martes

¿Soy insípida, Gordo?

Te destino
a ser ese espectáculo de ti misma en el que no puedes
dejar de reconocerte a ti misma, aunque sólo sea
como el fantasma de mi deseo al que tu cuerpo per-
mite encarnar.

J.G.P


No lo puedo creer; ayer por la noche Carlos me dejó plantada como una Violetta, pero a la menos décima potencia. Yo, o sea, yo, que con esmero y mucha meditación decidí comprarme el negligé que tanto le gustó. Sabe que voy a odiarlo por un tiempo. Se lo merece. Si sólo hubiera dejado un mensaje en la contestadota, o el recadito simple de: Mi amor, no podré llegar, te marco al rato. PERO NO. ¡Ash, eso me pasa por dadivosa! Mi amor, ¿no te gustaría modelarme el negligé que vimos en el centro? ¿Crees que me quede? Está muy chiquito. ¡Por eso! Y de pendeja que creo que me iba a quedar. Es cierto, atrapa el look, y el rojo le sienta fenomenal a mis pechos, pero no combina con el ahora color de mi cabello, me hace ver muy puta. Dicho esto bebiendo un Ice Cream con el popote en la boca, cruzada de piernas y el rostro de espanto. Las nalgas se me ven como caídas, o sea; es diferente cuando Carlos está detrás de mí y siento cómo se me ponen de duritas, y sin que él lo diga, sé que le encantan, como cuando hace a un lado el hilo que divide mis nalgas y lo coloca encima de una de ellas para penetrarme. Aunque debo ser honesta conmigo y decirme: Nena, tienes unas nalgas sorprendentes.
Esto lo sé porque varias veces en el parque, según mi encuesta, cinco de cada cinco hombres me ven el culo. No creo ser indiscreta cuando camino, o por la vestimenta una piruja, me dije un día. Así que quise comprobar si era fu o fa, o de plano mi personalidad no es la de una mujer audaz e inteligente.

Me puse lo acostumbrado: zapatillas de tacón número doce para levantar las muchas veces ya nombradas. Falda negra… bueno… mini pegadita a la piel, y debajo de ella, una tanga que se anuda a los extremos de la cadera. ¿De blusa, Mmm…? ¡Una de color violeta! Casi morada pero que combina muy bien con el color del calzado. El cabello castaño claro. Muy poco maquillaje. Bolso. Celular. Cigarros Capri o Alemanes. Collar sencillón. Pulsos. Aretes. El pulsito para el tobillo. Perfume Animale Temptation, y ya. Pero antes de salir me dije: Nena, ten valor y que la ignorancia no te deprima. Eso de la ignorancia, por si aquellos que me vieran no sospecharan ni tantito, que fuera de toda la escafandra, soy una mujer intelectual. No una Dama culta, porque yo sí terminé el Dinosaurio, sino algo más acá, como una Miss con La Comedia bajo el brazo.
De pronto sentí que el perfume llamaba más la atención de lo normal, y sin hacer caso a ese pequeño incidente, tomé el ascensor. Bajé los veinticinco pisos del hotel, porque yo vivo en una suite de hotel, hasta llegar al loby. Mientras el ascensor bajaba pensé en Carlos, en las veces que me siento sobre el sofá o frente a la ventana y fumo, viendo como la gente transita, y el aire entra a la suite acariciando las cortinas de las ventanas, y me sé como la mujer más triste y estúpida queriendo recordar cosas que ni siquiera sé si sucedieron.
Se abrió la puerta del ascensor, caminé unos pasos y el loby se llenó de mi olor e hizo que los presentes, contando con las ridículas hetairas de los abogaduchos me vieran. Escuché rumores entre la selva de plantas colocadas en las esquinas del lugar, sin embargo, sabía que venían de Ésas, y sin ataduras salí del hotel camino a la comprobación más tiquismiquis de mi vida, pero importante.

No había caminado ni dos cuadras cuando los ojos, que más bien garrapatas, de algún abogaducho que me seguía, se incrustaron en mi muy fiel trasero. A decir verdad no es trascendente, yo sé muy bien de lo calenturientos que son esos Conchas de la ley, y, por otra parte, no me horroriza saber que lo primero que ven es el culo, porque sé que de no hacerlo, Carlos seguramente ya no lo haría y eso significaría que, matemáticamente, en tantos me vean, Carlos me seguirá viendo y, sabido de que otros me desean, él también lo hará, sintiéndose orgulloso de tenerme. Y desde luego, a la inversa.
Caminé unas cuadras más hasta llegar a la esquina donde se encontraba una óptica para comprarme unos Future, lentes para protegerse los ojos de los rayos del sol, porque los míos los abandoné en la recepción del Only Princess. Entré a la óptica y en seguida una señorita media gorda corrió para atenderme. No la discrimino, ¡de verdad!, pero el top que llevaba puesto hacía que cierta golosinidad le hiciera el frente, como untándose a los pezones. Quiero unos Fiutur, o sea, unos Fu-tu-re. ¿¡Ah!? Unos lentes. ¿De cuáles? Unos fiutur, o sea: ef, iu, ti, iu, ar, i. FIUTUR. ¡Ah, sí! Y la señorita se quedó con cara de What? Pero dijo, Ahorita se los traigo. Me llevó unos lentes horribles que quise estrellarlos en su cabezota para que por ósmosis viera que no era la marca que había pedido. ¡Ash! Como podrán ustedes sospechar aparte de no conseguir los lentes, después de más de diez modelos equivocados, me gané un coraginón que por poco me hacía cancelar mi empresa.

