viernes

Qué será que cuando toco tu cuerpo y te digo es mío también me ocupo en tener tu soledad pegada como postigo a la mía. Anoche, por ejemplo y después de varios intentos, logré convencerte de que te quedaras en casa. Otras veces voluntariamente has llegado y al regresar del trabajo veo que me esperas hasta tarde, quedándote dormida. Tomo el buró como asiento y desde allí; la perspectiva de tu cuerpo delgado en posición fetal y tu cabello cubriéndote el rostro; te veo. Necesariamente necesito aclarar que me gustas más cuando duermes. Creo que en ese estado me desentiendo de ti y de tu cuerpo, y por lo tanto de tu soledad ocupándome únicamente de la mía. Observo como se infla y desinfla tu vientre. Pienso en que así están constituidas nuestras vidas, juntos: en un respirar y exhalar mientras permanecemos en la cama. La otra noche tuve miedo. Desperté sudando y tú ya me esperabas con los brazos abiertos. Sentí que era tu hijo y que como mi madre te amaba aún más. Lo mencioné y reíste. Al ser tu madre el incesto no te apena. No. Realmente no. Al final, esa noche fui yo quien cuido de ti. Recostada sobre mi pecho, atando mis brazos con tu cuerpo. Tu desnudez. Y después de tanto pensarlo me di cuenta de que de algún modo que desconozco, sé que he salido de tu vientre, que allí pertenezco. Si leyeras esto reirías de todos modos. Muchas veces me has preguntado porque no te despierto cuando llego tarde y tú estás dormida. La respuesta ya está dada, mencionarlo otra vez de nada sirve. Aunque creo que jamás he sido sincero al responder frente a frente. Me gustas, eso es todo concluyo. Hace tiempo, cuando nos conocimos en el café; leías una novela, no recuerdo el título, sólo sé que alude mucho a lo que ahora voy a comentar. Tiene dos meses que tú ya no duermes, quiero decir: no me esperas dormida. Tu excusa es la cena. Quieres cenar conmigo y después platicar un poco. Dices estar descuidada. Que ya no te amo. Lo último puede que sea verdad. Lo otro estoy convencido de que ahora tengo más tiempo para ti; en el trabajo, cuando duermo, cuando estoy con Javier en algún bar, te pienso. Recuerdo tu sueño sin aspaviento y termino diciéndole a Javier que iré a tu casa a verte. Debo estar obsesionado contigo, o de otra manera no podría comprender por qué ahora me es tan difícil aceptar estas soledades nuestras. Ha de ser que nació en cualquiera de los dos el dejo del olvido. Que nos estamos olvidando. Por qué. De qué nos sirve. Responder sería sentenciarme, no lo deseo; pero hay algo indudable en todo esto: cada día me siento más solo y veo que en ti ha crecido la hierba del espanto; como si la casa donde ahora me esperas, hubiera poseído tu encanto, decorando cada noche más el álbum de reproches de las cuatro paredes.

No hay comentarios: