viernes

Hace una hora que llovió. Mientras llovía, escuché música e intenté leer, pero no pude. Pasó la lluvia, salí del cuarto; ahora está fresco el clima; quién sabe. Recordé varias lecturas en el proceso de música - intento de leer. Creo que me he vuelto completamente agresivo con eso de las novelas. Hace más de un mes que no leo una sola hoja de novela, después de todo a quién le importa. A mí, sí y no. Estaba buscando una palabra para decir que recordaba a J. no supe cuál. No tengo idea de que se pueda, con una palabra, significar a J. Quizás esa letra. "J". Tiene gracia, ahora que la veo en toda su anatomía. La J sí se parece a J. Ella es delgada y si tomamos en cuenta que la curva de la letra no se refiere a la espalda de J. sino a su cadera, digo que es J. así como se escucha y lee mentalmente, la palabra que significa tanto a J. como al recuerdo que tengo de ella. Hace tiempo que no la veo, de hecho estoy desprovisto de toda información. La última vez que la vi, aclaro que no deseo que la "última" haya sido esa vez, fue en su propia casa. Estuve largo rato hablando de ella, de las citas que tuve con M. y de otras tantas cosas más. Igual, aquel día también llovió. J. le teme a los relámpagos y recuerdo que aquella ocasión hubieron muchos por todo el cielo. Incluso observé por un tiempo no muy corto, cómo caían esos relámpagos. J. simplemente fumaba recostada en el sofá. Recuerdo: parecían ramas que se desgajaban de quién sabe qué árbol, y al caer llenaban la tierra de fuego.
Pensé si nosotros, J. y Yo, estábamos también suspendidos de algún tipo de árbol, o si ya nos habíamos caído y solamente esperábamos los gusanos sobre nuestros gajos. Hubiera preguntado J. que por qué se me ocurren ese tipo de pensamientos. Cuando la lluvia se prolongó demasiado, hasta ya no permitirme mantener la ventana abierta, dejé de pensar en nosotros; la brisa sin darme cuenta empapó la playera que llevaba puesta. J. fue quien extrajo del closet una toalla limpia para secarme. De pronto el trueno y una enorme, pero hermosa luz roja atravesó el cielo. Las ventanas de los demás edificios también se iluminaron al igual que la de J. Hubo rastros del trueno en toda la ciudad y tanto el cuerpo de J. como el mío sintieron el eco de ese relámpago, haciendo que ambos nos abrazáramos. Fue en ese momento que supe que nosotros, o más bien J. había madurado desde hace mucho tiempo, antes de que pensara en si éramos fruto de algún árbol. La lluvia continuó hasta muy entrada la noche. Yo sentía la necesidad de decirle a J. que no tenía porque temerle a los relámpagos. Es obvio lo que intento decir: mi camino ya estaba de por sí oscuro. J. permitió que me quedara a dormir, mientras la lluvia pasaba, en el sofá. Ella durmió en el cuarto de M., es inútil confesar por qué eligió ese cuarto y no el suyo. La noche cayó en todo su esplendor y dejó de llover; el cielo estaba estrellado; volví a la ventana y desde allí, porque J. dejó entre abierta la puerta del cuarto, pude observarla por última vez. J. tenía el aspecto de ese cielo nocturno, como una invitación para entrar a ella a través de sus ojos y que ellos, siendo formas redondas, guiaran con su físico al centro de su cuerpo; su constelado universo de estrellas. Dejé de observar el cielo y dejé también a J. descansar. Estoy seguro de que ella no dormía y bien pudo escuchar lo que a resuello le dije, al pararme en el umbral de la puerta del cuarto. Ya no la he visto. Sólo recuerdo algo más, y quizá lo fundamental de todo el relato. Aquella ocasión al salir, me sentí observado por unos ojos inmensos, omniscientes, después la lluvia regresó como si J. sin desearlo me hubiera hecho entender la soledad de las calles oscuras, cuando la lluvia no basta para que dos cuerpos se guarezcan a guisa de enamoramiento.

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