Salí de la óptica bastante encabronada, pero para no hacerla de pedo me dije: Nena, fúmate un cigarrito y tranquilízate, para llevar acabo el fin que también ya conocen. Extraje un Capri del bolso. Lo encendí y así, fumando me dirigí al parque. Como estaba mucho muy molesta, repito, no me di cuenta de cuántas veces me veían los hombres que pasaban a mi lado o en sentido contrario por la avenida. Incluso pensé, cuando los ánimos se habían calmado, en regresar para percatarme de ellos y sus miradas. Terminé el cigarrillo, di vuelta a la derecha, entré al oxxo, compré una soda light y cruzando la avenida ya estaba sentada en una de las bancas del parque, ahora sí, alerta a cuantos me vieran. Di algunas vueltas alrededor del jardín y regresé al mismo lugar. Al principio me pareció una actitud muy fría la mía, pero nada más las primeras treinta y cinco miradas y ese pensamiento insensible desapareció de mi mente. Me encantaba cuando me veían caminar y el sonido de las zapatillas los alertaba, como con antenitas en la cabeza, y es obvio que no era esa la antena ni la cabeza que se les paraba, y a mí las zapatillas me hacía parar,... ¡ya saben! Me encantaba cuando alguno de los Don Juanes de por ahí la hacía de súper galán y así, con toda ley de ventaja, pasaba a lado mío tirando rostro. Yo los dejaba ser, aun cuando el pobre niño vende rosas andaba de aquí para allá, llevándome una rosa por parte de aquel o aquel caballero. Las recibí todas y como para que no me viera muy puta, cruzaba la pierna izquierda que estaba bajo la derecha encima de ésta y con la mano les tendía un saludo cuasicálido.

Convencida de mi proeza y ya pasadas las seis de la tarde, (anoto: por cada cinco hombres por minuto en seis horas, todos me vieron) decidí regresar al hotel. Quiero confesar que durante ese tiempo pensé, de nuevo, en Carlos. Y valentonada decía que el pendejo era él por no darse cuenta de nada. (Anoto: está comprobado; soy una mujer inteligente, según el cincuenta y cinco por ciento de los encuestados. Tuve que preguntar después de que me vieron el culo: ¿Señor, usted cree que soy una mujer inteligente? Y respondían: ¡Síiii, claaarooo! Y como no había otra pregunta en el cuestionario, colocaba una palomita debajo de ésta, la única, hasta el punto de llenar la libreta.)

De regreso me topé con algunos más que me veían pero que ya no tenían ninguna importancia para mí. Extraje otro cigarro, el número doce. Un tipo se acercó, extrajo su encendedor y se hizo el fuego. Le agradecí y se fue. (Entonces odié mucho más a Carlos por haberme dejado plantada la noche de ayer y quise que ese desconocido, al que se me olvidó preguntar su nombre, se llamara Javier y yo Julia, y que Carlos fuera amigo de Javier, como para llegar a la casa de él y después ir a la de Carlos, y estando allá, mientras me vieran yo les bailaría y me iría desnudando conforme ellos me miraran, hasta que al fin me sintiera penetrada por ambos; amada por Javier y deseada por Carlos. Ya cuando todo terminara, besaría a los dos en la boca, bajaría de la casa de Carlos subiéndome el cierre del pantalón, acomodándome el cabello y apretando mis pechos contra la blusa de color claro, y cuando abriera la puerta del carro, ver cómo desde la ventana ellos me verían, sintiendo entre mis piernas una vez más el húmedo calor de mi tanga empapada.)

No supe en qué momento, después de la tribulación de ideas, llegué al hotel. Sin embargo, no era la misma de la mañana que bajó emocionada oliendo a Animale Tempatiton, para demostrarme que era inteligente y bella, sino que muy al contrario; me sentí absurda, fea e ignorante, y así con desanimo subí a la suite. Abrí la puerta y frente a ella la ventana abierta, con el aire oleando las cortinas que rumiaban sobre los cristales. Arrojé las zapatillas que sólo estaban calzadas sin sujetar y corrí hacia la ventana para ver el transito de la gente que caminaba por el zócalo. Anudé mi cabello, desabroché los botones de la blusa, extraje otro cigarro y fumé sintiendo cómo el humo rozaba mi rostro mientras veía la ciudad. Después de una larga cavilación donde no encontré respuesta, ni olfateé una sola, decidí quitarme las otras prendas que tenía puestas; encorvé la espalda colocando la cabeza frente a la ventada y dejando en alto mi cadera, de tal modo fui bajando la falda desde la cintura hasta la apretada parte donde mis glúteos ahorcan el elástico, entonces sentí la mirada y una vez más la tela se ciñó a mis nalgas, porque alguien me veía: era Carlos.

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