relaciones, incluso estando Jimena ebria y algo excitada. Daniel se enteró de esas citas una tarde en que salimos al cine. Esa tarde me besó en el cuello cuando aún no proyectaban la película. Había una oscuridad como de noche y las demás parejas, que también se besaban, parecían luciérnagas urgidas de árboles donde ocultarse. Él me abrazó cuando la luz de la pantalla nos dejó etéreos y todas las bocas enmudecieron el beso que estaban a punto de darse. Hubo silencio y confusión cuando los personajes de la primera escena aparecieron; la toma era inexacta y, aunque gusto por las cintas en blanco y negro, ésta carecía totalmente de color. Iba a decirle eso a Daniel pero su mano que estaba junto a mi pierna derecha, rodeó mi falda hasta hallar la forma en que pudiera penetrar entre mis muslos con la firme intención de excitarme: pronto sentí sus dedos acariciando mi vulva; la humedad de mi cuerpo encendida el suyo.

Afuera la noche caía sobre los demás tejados y dentro de la casa de Manuel, en los cuerpos cansados, reunidos allí para celebrar cualquier día de santo. Una pareja de invitados, quizás Joaquín y Regina, reclinados en la esquina de la sala se besaban pasivamente, con una timidez de lenguas que casi nadie percibía. Clara y Francisco notaron que los observaba, se estrecharon más y no huí la vista hasta que ellos lo permitieron. Javier estuvo a punto de caer al suelo después de haber dado un largo paseo acariciando bocas. Daniel, sentado en uno de los sillones, parecía no sentir la presencia de Jimena, alargaba los brazos o los encogía, cantaba al ritmo de José Cruz, tarareaba y de nuevo se sumía en sí mismo, dejando que el rito de la fiesta se entumeciera.

>>Estuve tras de Jimena cuando ambos estudiábamos la universidad: ella Artes Plásticas y yo Literatura Griega. Siempre tuve la razón al admitir antes que nadie, que era Daniel a quien quería. Mauricio dudaba porque él también deseaba estar con ella, incluso cuando Camila era su novia. Varias veces vi a Jimena platicar con Daniel en la cafetería del centro, o caminando por el parque tomados de la mano: ella era diferente, ajena a lo que la rodeaba. Cuando la topaba en los pasillos que daban a su salón de clases, disimulaba no verla y aunque la hubiera visto jamás su mirada fue distinta a como creía verme.

>>Alguna vez me dijo Francisco que Daniel no quería a Jimena, sólo estaba utilizándola como modelo para un desnudo que él pintaría.

Todos nos reuníamos los fines de semana en la casa de Manuel: Clara, Francisco, Javier, Joaquín, Regina, Mauricio, Camila, otros más y yo. Esta vez para recordar aquellas fiestas. Algunas ocasiones, cuando el amanecer nos permitía despertar, reíamos de todo lo dicho en la noche pasada: de la desnudez de nuestros cuerpos y el calor insoportable. Sólo Manuel que es arquitecto jamás quiso desvestirse.

>>Antes de conocer a Daniel, la diferencia entre realidad e imaginación era posible de explicar. Para mí lo real surgía en la colectividad; las miradas hacia el objeto que percibíamos, juntos, con sus formas geométricas. En mis clases me habían enseñado el acto de ver el cuerpo como algo habitado por lo real: la pintura. Desde la primera vez que estuve a solas con Daniel, dejé de percibir lo real y lo imaginario, era la vista suya hacia mi cuerpo, el movimiento, con que el pincel decoraba el cuadro sobre el caballete mientras yo permanecía desnuda, equilibrada por el color natural de mi piel.

>>No existe entre nosotros imaginario más perfecto que nuestros cuerpos reunidos, desnudos, aun con la mirada inadvertida que tiene Jimena al verse desnuda ante mí y los demás. Nuestras formas vertidas en la casa de Manuel son estrechamente imaginadas, disueltas sobre un claro espejo que refleja el cuerpo de alguien más: desnudos somos lo que observamos en la mirada de los otros.

He aquí que estamos reunidos, dijo Javier a punto de sueño. Clara y Francisco unidos por la piel dormían como los demás, excepto Jimena que recordó la noche en que dos sonidos diferentes provocaron la caída de su vestido, y, ahora el chasquear del viento entre los árboles la desnudaba aún más y el blues de John Coltrane hacía que su cuerpo le pintara el alma como una hoja de esos árboles al caerse.


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